Presentar a la sociedad un partido nuevo o una propuesta política innovadora dentro de uno tradicional no es nada simple; por eso los políticos profesionales prefieren contornearse hasta acomodar sus ideas y sus pasados a los requerimientos de la coyuntura.
Pero hay momentos históricos que reclaman gestos inusuales, singulares, únicos, y el siglo XXI parece ser uno de ellos. Tras los derrumbes del Muro de Berlín y de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, Occidente sintió que la amenaza comunista había quedado sepultada bajo los escombros. Sin embargo, no fue así y, si bien cambió la configuración geopolítica del mundo, los ideólogos del comunismo continuaron con su prédica, por otras vías y con otros sombreros.
La colonización de las izquierdas se volvió más sutil y hasta mutaron de terroristas a hombres de la democracia, abandonando el uniforme de combate y las armas de guerra y adoptando un postureo que encaja con la pertenencia a formaciones y partidos políticos. Hasta ese sacrificio han hecho, ellos, que siempre arreglaron los desacuerdos a los tiros. Y de guerrilleros algunos pasaron a burócratas del estado y otros, a opinadores internacionales o a prestigiosos militantes de causas conmovedoras. Así, la defensa de los bosques, los animales, los pueblos originarios, el aborto, la eutanasia y el cambio climático se llenaron de voceros de la sociedad civil que poblaron cientos de organizaciones no gubernamentales desde las que influyen, cuando no presionan, a los gobiernos. Y a la par de todos ellos surgieron millonarios financiadores de estas construcciones tras las que se esconden sus verdaderas intenciones.
Los partidos tradicionales no reaccionaron a la infiltración marxista y mientras acomodaban las maltrechas economías de casi todo el planeta, herencia del comunismo, se les colaba la ideología en la cultura y en los colegios. Y un día a esas izquierdas militantes, no les fue suficiente el matrimonio igualitario y el cambio de sexos a niños y adolescentes sin control parental; impusieron el aborto en casi todos los países, triunfaron en la lucha para evitar la independencia energética de las naciones, instituyeron que el globalismo implica ceder las soberanías nacionales al control de una autoridad supra-nacional que determina lo que está bien y lo que está mal, que establece la política migratoria de los países y unas cuantas burradas más. Los 17 puntos de la Agenda 2030 se vienen cumpliendo con fidelidad religiosa y en ellos va el destino de las generaciones futuras.
Los que se dieron cuenta de este despropósito disfrazado de armonía, progreso y buenas intenciones dieron la voz de alerta y obtuvieron el rechazo de sus partidos, cooptados por la ola woke, arrodillados ya a la fe globalista. Así comenzaron a aparecer líderes contestatarios que resistieron el catecismo pagano de esta nueva corriente. Primero fueron ignorados, luego excluidos y actualmente combatidos. No hay pecado mayor para la corporación política que alguien se salga del modelo establecido y del discurso oficial porque expone al resto.
El siglo XXI trajo consigo sonoros descontentos sociales de las clases medias, las grandes constructoras de la prosperidad de los países y, paradójicamente, las grandes ignoradas de la política. Las clases medias llevan en su ADN una genuina aspiración de progreso y sienten satisfacción por sus logros. Son un motor imparable del crecimiento y de la libertad, crean riqueza, aportan prosperidad y no reclaman asistencia del estado porque, precisamente, la ecuación de la que viven es ser mejores para estar mejor. Y por el mismo motivo es que son tan difíciles de manipular para el globalismo.
Los políticos que se dieron cuenta de que esos seres productivos y anónimos eran los auténticos marginados del sistema vigente empezaron a hablarles y a representarlos. Y de pronto aparecieron por millones. Porque las clases acomodadas tienen el respaldo de sus fortunas y las bajas, el de los estados. Pero en las clases medias, que producen en silencio para alimentar la maquinaria burocrática del gasto público, sobre su esfuerzo y su aporte no reparaba nadie.
La super poderosa Matrix de la burocracia reaccionó con furia a ese mensaje que descolocaba a la política tradicional vampirizada que se alimentó durante décadas, y para provecho propio, de ese segmento anónimo y productivo de la sociedad. Reaccionó cuando Donald Trump reconoció, casi por primera vez en la historia, el valioso aporte de los trabajadores rurales del interior profundo de su país; reaccionó cuando Giorgia Meloni anunció sus prioridades de gestión orientadas al trabajo para eliminar el clientelismo. Reaccionó ferozmente cuando Hungría le puso freno a la injerencia de los burócratas de Bruselas, que pretenden imponer la agenda local de los países europeos. También reaccionó la corporación política en España tras el surgimiento de Vox, cuyo discurso hizo énfasis en el rescate de los valores tradicionales que, casualmente, se refugian en las clases medias españolas, orgullosas de su historia.
El Siglo XXI está llamado a ser el siglo de las clases medias y los espacios políticos que lo entendieron han empezado a liderar el cambio. Son los que reconocieron que las izquierdas siguen gravitando para empeorar el mundo y están dispuestos a evitarlo. Será una tarea inmensa pero está en juego un sistema de valores que se asocia a la recuperación del espíritu trabajador y la meritocracia y que implica el definitivo desalojo del socialismo, que no es otra cosa que pobreza y dependencia. Estos aires nuevos ya soplan en Europa, no así en Iberoamérica, que se resiste a abandonar el populismo en sus diversas variedades, que aún cobija ideas y personas indeseables, que tolera y hasta alienta regímenes incompatibles con la libertad.
A la América hispana le falta forjar espacios políticos sólidos para combatir el globalismo, aprender a crecer con raíces ya que, aunque no es la única manera de crecer, es la única de largo plazo, porque al árbol sin raíces se lo lleva el primer viento. Construir evitando los atajos, desde los sueños, la convicción y los ideales es el modelo a seguir. Europa es la prueba de que se puede; el apoyo que estas nuevas expresiones políticas reciben de sus sociedades es una realidad en crecimiento que se consolida en cada elección. De la firmeza de esos líderes depende el retroceso de las agendas globalistas hasta su extinción y el triunfo de la vida y la libertad. La buena noticia es que el proceso ya empezó.