Ante la pretensión de la presidenta del PP vasco de nombrar un secretario general alfabetizado, se ha desatado una fuerte tormenta interna en esa formación. Las luchas intestinas entre clanes y provincias están destrozando a una opción electoral que camina hacia su extinción. El desmantelamiento de sus ramas catalana y vasca por parte de la dirección nacional del primer partido del país, hoy en el poder con mayoría absoluta en ambas Cámaras nacionales, es uno de esos fenómenos incomprensibles que será estudiado sin duda en el futuro por los politólogos y por los psiquiatras. Los mejores resultados y los porcentajes de crecimiento más altos del PP en las dos Comunidades de hegemonía separatista los obtuvieron equipos encabezados por Jaime Mayor y por mí en los años noventa. En ambos casos, desde la sede central de Génova se procedió a desmontarlos para entrar en un proceso de desideologización y de acompañamiento más o menos explícito a los gobiernos nacionalistas. La tesis era y sigue siendo que los nacionalismos son hechos inamovibles con los que hay que convivir y que la forma más apropiada de relacionarse con ellos es la rendición. Esta singular aproximación a la preservación de la unidad de España a base de desarmarse social, intelectual y políticamente frente a los secesionistas de raíz identitaria se ha combinado con la falta de democracia interna de la gran fuerza de centro-derecha española produciendo el brillante resultado que está a la vista. En las provincias vascas el PP es una nave a la deriva condenada al naufragio y en el Principado catalán las próximas elecciones autonómicas lo enterrarán definitivamente en la irrelevancia, ampliamente sobrepasado por Ciudadanos. La verdad es que conseguir que Jaime Mayor se retire de la vida pública, que María San Gil se encuentre voluntariamente recluida en su intimidad privada, que José Antonio ortega Lara se marche y que Santiago Abascal y yo nos hayamos dado de baja para participar en el lanzamiento de un nuevo proyecto, es para nota. Lo más curioso es que los responsables de esta trayectoria autodestructiva están tan contentos y se consideran unos genios de la estrategia.
Si en vez de surgir del capricho arbitrario de la cúpula, los cargos orgánicos fuesen elegidos por los militantes, semejantes errores no hubieran sido cometidos y las organizaciones territoriales del PP en Cataluña y en el País Vasco estarían dirigidas por gentes comprometidas con la sociedad abierta, los valores constitucionales y la firmeza en la lucha contra los particularismos divisivos. La degeneración de la democracia en partitocracia se está llevando a España por delante.