Francina Armengol es de las personas menos válidas del Partido Socialista. Era sólo cuestión de tiempo que al perder la presidencia de Baleares por su gestión nefasta —niñas tuteladas violadas y sin investigar incluidas—, acabase recibiendo por parte de Pedro Sánchez un cargazo como el que ostenta. Francina, a la que yo cariñosamente llamo Paquita porque las personas inoperantes me despiertan ternura, aunque sea a ratos, no sirve ni para hacer discursos llenos de mentiras pero que movilicen a los suyos, como Óscar Puente.
Paquita Armengol no conoce el más elemental protocolo. O si lo conoce, se lo salta. Tampoco sabe lo que es el pudor, y se presenta en el Congreso, que preside, lo mismo vestida —por decir algo— con una especie de salto de cama de estampado de baldosas, que con un trajecito azul de mangas campana con pegatinas brillantes con el que no se sabe muy bien si pretende interpretar una canción de ABBA o hacer un número de patinaje artístico, como vimos este martes mientras juraba la Constitución la pobre Princesa Leonor. De las bailarinas que parecían de las que dan en las bodas porque se pueden llevar dobladas en una bolsita, mejor no digo nada. Pero para llevar zapatos que te hagan parecer en público una señora que sufre dolores de pies, mejor ir descalza. Total, hace el mismo efecto.
La presidenta de la Cámara Baja tampoco conoce bien las lenguas regionales: consiguió hablarlas todas mal durante su discurso de la jura. Iría un paso más allá: diría que consiguió hablar mal hasta el español. Tenía razón Ortega, se puede ser tonto en cinco idiomas. Incluso en seis. Aun así, el momento cumbre del discurso de Paquita no tuvo nada que ver con el vestido que le había robado a una gogó travesti ni con su inexistente don de lenguas. Ni siquiera cuando habló de feminismo, ecologismo y otras bobadas que no tenían nada que ver con lo que se celebraba, en una intervención que le podía haber escrito perfectamente Yolanda Díaz mirando al horizonte. El instante que a mi me ha vuelto monárquica se produjo cuando paró de leer ¡para rascarse la pierna! Menos mal que sólo le picó una rodilla, porque si se le llega a doblar la faja en ese momento, para el acto de la heredera al trono y se la recoloca ahí mismo.
Decía que yo no he sido nunca muy monárquica, pero con Sánchez y compañía me estoy haciendo felipista. No de González, que pregunta muy airado por quién le tomamos cuando le interrogan acerca de si él hubiera ido a ver a Puigdemont. Pues lo tomamos por un socialista sectario, por no decir algo más feo, que vota a su secta criminal aunque se lleve a España por delante. Yo me estoy haciendo felipista sexista. De Felipe VI. Porque la Familia Real es, en comparación a las Yolandas, Iones, Irenes y compañía, la única institución que todavía nos hace parecer un país serio y respetable hoy en día.
Sánchez tampoco da mucha mejor imagen que Armengol. Es increíble que consiga lucir siempre mal los largos de los trajes de etiqueta. Le debe coger los bajos Adriana Lastra. Si increíble fue su aparición hace unos años con un frac tan apretado que parecía que iba desnudo y con body painting, no lo fue menos su manera de lucir el chaqué en la jura solemne. Tanto bótox en la cara para ir por ahí con una joroba. De ahora en adelante, en vez de lanzar maldiciones a mi enemigos con el socorrido «pleitos tengas y los ganes», les diré «no te deseo el mal, pero ojalá te quede el chaqué como a Pedro Sánchez».
Daba gusto ver, en cambio, a Leonor. Guapa, sencilla, educada. Tan joven y tan en su papel. Fue un rayito de esperanza entre tanto mequetrefe que a diario vemos en el Congreso. Cualquier día de estos me armo de valor y grito «¡Viva el rey de España! Y la Princesa Leonor».