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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Rostro emblemático de Intereconomía Televisión, al frente de programas como El Gato al Agua o Dando Caña, ha dirigido informativos en TVE, RNE, Antena 3 TV y Onda Cero Radio. Fue corresponsal de RNE en Londres. Ha escrito para Diario de Barcelona, Interviú, La Vanguardia, ABC, ÉPOCA y La Gaceta y ha publicado el libro 'Prisionero en Cuba'. Ha recibido cuatro Antenas de Oro, el Micrófono de Oro, la Antena de Plata de Madrid, el Micrófono de Plata de Murcia, el Premio Zapping de Cataluña y el Premio Ciudad de Tarazona.
Rostro emblemático de Intereconomía Televisión, al frente de programas como El Gato al Agua o Dando Caña, ha dirigido informativos en TVE, RNE, Antena 3 TV y Onda Cero Radio. Fue corresponsal de RNE en Londres. Ha escrito para Diario de Barcelona, Interviú, La Vanguardia, ABC, ÉPOCA y La Gaceta y ha publicado el libro 'Prisionero en Cuba'. Ha recibido cuatro Antenas de Oro, el Micrófono de Oro, la Antena de Plata de Madrid, el Micrófono de Plata de Murcia, el Premio Zapping de Cataluña y el Premio Ciudad de Tarazona.

La ópera bufa de Jordi Pujol

26 de septiembre de 2014

Jordi Pujol debería ganar el Goya a la interpretación. Si no fuera por lo ocupado que ha estado durante veintitrés años presidiendo la Generalitat de Cataluña, se podría haber dedicado al espectáculo. Es un genio “metiéndose” en el papel de Mesías del catalanismo. En su comparecencia en el Parlament hizo una demostración dramática de primer orden: no contestó nada de lo que le preguntaron, no explicó nada de los negocios de la familia, no aclaró ni un solo detalle acerca de las sospechas de corrupción, y encima se permitió hacerse la víctima y reñir a los diputados por pedirle explicaciones.

El hombre al que un día llamaron Muy Honorable hizo gala de prepotencia al comparecer en una cámara parlamentaria que debe considerar como el jardín de su casa y disfrutó con el patético espectáculo que ofreció el portavoz de Convergència, Jordi Turull, que más que un diputado parecía su abogado defensor –o su mancebo- y, además de darle gustirrinín al jefe con sus alabanzas, arremetió contra los herejes del PP y de Ciutadans que sí se atrevieron a importunar al gran prohombre del catalanismo con sus acusaciones.

Pujol hizo una vez más algo a lo que ya nos tiene acostumbrados, asegurar que increparle a él es atacar a Cataluña. Lo hizo hace décadas con el escándalo de Banca Catalana, y lo ha vuelto a hacer ahora con las investigaciones policiales acerca de los negocios de la familia, la herencia de su padre, los movimientos de capital en el extranjero y el fraude fiscal.

El ex presidente de la Generalitat se envuelve en la senyera para ocultar sus vergüenzas y escapar a las preguntas de la oposición acerca de cuál es el origen de la fortuna familiar, el cobro de comisiones para optar a obras y concesiones, el tráfico de influencias, las presiones a los empresarios, o las componendas con PP y PSOE para garantizar el silencio a cambio de los votos en el Congreso.

Afortunadamente, tanto Alicia Sánchez Camacho como Albert Rivera escaparon a la adormidera que embriaga al resto de políticos catalanes, que siguen anteponiendo los sueños idílicos de independencia a las necesidades reales de los ciudadanos, y sí increparon al compareciente. De poco les sirvió, porque lo único que lograron con su contundente fiscalización fue “cabrear” al patriarca de los Pujol y que su acólito Turull saliera rápidamente en defensa del “amo”, dejando así por los suelos la dignidad que se le debería suponer a un parlamentario.

Presenciar la sesión en el Parlament fue tan divertido como asistir al teatro un viernes por la tarde a ver un sainete. Las únicas explicaciones que dio Pujol fueron que su padre –el que le legó la pretendida herencia- era muy catalanista y fue depurado por el franquismo en 1939, y que él mismo se vio obligado a proteger su dinero para preservar la mesiánica causa del catalanismo. Debió

pensar que, con tales argumentos, quedaba disipada cualquier sombra de sospecha. Todo un sainete, más propio de una ópera bufa que de un Parlamento.

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