«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Objetor de la tierra batida

11 de octubre de 2024

No hizo el franquismo con Manolo Santana ni la mitad de la mitad de la mitad de fanfarria que esto que tenemos (o nos tiene) ha hecho con Nadal, al que ayer el diario oficial llamó «icono de resiliencia y símbolo de fe».

La transformación de la palabra fe es morrocotuda, pero sin duda Nadal es quien más la merece ahora.

He de añadir aquí una nota personal de mi insignificante existencia: siempre deseé que ganara Nadal, sus éxitos fueron los míos, pero no quise implicarme como aficionado. Decidí muy pronto que con los partidos del Madrid tenía ya suficientes glorias deportivas en mi vida, así que no vi sus finales.

Pensé que esto me iba a hacer ganar mucho tiempo. Muchas tardes de fin de semana que los españoles pasaban viendo los interminables partidos de Ronald Garros yo podría aprovecharlas para, por ejemplo, compensar tantos domingos de resaca.

Era curioso ver a España desde esa posición. Todos en el sofá gritando «vamos, Rafa» y soltando epicidades varias al terminar.

Nunca vi un partido entero, solo algún fragmento que me parecía divertido; apasionante incluso. Pero me abstuve. Esto yo siempre he pensado que me desnaturalizaba como español, me hacía de poco fiar.

El último Nadal me gustaba más que el primero. Parecía una mole escultórica, una figura de Miguel Ángel que tomaba vida para elevar la pelotita grácilmente en el saque. Se había quedado dos veces calvo, lo que le daba un aspecto de deportista antiguo, y al hablar parecía querer convertirse en Butragueño. Envidio a los habituales del palco del Madrid que hayan podido asistir a las conversaciones entre estos dos titanes de lo correcto.

La imagen que prefiero de él es cuando se despidió de Federer, sentados los dos de la mano, llorando como un matrimonio anciano ante el descuartizamiento de todos sus recuerdos.

Siempre apoyé a Nadal telepáticamente, que es como prefiero yo el deporte. Me alegré con sus triunfos y lamenté sus derrotas. La elegancia no me inclinó hacia Federer, ni la rebeldía hacia Djokovic. Pero no empleé ni un minuto en sus partidos, sin duda entretenidísimos y vibrantes. Me declaré objetor de la tierra batida y creo que al hacerlo me encaminé por una españolidad rara y alternativa.

Igual que de niño yo vibraba cuando Perico se hacía el muerto y demarraba, mis compatriotas se entusiasmaron con la agonía, también engañosa, de sus carreras desde el fondo de la pista. Fue una pasión que yo rehusé.

Teniendo todo esto en cuenta no puedo entender que su despedida me emocionara ayer de un modo fulminante, que una lagrimilla puñetera, de repente, se deslizara mejilla abajo como un passing shot que alguien me lanzaba.

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