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La Gaceta de la Iberosfera
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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

Pan sin sal

18 de abril de 2022

Nadie, ni siquiera yo, parece haberse percatado del gravísimo liberticidio yacente en la medida de obligar a los panaderos a reducir el porcentaje de sal en el producto que todos los días llega a nuestra mesa. Hasta tal punto nos hemos acostumbrado a la tiranía progresista y, por ello intervencionista, que ya ni siquiera protestaríamos si encontrásemos un intruso o una intrusa escondida debajo de la cama. ¡Qué buenos son los padres monclovitas que nos bajan la tensión! 

Se dice de alguien que es «un pan sin sal» cuando es aburrido, monótono, soso y poco propenso a las bromas o al humor. La expresión viene de la Toscana, donde se cree o se creía que el pan es un mero acompañamiento de la comida y no tiene que destacar sobre el resto de ella.   Durante la segunda guerra emprendida por nuestro César Carlos contra Francisco I de Francia en suelo italiano se produjo el famoso «sacco di Roma». El papa Clemente VII, que era un Medici y que hasta entonces había sostenido al monarca francés, tuvo que rendirse al Habsburgo tras pasar varios meses encerrado en el Castel Sant’Angelo. En el almuerzo en el que el pontífice reconoció oficialmente su derrota hubo grandes cantidades de pan toscano, o sea, sin sal, lo que era inaceptable para el paladar de los comensales españoles. Éstos, asqueados por la actitud sumisa y humilde del Papa durante los días en que se redactó la capitulación, apodaron de forma burlesca a Clemente VII «el pansinsal». Esa expresión, que no existe en italiano, pasó enseguida al acervo del castellano y ahora, a impulsos de sabe Dios qué necios intereses y de la voluntad de intromisión en la vida cotidiana de quienes quieren convertir en súbditos, el sátrapa de la Moncloa y sus monaguillos la convierten en lo que acaso sea el más grotesco y caricaturesco de sus trágalas. ¿Acaso no se ha dicho siempre que con las cosas de comer no se juega?

¿Por qué no declaramos un mes de risueña huelga en el que todos los damnificados por la decisión del Gobierno dejemos de comer pan?

Casi no cabe llegar más lejos en el constante cercén de las libertades cívicas, aunque seguro que algo todavía más invasivo se les ocurrirá. Lo de obligarnos a llevar un alcoholímetro en el coche, por ejemplo, no está nada de mal. Dentro de poco tendremos que instalar un miniquirófano en el maletero y que alojar en la parte trasera del vehículo a un cirujano, un anestesista, una enfermera y un sacerdote por si es necesario aplicar a alguno de los pasajeros la extremaunción.

Conste que yo apenas como pan, porque el de Madrid, con excepciones difíciles de encontrar, es muy malo, el peor, seguramente, de Europa, y el camelo de la masa madre, unido a esa abominación que son las levaduras artificiales, se lo ha acabado de cargar.

Voy a concluir esta columna con una confesión, una propuesta y un consejo…

La confesión: cuando yo era niño, en la playa de Alicante, ciudad en la que veraneaba, paseaban a media mañana vendedores cuya mercancía eran panecillos de pan sin sal, que me encantaban. Pero no era obligatorio comprarlos ni comerlos. Tampoco, por supuesto, elaborarlos. Ahí está el detalle y el quid de la democracia: en la delgada línea que corre entre lo voluntario y lo obligatorio.

La propuesta… ¿Por qué no declaramos un mes de risueña huelga en el que todos los damnificados por la decisión del Gobierno dejemos de comer pan? Piénsenlo.

Y el consejo… Tengan siempre al alcance de la mano, cuando se sienten a la mesa, un salero. No será lo mismo, pero algo hará.

Buen provecho.

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