«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.

Orgullo y perjuicio

8 de julio de 2022

El otro día me llegó un meme de un gran actor que decía “llamadme reaccionario, pero yo estoy muy contento de que mi madre fuera una mujer”. En su cuerpo y no en el de un hombre, convendría añadir hoy. Leo a la vez que la Comunidad de Madrid, con esa Isabel Díaz Ayuso —azote de la izquierda— a la cabeza, ha concedido más de 600.000 euros a asociaciones para la celebración del “Día del Orgullo”, antaño “Día del Orgullo Gay”. La financiación pública del activismo de parte de la sociedad “civil” merecería ya de por si toda una reflexión, pero no la voy a hacer de momento. La subvención del llamado Día del Orgullo por parte de un Gobierno de derechas me parece más llamativo y grave.

Por un lado, vuelve a mostrar cómo los partidos de la derecha tradicional son prisioneros del esquema mental de la izquierda, por mucho que lo nieguen. No he visto en las partidas presupuestarias una cifra similar para actos organizados por la asociación de coleccionistas de cafeteras italianas ni para la de los amigos de la Legión, por citar dos ejemplos muy distintos. Y el por qué está muy claro. Porque lo LGTBI está de moda y las cafeteras o la Legión, no.

Una sociedad que vuelve normal lo excepcional, que invierte sus valores y que condena lo normal a la marginalidad, acaba en puro caos

El problema es que se ha impuesto como una moda gracias a las acciones de un lobby muy eficaz que ha sabido introducir como algo obligado a gays, trans, y todo tipo de comportamientos sexuales en las series de televisión, producciones cinematográficas, Goyas, bares y escuelas. Un lobby que ha luchado por y logrado que cualquier crítica a su labor se considere automáticamente como un acto de odio, homófobo, carca y reaccionario. O fascista o nazi como se suele decir. Que las grandes corporaciones adopten el Día del Orgullo como El Corte Inglés hace con la primavera, no es sino la prueba de la rendición al lobby, amén de la comercialización de un hecho como pueda ser la homosexualidad. Si con eso se vende…

Por otro, pone de manifiesto la falta de entendimiento de lo que es en realidad el lobby LGTBI. El Orgullo no es únicamente un día de celebración de una orientación sexual, es un asalto a la normalidad, un ataque a la familia clásica y una bomba de relojería contra la sociedad occidental. Por una sencilla razón, toda su filosofía se basa en dos premisas: la superioridad última del individuo —independientemente de su edad— para ser lo que supuestamente quiera ser; y adoptar la satisfacción personal como única meta en la vida. Individualismo y felicidad quedan muy bien para anunciar una hamburguesa o una tienda de muebles, pero son dos principios disolutivos de toda sociedad. Porque una sociedad se sostiene sobre la superioridad del colectivo y sobre el sacrificio. 

Financiando al lobby LGTBI, las autoridades públicas infligen un perjuicio a la sociedad en general por satisfacer a una minoría, por muy vociferante que sea. Y ese perjuicio se traduce en el suicidio demográfico. El Orgullo quiere volar la familia clásica. Pero está demostrado que sin familia clásica no hay natalidad que asegure la renovación generacional, puesto que esta institución es la unidad social que mejor ayuda a tener hijos.

Ayudar a un lobby rico, bien organizado e institucionalizado, es un derroche que no nos deberíamos poder permitir

El Orgullo demanda el ahora, la satisfacción rápida. Pero no hay sociedad que haya sobrevivido a una crisis sin una buena dosis de sacrificio de sus ciudadanos. Y cuando esto no ha sido así, pues ahí está la caída de Roma como buen ejemplo de lo que se puede esperar. El Orgullo impone una identidad. Pero una sociedad que vuelve normal lo excepcional, que invierte sus valores y que condena lo normal a la marginalidad, acaba en puro caos, generando dudas en quienes no deberían tenerlas y culpabilizando a quienes no tiene culpa alguna. Una cosa es el respeto a las minorías y otra la dictadura totalitaria de las mismas sobre la mayoría.

Y si todo esto sucede gracias al dinero de los impuestos, que todos pagamos, es simplemente una aberración histórica que acabaremos pagando muy caro. Si tan potente es el colectivo LGTBI, que se lo paguen todo ellos.  Pero recurren al erario público como mecanismo de contagio de las instituciones. Y no tendría por qué ser así. No hace falta ser un reaccionario para ser sensato con el presupuesto público, basta con aplicar criterios restrictivos y de contención del gasto superfluo. Ayudar a un lobby rico, bien organizado e institucionalizado, es un derroche que no nos deberíamos poder permitir. Y menos en tiempos de crisis.

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