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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La palabra

1 de marzo de 2017

El lenguaje, hablado y escrito, tal como lo conocemos en Occidente, surgido entre las brumas del comercio fenicio, esa maravilla de comunicación surgida del ingenio singular y único de la especie humana a lo largo de milenios de evolución racional y lingüística, transmitido de generación en generación, depositario de la memoria colectiva,  el instrumento que nos permite a nivel de persona captar, pensar y ordenar nuestras ideas de manera sencilla y a su vez transmitir esa experiencia y conocimientos a lo largo de siglos, está pasando por un momento crítico.

Se debe esta circunstancia a dos factores coincidentes aunque no relacionados:  el primero es la aparición con las nuevas tecnologías informáticas  de un nuevo, aunque en esencia primitivo, modelo de lenguaje, que se parece más a los sistemas de ideogramas arcaicos, por ejemplo, egipcios o sínicos, que consiste en representar conceptos o ideas, mediante iconos, a diferencia de un discurso estructurado de signos intercambiables con una infinita variedad de matices sin necesidad de abrumar a la persona con toneladas de bibliotecas de ideogramas, cuya comprensión está en proporción directa al grado de erudición del sujeto.

El sistema simbólico universal está completamente fuera del alcance del ciudadano medio, que solo conoce un número limitado de símbolos que son los que maneja lo que reduce su potencial de análisis o capacidad de raciocinio. Esa apertura al mundo y al conocimiento universal  fue la  inconmensurable contribución al progreso de la humanidad  de los comerciantes mediterráneos…

El segundo factor que pone en peligro la comprensión conceptual colectiva, es decir la capacidad para distinguir entre hechos, ideas, opiniones  y alcanzar conclusiones proporcionadas y coherentes para emprender la acción más conveniente según nuestro criterio, independientemente de que la conclusión alcanzada sea correcta o no lo sea,  es que se está tergiversando deliberadamente el sentido de las palabras, jugando y manipulando el significado de las mismas con objeto de confundir y dirigir a los sujetos en una dirección determinada.

Si a estos dos factores unimos la falta de lectura entre las nuevas generaciones y la omnipresencia de los medios alternativos de comunicación, visual o auditiva, que conceptualmente son de una mayor imprecisión, en cuanto a que obedecen a parámetros y objetivos diferentes, igualmente válidos en su esfera de conocimiento y experiencia, pero donde la subjetividad interpretativa tiene un horizonte infinitamente más amplio, tenemos la tormenta perfecta. Por ejemplo: una imagen es susceptible de ser interpretada de múltiples maneras y en muchos sentidos sin apartarnos del contenido de la misma,  mientras una hipótesis filosófica puede ser aceptada o rebatida, matizada si se quiere, pero comparada con la ilustración es absolutamente limitada, salvo que se pretenda mentir abiertamente en cuanto a la misma, que por cierto es lo que hoy en día se está practicando hasta el hartazgo…De ahí el peligro para el lenguaje.

Es cierto que referirnos a la utilización y comprensión del  lenguaje en términos generalizados examinando la situación presente y la de épocas anteriores, no sería una comparación ni honesta ni justa si no reconociésemos las enormes diferencias que han existido en esta materia en el pasado, dependiendo del sector o núcleo social al que pertenecieran las  personas que tomásemos como base para analizar el problema. Es un hecho absolutamente cierto que el analfabetismo era una realidad omnipresente en todas las sociedades de Occidente hasta hace bien pocos años, no digamos en el resto del mundo, por tanto la capacidad de lectura o escritura de la inmensa mayoría de la población era prácticamente nula, y por tanto el acceso al conocimiento o la cultura estaba limitadísimo, se reducía a una serie de minorías cultivadas que se comunicaban prácticamente entre ellas, mientras el resto de la población seguía inmersa en una ignorancia profunda y utilizaba un lenguaje limitadísimo que se reducía a mal expresar sus deseos y necesidades más elementales.

Sin perder de vista los avances en alfabetización conseguidos, sería bueno insistir en  que lo deseable, a lo que debería aspirarse,  sería que el progreso se manifestara en  todos los campos y en particular en este: el lenguaje que es consustancial con la condición humana, debe ser protegido de la demagogia y la manipulación, habría que procurar elevar la expresión hablada y escrita de las masas, para  disipar ese nivel de ignorancia atávica, que resulta tan peligrosa en manos de vendedores de utopías.

Es pedir  lo imposible, pero resulta vergonzoso ver el grado de degeneración en la utilización del lenguaje hoy en día, incluso entre minorías que deberían ser ejemplo de dicha corrección, esa es la cuestión; antiguamente, no tan atrás,  era solo una minoría la que utilizaba  la expresión hablada y escrita de forma correcta, comprensible y eficaz, pero esa  minoría iba ampliándose: un gran número de personas  accedían a través de la educación pública o privada a ese nivel, era la aspiración del conjunto social, se suponía que la educación no solo formaba sino que dignificaba  y elevaba.   Sin embargo hoy es como la plaga,  de unos años a esta parte parece  justo lo contrario, existe un culto a la incultura, a la zafiedad, a la vulgaridad, cuanto más “natural”, entendiendo por tal el más lerdo, más se le ponderan sus ocurrencias, cualquier ignorante se permite el lujo de pontificar por los medios o las redes, afirmando lo primero que se le ocurre y lo asombroso es que se le rinde incluso pleitesía.

Es comprensible, cuando aquellos que deberían dar ejemplo en la escena pública, tanto mediática como política o universitaria, no lo dan, cuando no se exige en el actual sistema docente un mayor nivel de exigencia todo el sistema se resiente, se embrutece, se alcanza la igualdad en la alcantarilla.

 

El placer de escuchar  un idioma  bien halado, o leer un  texto bien escrito, sumergirnos en un discurso que resulta perfectamente comprensible, con toda una parafernalia de  matices, cuidada la diversidad y elasticidad de la acción y comprensión humanas, es un placer, no solo formal sino emocional, que nos recuerda lo que podemos perder como personas si se pierde el verdadero sentido del lenguaje y de la palabra, al sustituirlo todo por un “clic”…   

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