«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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Otra purga entre comunistas

2 de agosto de 2022

Sucedió el 3 de marzo de 1937. El pleno del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética acordó la destitución de Nikolái Bujarin (1888-1938), uno de sus miembros más destacados. El NKVD —la policía política que había sucedido a la Cheka— se lo llevó detenido. Era la penúltima etapa de la ofensiva de otro comunista, Yezhov, para acabar con la carrera de su adversario. La última estación de ese camino fue el juicio-farsa al que fue sometido Bujarin y su ejecución al día siguiente de recaída la sentencia condenatoria. Nuestro hombre, uno de los tipos más peligrosos de las décadas de 1920 y 1930, acabó devorado por el monstruo que él mismo había creado. El comunismo se alimentaba —y se alimenta— de seres humanos; incluidos los propios comunistas

Así, la purga que estamos viendo estos días entre algunas facciones de la izquierda dista de ser una novedad. El cese de Enrique Santiago, secretario general del Partido Comunista de España y ex secretario de Estado para la Agenda 2030, y su sustitución por Lilith Vestrynge son la escenificación de luchas entre los distintos grupos de poder. No se trata, pues, de situar a los más competentes ni a los más leales, sino a cualquiera que pueda impedir el paso a los rivales. En un terrible vaivén histórico, los purgadores suelen terminar purgados —a Yezhov lo liquidó Beria siguiendo órdenes de Stalin— de modo que nadie puede dar por segura su posición. 

Alguien que defiende la Agenda 2030 ya ha optado por las élites globales, es decir, por la traición a los trabajadores

Sin embargo, hay una diferencia importante entre aquellos comunistas de los años 30 y estos de nuestros días. Los revolucionarios de la primera hora habían corrido riesgos. Muchos se habían jugado la vida en la Guerra Civil o se habían expuesto a largas estancias en prisión. Muchísimos tenían las manos manchadas de sangre. A lo largo de 20 años, habían tomado decisiones apocalípticas. Víctor Serge (1890-1947), un trotskista que logró salvar la vida huyendo a Bélgica, resumió así aquella época: “Por mi parte, sufrí un poco más de diez años de cautiverios diversos. Milité en siete países, escribí veinte libros. No poseo nada. Varias veces he sido cubierto de lodo por una prensa de gran tirada porque digo la verdad. Detrás de nosotros, una revolución victoriosa que dio mal resultado. Varias revoluciones fracasadas, un número tan grande de matanzas que da un poco de vértigo”. Estos comunistas de ahora ni siquiera se juegan nada. Se parecen más a “la nueva clase” que denunció en 1963 Milovan Djilas (1911-1995) que al Rubashov de “El cero y el infinito”, la gran novela de Koestler (1905-1983) en la que narra cómo fueron entregados desde Moscú a la Gestapo aquellos comunistas alemanes que se opusieron al pacto Ribbentrop-Molotov. 

En efecto, los comunistas de hoy ni siquiera pueden reivindicar aquella “revolución victoriosa que dio mal resultado”. Alguien que defiende la Agenda 2030 ya ha optado por las élites globales, es decir, por la traición a los trabajadores. Es la última de una serie de vilezas que comenzaron bien pronto. Los equivocados revolucionarios de la primera hora terminaron presos o muertos a manos de otros peores que ellos. Ahí está “Requiem”, de Anna Ajmátova (1889-1969) o la propia vida de Vsevolod Meyerhold (1874-1940), impulsor del Nuevo Teatro Soviético, detenido, torturado y fusilado en 1940. 

La consecuencia, ya lo dijo Juan Pablo II, es que “este mundo acabará por volverse contra el hombre”

No sucedió sólo en la URSS. También se dio, por ejemplo, en la Cuba de Fidel. Es innecesario recordar las circunstancias de la muerte de Camilo Cienfuegos o la misión disparatada que se le encargó a Ernesto “Che” Guevara. Ahí están los años que pasó en prisión Huber Matos, que narró su tragedia en “Cómo llegó la noche”. La impronta castrista se extendió por toda América. ¿Quién entregó a Rodolfo Walsh? Teniendo como hermanas cofrades en La Gaceta de la Iberosfera a Zoé Valdés, Karina Mariani y María Zaldívar, no hace falta insistir en la dimensión americana de las purgas comunistas. Lean sus columnas para ver cómo se las gastan el Foro de São Paulo, el Grupo de Puebla y todos los amigos de los Castro, los Chávez, los Maduro, los Ortega y tantos otros. 

En realidad, esta tendencia a la purga y la matanza la comparten todos los totalitarismos. También a Röhm y los “camisas pardas”, asesinos entre los asesinos, les llegó su hora en la Noche de los Cuchillos Largos (1934). Todos ellos pretenden construir un mundo sin Dios. La consecuencia, ya lo dijo Juan Pablo II, es que “este mundo acabará por volverse contra el hombre”. Esa pulsión homicida que el comunismo, el fascismo y el nacionalsocialismo llevan consigo la vieron Orwell y London. Algunos de los grandes escritores del siglo XX —Solzhenitsyn, por ejemplo— dedicaron sus mejores páginas a denunciar la inhumanidad radical de estas ideologías.

A fin de cuentas, resulta que el comunismo es inseparable de las purgas. 

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