«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
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Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.
Itxu Díaz (La Coruña, 1981) es periodista y escritor. En España ha trabajado en prensa, radio y televisión. Inició su andadura periodística fundando la revista Popes80 y la agencia de noticias Dicax Press. Más tarde fue director adjunto de La Gaceta y director de The Objective y Neupic. En Estados Unidos es autor en la legendaria revista conservadora National Review, firma semalmente una columna satírica en The American Spectator, The Western Journal y en Diario Las Américas, y es colaborador habitual de The Daily Beast, The Washington Times, The Federalist, The Daily Caller, o The American Conservative. Licenciado en Sociología, ha sido también asesor del Ministro de Cultura Íñigo Méndez de Vigo, y ha publicado anteriormente nueve libros: desde obras de humor como Yo maté a un gurú de Internet o Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti, hasta antologías de columnas como El siglo no ha empezado aún, la crónica de almas Dios siempre llama mil veces, o la historia sentimental del pop español Nos vimos en los bares. Todo iba bien, un ensayo sobre la tristeza, la nostalgia y la felicidad, es su nuevo libro.

Pagar por cualquier tontería

11 de noviembre de 2020

El Gobierno de España ha decidido equiparar la velocidad máxima en las ciudades a la de la economía española, con un tope de 20 a 30 kilómetros por hora. Esto significa que si vas al trabajo montado en burro llegarás mucho antes que si lo haces en coche. Y tiene además la ventaja de que al burro lo puedes dejar amarrado en la puerta, como en la canción de El último de la fila, que si algún guardia urbano decide ponerle una multa, lo más probable es que se la coma, que es lo que siempre quieres hacer tú y no te atreves. 

Hasta la aparición de los socialistas, la Historia de la Humanidad ha sido la de un montón de tipos inventando trastos que permiten desplazarse a gran velocidad sin matarse y sin sufrir agujetas al día siguiente. Eso nos diferencia de las bestias. Los guepardos van más rápido, pero a la mañana siguiente no pueden moverse de cama, y vuelven locos a todos sus familiares pegando gritos para que les lleven a cama agua con azúcar. Cuando en Mesopotamia descubrieron la rueda -solo Joe Biden lo recordará-, no pensaron en hacer molinos, sino en juntar cuatro de ellas, poner unos maderos encima, y salir pitando a toda velocidad para alcanzar al vecino en la carrera de carros. Eso ocurrió unos cuantos miles de años antes de Cristo, que vino y descubrió el teletransporte, y dejó el empeño humano por la velocidad en una estúpida carrera de sacos.

No obstante, Henry Ford proclamó como un mesías la creación del Ford T en 1908. Tras su hallazgo dijo aquello de “voy a construir un coche para el pueblo, el automóvil universal”. Y, atendiendo a la normativa española de hoy, se equivocó. Debería haber construido un burro. No sé cómo se hace pero supongo que juntando a un par de ministros, macho y hembra, te sale uno. 

Detrás de esta obsesión por la velocidad de la izquierda no hay ninguna preocupación por la seguridad vial

Dice el Gobierno que estos nuevos límites de velocidad, que más bien son meras excepciones al estatismo, son para terminar con los atropellos. Sin embargo, también se equivocan en eso. Con los coches a veinte kilómetros por hora por las ciudades se van a multiplicar los atropellos de peatones a automóviles. La situaciones serán de lo más embarazosas.

– Disculpe, apuesto caballero, no me ha dado tiempo a frenar -dice la ancianita.

– Pero señora, ¿para que lleva el bastón? Lo clava usted en el piso un poco antes y no me estropea la chapa. ¡Si es que van ustedes como locas!

– El pacharán, joven, el pacharán.

Con el nuevo límite de velocidad habrá que buscarle usos alternativos al coche, porque conducir por la ciudad será una pérdida de tiempo, a menos que te apetezca calcetar mientras tanto. Yo ya estoy pensando en instalar mi auto en la cocina, junto al congelador, para cuando estás viendo el fútbol, necesitas urgentemente una nueva cerveza y el árbitro pita penalti. No sé ustedes, yo he llegado a alcanzar la velocidad de la luz en los segundos previos a un lanzamiento desde los once metros. En una final de Champions, fui tan veloz que me salté la nevera, me bebí el Fairy, y me pasé la noche echando pompas por las orejas. Pero me desvío, y yo había venido a meterme con el Gobierno.

Tienen los socialistas un extraño problema con la velocidad. No olvidemos que en 2011, el ahora comunista José Luis Rodríguez Zapatero decidió bajarnos la velocidad en autopista a 110 km/hora, situando a España en cabeza como el país más lento de la Unión Europea. El Gobierno de Rajoy no subió a 130 ese límite como habríamos deseado, pero da lo mismo, porque una de las primeras cosas que hizo Pedro Sánchez al asaltar La Moncloa fue bajar la velocidad en carretera de 100 a 90 km/hora. Nótese que lo hizo tan pronto como tomó posesión del Falcon 900B, que es un automóvil oficial que va por el aire y que circula a unos 927 kilómetros por hora, ofreciendo a los distinguidos pasajeros la excitante aventura de divisar desde las ventanas cómo los idiotas de los ciudadanos normales transitan a paso de caracol por las colmenas asfaltadas de las urbes de España. El socialismo se parece bastante a aquel videojuego clásico de los 90 en el que podías conducir y despeñar por un acantilado a un pelotón de obedientes lemmings.

Es una de las muchas medidas desesperadas del Gobierno para tratar de rapiñar hasta el último céntimo de los bolsillos de la clase media española

Detrás de esta obsesión por la velocidad de la izquierda no hay ninguna preocupación por la seguridad vial. En realidad, es una de las muchas medidas desesperadas del Gobierno para tratar de rapiñar hasta el último céntimo de los bolsillos de la clase media española, para disimular que se están quedando con las arcas vacías, que ahora hay que pagar las pensiones y la extra de Navidad, que acaban de enchufarle 451 millones de euros al ministerio de Igualdad, para que a Irene Montero Jotía no le falte de nada, que las previsiones para 2021 no hay por donde cogerlas, y que en los baños de los ministerios y en voz baja los funcionarios ya se preguntan que a ver de dónde demonios sacamos la pasta. Así, la mejor forma de pagarte pensiones y subsidios es quitártelas previamente multándote por las cosas más estúpidas. Es una interpretación alternativa a la teoría de la redistribución de la riqueza pero en la versión bolivariana de Sánchez-Iglesias: teoría de la redistribución de la pobreza.

En realidad, si de verdad el Gobierno de Sánchez quisiera luchar contra los atropellos, tendrían que hacer una ley de protección del sufrido contribuyente español. 

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