Me había propuesto no volver a escribir sobre Venezuela en lo que queda de año porque es un tema demasiado fácil. Se me antoja que los tarambanas que mandan en el país lo hacen a propósito para ponérnoslo a huevo a todos los columnistas de habla hispana. No hay día sin disparate. En nuestra ingenuidad creímos que con Chávez ya lo habíamos visto todo, pero lo cierto es que lo del gorilón era solo el principio de una cadena de desatinos que parece no tener fin. Sin irnos muy lejos en el tiempo, la semana pasada Maduro decidió crear el viceministerio de la Suprema Felicidad Social del Pueblo. Lo he transcrito tal cual, imagínese el resto. Ni Enver Hoxha en el peor de sus desvaríos habría creado engendro semejante y cuidado que el albanés era dado a engendros y, especialmente, a desvaríos de toda índole.
Lo de la Suprema Felicidad vino a poner la guinda a otra excentricidad no menos llamativa de la banda madurista: el hallazgo de una cara Bélmez style en las obras del Metro de Caracas. El presidente, tan campanudo como suele mostrase siempre por televisión, anunció al país y al mundo que unos albañiles se habían encontrado algo parecido al careto del difunto estampado en la dura roca sobre la que se asienta la capital. Increíble, ¿verdad?, bueno, pues es tan cierto como que estamos en noviembre, los días abrevian y el frío aprieta. Como suele decirse ahora por la red: hay vídeo que lo demuestra. El episodio psicotrópico del rostro de Chavélmez me retrotrajo al verano pasado, cuando me enteré por el periódico que Maduro era fiel seguidor de Sathya Sai Baba, un santón indio bastante grimoso que se creía la reencarnación en una sola carne mortal de Brahma, Visnú y Shiva. Después de una vida dedicada a vivir de los tontos, Sai Baba la espichó hace un par de años y en Venezuela se declaró duelo nacional, no tanto porque allí el bandarra este tuviese muchos seguidores, sino porque el entonces vicepresidente Maduro se encontraba en meteórico ascenso.
Los defensores del régimen bolivariano, que a este lado del Atlántico se cuentan por millares, se tenían muy callado lo del santón hindú. Preferían hablar del Chávez redivivo como un simple conductor de autobús que, gracias a su propio esfuerzo y a una hoja de servicios impecable, había llegado hasta lo más alto. Pero Sudamérica, ay Sudamérica, los progres españoles sufren lo indecible con sus idolillos sudamericanos, hechos todos de barro y superstición. En Europa la izquierda se presenta como la voz de la razón y el pensamiento crítico. De ahí que la primera de sus credenciales sea siempre la de un inmaculado ateísmo. Pero en la selva Lacandona las cosas son bien diferentes. Allí no es que se crea en Dios, es que se cree en cualquier cosa con tal de creer en algo. Por eso Maduro y su recua de mangurrinos tiran de magia para cimentar con ella la revolución en marcha. La magia es extraordinariamente poderosa porque no requiere más que fe ciega. Esa era la especialidad de Chávez. Maduro no iba a ser menos.