El conservadurismo o, si se prefiere, la derecha, tiene mucho que ver con la sensibilidad social. No es un oxímoron, por mucho que algunos intelectuales de izquierda hayan pretendido apoderarse de lo social, y a pesar de que también ciertos dogmáticos ideologizados del otro espectro hayan pretendido renegar de algo tan intrínseco al bien común y a la correcta acción política. De hecho, alguien tan poco sospechoso como fue Luis Díez del Corral, historiador del liberalismo doctrinario, aseguró que el liberalismo español tuvo un carácter social, más hidalgo que burgués. Y esto también merece ser recordado.
Lo social, que en el fondo es ayudar e integrar, es puro conservadurismo. Y esto es así en cuanto que lo conservador implica una enorme vocación de servicio, un compromiso ineludible con el compatriota y con los vínculos sociales naturales. Y para eso, frente a lo que la izquierda ha pretendido hacer ver, los conservadores de primera hornada, como, por ejemplo, Burke, ya trataron la importancia de las reformas:: y, entre nosotros, Balmes se ocupó del valor de restaurar y de realizar reformas sociales y evoluciones.
De hecho, fue algo muy propio de conservadores ejecutar una acción social antisocialista. Incluso con carácter previo al surgimiento del socialismo, reacción y consecuencia éste del individualismo económico liberal, muchos dirigentes y pensadores del ámbito de las derechas abogaron por esa visión social del quehacer político. Baste para ello repasar el magnífico libro de González Cuevas sobre la Historia de la Derecha Española, donde queda esto extraordinariamente reflejado.
Han sido los dirigentes que tuvieron importantes cotas de poder sobre los que, mayormente, se han acaparado los estudios sobre las políticas sociales. Sobre esta visión de Cánovas del Castillo se puede decir mucho, pero traigo su De cómo he venido yo a ser doctrinalmente proteccionista, defendiendo el trabajo nacional, o su Comisión de Reformas Sociales, un organismo público que estudió las condiciones de vida y de trabajo de los trabajadores y que propuso reformas normativas para mejorarlas. De Francisco Silvela el regeneracionismo conservador y, muy en particular, el Instituto de Reformas Sociales también de Eduardo Dato y Antonio Maura. De Dato destaquemos sus leyes de accidentes y de trabajo, la ley de huelga y la creación del Ministerio de Trabajo; y de Maura, lo más social, fue el maurismo, movimiento para el que la reforma social y la defensa de la identidad fueron esenciales.
Una de las figuras más destacadas del pensamiento social conservador en el tránsito del siglo XIX al XX fue Eduardo Sanz y Escartín (1855-1939). Se trata de uno de los exponentes más capaces y autorizados del conservadurismo, aunque todavía es poco conocido y, en consecuencia, escasamente leído y menos aún citado. Navarro de nacimiento, licenciado en Derecho y Filosofía y Letras en Zaragoza, se doctoró en Derecho en Madrid. Ingresó en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, y fue diputado, senador y gobernador civil en varias provincias. Además, fue presidente del Instituto Nacional de Sociología y del Instituto de Reformas Sociales, gobernador del Banco de España, y también el segundo ministro de Trabajo de la historia de España en 1921 durante el gobierno de Manuel Allendesalazar.
En la última década del siglo XIX concentró su mayor obra intelectual. En 1890 publicó La cuestión económica, Nuevas Doctrinas, Socialismo de Estado, Crisis agrícola y Protección arancelaria. Este libro, fundamental en su pensamiento, será la primera de su trilogía sobre el “problema social” a los que se unirían El Estado y la Reforma Social (1892) y el Individuo y la Reforma Social (1896), su obra más difundida. Entre otros asuntos se centró en el trabajo de mujeres, niños, jornadas de trabajo y en el descanso dominical. Entre sus escritos destaca, asimismo, su discurso de entrada en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas De la autoridad política en la sociedad contemporánea (1894), foroen donde debatió sobre las revoluciones, el socialismo, las huelgas, la emigración, el descenso demográfico y la reforma agraria.
Sanz y Escartín, siempre en el Partido Conservador, fue un reformista social frente a las tesis del liberalismo y del socialismo, a las que criticó. Para Sanz y Escartín el Estado debía intervenir en materia socioeconómica, esto es, defendía la idea de una función protectora y racionalizadora del orden económico-social por parte del Estado. Pero, en coherencia con su conservadurismo católico, tal defensa estuvo muy lejos del llamado «socialismo de Estado». De hecho, llegó a afirmar que la prosperidad de los pueblos y el predominio del marxismo eran incompatibles. Se llevó por sus ideas los aplausos del líder conservador Antonio Cánovas del Castillo, quién le admiró por su pensamiento y ensalzó su visión sobre la productividad, el consumo y el reparto de la riqueza.
En su perspectiva, al Estado le correspondía, por medio del Derecho, armonizar los intereses del capital y del trabajo y así propiciar el desarrollo socioeconómico nacional. La razón del Estado y el objetivo de la ley fue, en su pensamiento, el bien común. Y por eso impulsó la intervención del Estado para velar por la justicia tanto en el ámbito de la economía, como en el de las relaciones del trabajo. En la misma línea también que el líder conservador Eduardo Dato, se esmeró en aminorar los males del proceso moderno de industrialización, y mejorar la situación de los trabajadores nacionales, haciéndoles partícipes de los beneficios de la prosperidad.
Desde la teorización de la economía política, Sanz y Escartín fue partidario de la escuela realista o escuela económica histórica. La economía, de esta manera, debía ser una ciencia dedicada al análisis riguroso de la realidad, y no a la deducción de teoremas ideologizados, fruto de teorías intelectuales y autorreferenciales. Por esa razón creyó en el desarrollo del conocimiento económico como resultado de estudios empíricos e históricos de rigor, es decir, analizando toda la realidad social, incluyendo, por ejemplo, la historia, el derecho, la psicología y la moral.
Por último, Sanz y Escartín también mostró sus opiniones acerca de la organización territorial de España. Fue claro: apoyaba una descentralización administrativa en las regiones, pero nunca política. Para él, la autonomía política de las regiones comprometía en España la unidad nacional. “Hay en España otra tendencia que persigue solo la descentralización administrativa por regiones, y que, lejos de procurar la división política y el relajamiento de los vínculos que constituyen la unidad nacional, mantiene eficazmente la unidad y la supremacía de la Nación”, dijo. Al igual que expresó que “la verdadera unidad solo se consigue cuando se ha logrado establecer, junto con la unidad vigorosa del Estado, una racional descentralización en los servicios públicos”.
Eduardo Sanz y Escartín es una figura en la que profundizar a efectos de conocimiento y de análisis de su pensamiento; si no debe ser necesariamente objeto de emulación es porque —como también entendió él mismo— la política debe vincular a las circunstancias del lugar, de la época y del momento. En todo caso, la aproximación a esta figura debe realizarse desde el conocimiento de la Historia.