«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

Paraíso y tecnología

3 de enero de 2025

En el futuro los hombres trabajarán más porque tendrán que alimentar a más viejos, a menos niños y a los que no trabajen, que serán muchos. Por supuesto, la intimidad casi no existirá. Lo advirtió Antonio Gala en 1991 y, como a Casandra, nadie le escuchó… a excepción del mejor entrevistador que uno recuerda, don Jesús Quintero. Gala vislumbró los peligros de la tiranía tecnológica a la que hoy asistimos y confiesa al loco de la colina que paraíso y tecnología son palabras opuestas, pues el Edén jamás puede ser robótico.

En tiempos de inteligencia artificial las reflexiones de Gala nos confirman que el hombre va por delante de la máquina y que la Historia reserva sus páginas más oscuras a todos aquellos que construyen paraísos terrenales, que no hay distopía que no acabe siendo barrida por una buena bofetada de realidad. Quien va contra la naturaleza (lo observamos en muchos campos, véase la ideología de género) acaba siendo arrastrado por ella. Entre ideología y realidad, en palabras de un sabio profesor, quedémonos siempre con la segunda.

Gala también dice que el alma del hombre no tiene encaje en una tecnocracia, que es como las élites llaman de forma interesada a su modelo que arrasa identidades, culturas y tradiciones. Quizá nunca comprendimos que el sueño de la razón produce monstruos hasta que ese poder global —cada vez menos invisible, cada vez más tiránico— mostró toda su crudeza durante la epidemia: nos encerraron en casa para combatir a un virus y los profetas del progreso nos vendieron que esta medida más propia de la Edad Media era en realidad pura ciencia. Quienes soñaban con el Gobierno de los mejores y los tecnócratas (las élites de Cayetana) nos legaron una dictadura de bata blanca, bozal y «pinchazos sin efectos secundarios» que, como toda tiranía, se impuso a través de la compra de los medios de comunicación. Y mientras el PSOE, gran siervo de la banca y el poder transnacional, registró una iniciativa en el Congreso para la eliminación del dinero en metálico.

Esta obsesión por el control total y el fin del anonimato también la vaticinó Gala cuando habla de la pérdida de nuestra privacidad, algo que no hemos votado pero que nos imponen mientras tratan de convencernos de que es lo mejor porque a cambio usamos aplicaciones de mensajería instantánea o mapas que nos guían hasta por la carretera más perdida del mundo. Omiten, sin embargo, lo esencial: el negocio para estos gigantes tecnológicos somos nosotros por la información que les proporcionamos usando sus productos.

Con tales avances en nuestra libertad, el transhumanismo se frota las manos, pues el siguiente paso sería que las máquinas hagan todo por nosotros, lo que equivale a que los hombres dejen de ser tales. Claro que siempre es por nuestro bien, ya que uno de los signos de nuestro tiempo es amar a la humanidad en abstracto mientras se desprecia al hombre con nombre y apellidos, con sus problemas reales, virtudes y miserias. Salvar a la humanidad y rechazar al hombre en toda su dimensión: sus tradiciones, identidad, cultura, sentido de pertenencia, su yo incardinado en una civilización que, por supuesto, también es progreso tecnológico (como comprobaron los exploradores que llegaron al África subsahariana en el siglo XIX y vieron que allí todavía no conocían la rueda).

Tecnología y civilización van de la mano y he aquí la cuestión: la gran división está en quienes creen que la tecnología —como la economía— debe estar al servicio del hombre (humanismo cristiano) y quienes piensan que es el hombre el que debe estar sometido a todo avance técnico, incluso cuando no es tal, como la culpa colectiva que se esparce sobre el cambio climático. Gente corriente que no puede utilizar su vehículo porque el poder le responsabiliza de cualquier fenómeno meteorológico (frío, calor, lluvia, viento…) por conducir ese coche de gasolina o —¡agárrense a la silla!— tener hijos. Al tiempo que todo eso sucede, las predicciones de un día para otro siguen fallando (Filomena, gota fría…) pero circulan todo tipo de vaticinios apocalípticos a largo plazo, como el que publicó El Mundo el pasado verano: en 2030 desaparecerán casi 200 playas en toda España.  

Don Antonio Gala —esto hay que reconocérselo— deja en pañales a tantos bárbaros que desprecian no sólo el sentido trascendente del hombre, sino su propia naturaleza. Por eso, sólo podemos compadecernos ante la arrogancia que desprenden los profetas del progreso que repiten el latiguillo de que vivimos en la mejor etapa de la historia mientras se revuelven contra la creación. Yo tendría cuidado.

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