«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Oceanografía del odio

29 de febrero de 2016

No me gusta escribir con citas, pero esta vez no me resisto a olvidar esta de un artículo de Ortega y Gasset, escrito hace casi un siglo: “Desde hace siglos, pero muy especialmente desde hace años, gobierna en España el rencor…Una clase social odia a la otra… Los gobernantes se dedican a fabricar rencor”.

El terrible diagnóstico del filósofo madrileño se puede aplicar ahora con toda propiedad. ¿Será verdad que hay una especie de carácter nacional? Es posible que el odio haya figurado siempre como viento dominante en la atmósfera política española, pero ahora lo hace con especial virulencia. La razón acaso esté en el hecho de que ahora el poder acumula más dosis que en el pasado.

Véase, por ejemplo, que lo que llaman “progreso, cambio y reforma” realmente consiste en prohibir, suprimir, eliminar, derogar. Son acciones negativas y resentidas que proliferan por todas partes, especialmente en la izquierda. Se ha abierto la veda para que un municipio pueda declarar “persona non grata” a un compatriota. ¿De dónde se han sacado que esa es una competencia municipal? La expresión se había reservado hasta ahora a las relaciones internacionales. Estos munícipes levantiscos han leído poco y odian mucho.

El caudillo de un partido puede decir sin rubor, y repetidamente, que no quiere hablar con otro, con el que tiene más votos. Y eso en el trance de tener que negociar para formar Gobierno. Otro gesto de odio.

La actitud resentida se apoya en una oculta sensación de fracaso, que se proyecta sobre el prójimo, al que secretamente se envidia. Son pasiones vergonzosas muy comunes. Más en la política por una razón. El poder político consiste en la inmensa capacidad para hacer favores, aunque solo sean de forma legal. Se comprende que, por llegar a esa privilegiada posición, uno deje a un lado toda suerte de escrúpulos morales, en el caso de tenerlos. De ahí la facilidad de los políticos para mentir. Obsérvese la treta de algunos mandamases de salirse por los cerros de Úbeda cuando los periodistas les hacen alguna pregunta más interesante en las mal llamadas ruedas de prensa. Por cierto, está por ver que el periodista replique: “Perdón, señor, no me ha contestado a la pregunta”.

Lo peor del odio es que no se sacia. De hacerlo, el “odiador” (palabra que ni siquiera existe en castellano) se liberaría de su previo y oculto fracaso. Es lo último que hará. Jamás reconocerá que odia. Es un verbo que no suele conjugarse en España, y menos en primera persona. En todo caso se dirá livianamente que uno odia cosas (alimentos, costumbres, atuendos, etc.), pero no a personas.

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