«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

Papá, cuéntame otra vez

6 de junio de 2023

Queriendo llamar a las barricadas, el manifiesto por la unidad de la izquierda empieza como una composición digna de un Aute o un Silvio Rodríguez : «Negras tormentas agitan los aires, nubes oscuras nos impiden ver (…)». Se respira el ambiente opresivo y asfixiante que sólo los plúmbeos cantautores de hace medio siglo eran capaces de transmitir. No hay rastro del estilo moderno que gastaría Kutxi Romero con su «Piojoso tour» (2008). Nada que Pablo, a la guitarra, tocaría para Irene una suave tarde primaveral galapagueña. Esta cosa de los abajofirmantes progresistas es decadentismo del bueno. Tiene algo de protestón y pata de elefante, pero revisitado por Frida Giannini y paseado por Malasaña.

Un fantasma recorre la península y no es el que Rozalén, Juan Diego Botto, Pepe Viyuela o cualquier Bardem —da igual cuando lea esto— entre otros hubieran querido que se les apareciese. Después de las elecciones del 28M, ellos y otras adhesiones al manifiesto escuchan psicofonías. Un ruido lejano de golpe, un clásico que nunca falla: «La derecha y la ultraderecha están preparadas y listas para asaltar y tomar las riendas del Gobierno del Estado (…)». Volvemos a la alerta antifascista, que siguen vendiendo con un empaquetado que imita lo vintage, como si fuera un producto alimentario de gran consumo y no algo cuidado que uno compraría en la Garbancita ecológica. Papá, o a estas alturas el abuelo, nos vuelve a contar ese cuento tan bonito en el que no faltan «luchadores por la libertad», intelectuales y artistas que quieren combatir «la gran contrarreforma para anular toda consolidación de derechos civiles y sociales».

Una sospecha la elección del término «contrarreforma» tan poco casual como el de «negacionista» aplicado en otras circunstancias. Ya se sabe, «nos equivocamos de Dios en Trento» y nos equivocaríamos si pretendiéramos terminar con el ascendiente que ejercen los abajofirmantes en determinados ámbitos. Hablan de la anulación de los «derechos civiles» como si, en virtud de unos resultados electorales, nuestra Españita fuera a convertirse en la Alabama de hace sesenta años. Esos derechos son, por encima de todo, los suyos: su primae noctis ideológica y sus círculos de influencia en el ámbito universitario, en ciertos medios, en el Ministerio de Cultura y en toda aquella institución estatal o paraestatal susceptible de ser colonizada.

Quizá el síndrome postraumático que han sufrido al vivir la noche electoral les hace ver un doberman donde otros vemos un cariñoso perro labrador dispuesto a no estropear su jardín. A fin de cuentas, eso es el PP, un partido que conserva las esencias progresistas durante los interregnos parlamentarios del PSOE y sus socios. En el Régimen de 2004, que es la sublimación y adaptación de 1978 al mundo de hoy, el consenso socialdemócrata (base de la democracia liberal desde 1945) siempre gana. 

Parte interesante del manifiesto es su reflexión sobre «las élites de la oligarquía», «que siempre se han servido de las derechas y la ultraderecha para impedir cambios que les supusiese obstáculos para garantizarse la acumulación de capital en poco tiempo a costa de un trabajo precario y mal pagado». Es de sobra conocido que el trabajador y su causa fueron abandonados hace tiempo por la izquierda que firma el manifiesto. Han dejado la parte económica en manos de esa oligarquía que tanto critican para compartir trinchera con ella en lo ideológico. 

El escrito termina apelando al «diálogo fraterno», en un divertido guiño masónico muy de III República francesa. El redactor del manifiesto, un intelectual, no se ha ahorrado ni uno de los marcadores que caracterizó a las distintas izquierdas que pulularon por el mundo el siglo pasado. Arranca con aires protestones setenteros para luego pasar al clasicismo de los años 30 y acabar con un toque de mandil de krausista con canotier.

Tiene madera de cantautor.

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