Se va haciendo urgente otra ley de Memoria Histórica o de Memoria Democrática o de Memoria –por variar– Progresista. La liquidación de la marca SEAT, única industria automovilística de origen español, trae vagos recuerdos del franquismo que la inauguró a las mentes todavía no del todo bloqueadas por la ingente actividad legislativa y mediática a favor de la amnesia. Debería doler como la pérdida de Cuba, pero eso es ya pedir demasiado al país de la anestesia moral.
Para que todo fluya (esto es, se hunda) sin sobresaltos hay que tener a los historiadores absolutamente amedrentados. No se les vaya a ocurrir comparar los índices de actividad industrial del franquismo con los que tenemos ahora. O el crecimiento económico de ambos períodos. O el paro. O la presión fiscal. O la confianza en el futuro. O la situación de la clase media. O la pirámide demográfica. O la deuda pública. Las comparaciones son fascistas, esto es, doblemente odiosas, intolerables.
Y que nadie se precipite a considerar mi artículo como un panfleto suicida y nostálgico del franquismo. No estoy tan loco. Yo clamo por más y mejores antifranquistas. Esto es, políticos de izquierdas o de centro que no se conformen con prohibir su memoria o profanar su tumba de cuando en cuando, sino que gestionen tan bien este país que estén deseando hablar de Francisco Franco a todas horas. Para exhibir la mejoría que ellos han traído a España en lo industrial, en lo educativo, en lo macroeconómico, en lo demográfico y en la seguridad ciudadana, por ejemplo. Con eso se ahorrarían las leyes de memoria, el acoso a la libertad de expresión y hasta el feo hábito de escarbar tumbas y derribar cruces.
Partidario de otro antifranquismo, no sólo no creo que las comparaciones sean facciosas, sino que tampoco las considero odiosas y ni siquiera inútiles. De una sana competitividad saldríamos ganando todos, realmente. Yo nunca soñé con que Franco saliese de la tumba, sino que aspiraba a una España que supiese mejorar sus marcas. Prometían que sería muy fácil. Que pudo haberlo sido no lo dudo. Ahora quisiera verlo.
Lo que veo es la pérdida definitiva de un icono del tejido industrial patrio, sin que ninguna industria de peso lo sustituya ni se cree riqueza por ningún lado, ni siquiera en el campo. Al mismo tiempo, la vicepresidente del Gobierno de España se apresura a ponerse a los pies de un delincuente declarado como tal por el Tribunal Supremo. Como es un prófugo, la vicepresidente ha tenido que viajar a Bruselas, para que en Europa se enteren bien de la humillación de nuestro sistema legal. Se presume mucho de democracia, pero la democracia es la separación de poderes, el respeto a las leyes, el cumplimiento de las sentencias y la sujeción del Ejecutivo al ordenamiento jurídico. ¿O tampoco era eso?
No sé de qué podríamos presumir ahora en España o qué comparaciones podríamos ganarle a cualquiera, pero aseguro que yo querría que este país de ahora, que es el mío, que será el de mis hijos, tuviese una impecable hoja de servicios, unas tablas Excel de contabilidad saneadas y un orgullo productivo y emprendedor. Por favor, queridos antifranquistas, poneos las pilas. Dejad a Franco fatal con datos, con hechos, con logros, con realidades. Lo aplaudiremos.