El papa Francisco no visitarĆ” EspaƱa en el aƱo 2015, no quiere hacerlo, cae fuera de su propósito en acercarse a ālas periferias geogrĆ”ficas y existencialesā, segĆŗn nos dice el comunicado de prensa de la Conferencia Episcopal EspaƱola. La celebración del V Centenario del nacimiento de santa Teresa, unida a la invitación cursada por el gobierno y el Rey, no han sido suficientes para que el PontĆfice, siquiera en una āvisita breveā, se hiciera presente en Ćvila y Alba de Tormes.
Celebrado por muchos y denigrado por no menos, el Cardenal Vicente Enrique y Tarancón fue el hombre elegido por Pablo VI, una figura decisiva para el cambio con el fin de liderar una nueva etapa en la Iglesia católica espaƱola. Aquel momento era muy complicado, pero el carisma de Tarancón, su poderosa visión en las relaciones Iglesia-Estado y, sobre todo, los obispos y colaboradores que estaban a su lado no sólo consolidaron su liderazgo sino que contribuyeron a debilitar a sus rivales ideológicos. Donde antes habĆa un prelado cercano al franquismo, se encontraba ahora un obispo progresista. No es difĆcil pensar entre los primeros en Guerra Campos o Marcelo GonzĆ”lez, y entre los segundos en Fernando SebastiĆ”n o el jesuita MartĆn Patino.
La historia se repite. Ahora es Ricardo BlĆ”zquez el elegido por Francisco, el mismo que el 19 de noviembre de 2007, en la XC Asamblea Plenaria del Episcopado EspaƱol salmodiara la excelencia de Tarancón con motivo del centenario de su nacimiento, refiriĆ©ndose a Ć©l como āun don de Dios para la Iglesia y la sociedad espaƱolaā, capaz de responder con dignidad al desafĆo que le planteaba la aplicación del Concilio en aquella etapa de la transición de nuestra sociedad. En la actualidad, el nivel intelectual en la cĆŗpula de la Iglesia es mediocre comparado con aquĆ©l (es de mal gusto cotejar a SebastiĆ”n con Carlos Osoro, o al jesuita MartĆn Patino con Gil Tamayo) y las circunstancias en la Iglesia son distintas, encontrĆ”ndose hoy la institución mĆ”s bien cómoda en el sistema democrĆ”tico espaƱol, a cuyo asentamiento contribuyó de manera notable.
Con la ausencia de su visita a EspaƱa en el aƱo 2015 se debilita el gris liderazgo renovador y aperturista que el mismo Papa ha liderado, secundado por los entresijos del mundo mediĆ”tico, mĆ”s afĆn al laicismo que a Roma. MĆ”s allĆ” de que la polĆtica de comunicación de la Conferencia Episcopal haya quedado en entredicho cuando ha sido la Santa Sede quien ha tenido que manifestar la ausencia del Papa, si alguien parece enojado con semejante decisión es la ejecutiva del episcopado espaƱol, ācontrariadaā por la agenda pastoral del Papa, que no desea realizar un viaje de ida y vuelta, al no verse Ā reforzada su propia renovación ni alimentar cambios sustanciales en el perfil del episcopado espaƱol, a pesar de su envejecimiento, la evidente relegación de algunos auxiliares y los lógicos cambios en lugares estratĆ©gicos.
Hoy en la Iglesia de EspaƱa se respira incredulidad ante lo ocurrido con monseƱor UreƱa en Zaragoza, sobre quien se extiende un manto de silencio y hermetismo absolutos, y no poca indignación entre las declaraciones de los obispos del sur de EspaƱa y algĆŗn medio ideologizado y tendencioso sobre la supuesta doble vida del arzobispo de Granada, monseƱor Javier MartĆnez. Sin duda, algunos medios dedicados a la información religiosa no realizan sus acciones a partir de la responsabilidad de la fe, sino buscando con ambigua destreza eliminar al adversario ideológico y conseguir ventajas personales.
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No quiere el Papa venir a EspaƱa. En una cultura donde la fe religiosa estĆ” arrumbada por el pensamiento Ćŗnico, instalada en la oclusión laicista y el desprecio hacia el clero, donde se produce desde los medios de comunicación, la educación y las leyes un deliberado esfuerzo por eliminar nuestra historia, espiritual y culturalmente conducida e inspirada por la profesión de la fe católica, y donde se intenta sustituir la Ć©tica por la religión como algo apremiante y se venera la imposición de la āideologĆa de gĆ©neroā en todos los estratos de la sociedad, la retracción del papa Francisco, orientando su deseo de āoler a ovejaā en otra dirección, causa malestar, alivio y no poca incomprensión. Pero, sobre todo, deja en EspaƱa un poso de manifiesta ignorancia sobre la situación religiosa de nuestra sociedad, āperifĆ©ricaā como pocas, y contribuye a una notable ambigüedad sobre el proceso renovador que el mismo Francisco decide dar a la Iglesia.Ā