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La Gaceta de la Iberosfera
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Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936) es escritor. Ha sido en dos ocasiones Premio Nacional de Literatura. Ha ganado el Planeta, el Fernando Lara y el Ondas. Como periodista de prensa, radio y televisión ha hecho de todo en medio mundo. Ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia en trece universidades de Europa, Asia y África. Sigue en la brecha.

¿Pasaporte sanitario?

5 de abril de 2021

Esa expresión, tan usual y conflictiva desde la irrupción de las vacunas, carece de valor semántico. A lo que alude es, simplemente, a un salvoconducto que permita viajar o buscar trabajo sin poner en peligro a los demás

No entiendo que medio mundo y parte del otro medio, ya sea letrado o ignorante, azul o rojo, de derechas o de izquierdas, flamenco o valón y del Madrid o del Atleti, pongan en tela de juicio la legitimidad y moralidad de esa medida. La acusan de ser discriminatoria, de atentar contra los derechos humanos, de allanar la intimidad del individuo, de ser incompatible con el sacrosanto trágala universal del igualitarismo a todo trance, así sean tetas o carretas, y de no compadecerse con las Tablas de la Ley de esa nueva religión en la que se ha convertido la democracia entendida no, a la manera ateniense, como meritocracia, sino como oclocracia.

Pero vamos a ver… Debo de ser idiota, así que explíquenmelo antes de que acuda al psiquiatra o al psicólogo para que me receten un puñado de pastillas psicotrópicas y me crujan con su minuta. ¿A qué vienen tantos dengues, tantos tiquismiquis, tantos aspavientos de beguinas, tantas alharacas de tacañonas? ¿Se la cogen ya, urbi et orbi, con papel de fumar (y perdonen ustedes la expresión) no sólo los varones, sino, incluso quienes por ser de sexo distinto al mío no la tienen?

¿Por qué, entonces, y más aún en una época como ésta […] se escandalizan los timoratos por el presunto advenimiento del salvoconducto en cuestión?

¡Huy, lo que he dicho! ¡Pero si los genitales no existen! Eso era un constructo facha, heteropatriarcal y capitalista que se remonta al Génesis. Ni Adán era Adán ni Eva era Eva. ¡Qué va! Eran androides, andrógenos, transgéneros, híbridos, hermafroditas… ¡Vaya usted a saber! Caín y Abel se anticiparon al prodigio de la Anunciación. No tenían ni padre ni madre. Eran hijos del Espíritu Santo o, poniéndonos en lo peor, de Satanás. Perdóneme el lector este desahogo, que no viene en apariencia a cuento, pero es que yo, como estoy volviéndome loco o soy idiota, cuando salgo de la ducha ya no me atrevo ni a mirarme al espejo, no vaya a ser que me lleve una sorpresa y descubra que no soy lo que siempre creí ser.

Bueno, bueno… A cuento sí que viene el excurso, por abrupto que parezca, pues una de las primeras cosas que me preguntan en cualquier formulario que rellene, ya sea para cruzar una frontera, para firmar un contrato, para pedir una beca, para abrir una cuenta, para sacar el carnet de conducir, para contraer matrimonio, para formular una denuncia o para solicitar el DNI, es por mi sexo; y ya luego, en cascada o en desorden, por mi domicilio, por mi fecha de nacimiento, por mi nacionalidad, por mi estado civil, por mis estudios, por mi teléfono,  por mi correo electrónico o, incluso, según las veces, por el nombre de pila de mis progenitores. Abrevio la lista para no aburrir. ¿Acaso, pregunto, no violan todos esos pormenores el derecho a mi identidad, a mi personalidad o a mi intimidad? ¿Por qué, entonces, y más aún en una época como ésta en la que los artilugios electrónicos nos espían a todas horas y en todas partes, e incluso conocen y divulgan nuestros gustos, nuestras costumbres, nuestras aficiones y la talla de nuestros zapatos para que la publicidad nos llegue, se escandalizan los timoratos por el presunto advenimiento del salvoconducto en cuestión?

Razonablemente inmunizado, podré hacer la mayor parte de las cosas que en los últimos trece meses he dejado de hacer. A condición, claro, de que me las consientan

No seamos ridículos, por favor. El pasaporte sanitario es legítimo y, lejos de ir en detrimento de nuestra dignidad, nos ayuda a mantenerla y, sobre todo, a mantener la de nuestros semejantes. ¿O no es lógico y sensato, por ejemplo, si yo vivo en una casa compartida con otras personas, familiares o no, con niños, con ancianos, con gente vulnerable, me informe sobre la salud de cualquier otro individuo que por motivos profesionales, casuales, anecdóticos, categóricos o meramente conviviales vaya a entrar en ella? ¿No puedo exigir, ejemplos simplones, que no fume, o que lleve mascarilla, o que vaya aseado?

Llevo décadas y décadas viajando por todas partes y siempre me he avenido a la exigencia de hacerlo con la tarjeta de vacunación (viruela, cólera, fiebre amarilla, tifus, hepatitis) que no pocos países exigen o exigían. ¿Qué diferencia corre entre ese documento y el pasaporte sanitario?

Hoy mismo, lunes 5 de abril, voy a ponerme la segunda dosis de la Pfizer en mi centro de atención primaria. Una semana después, ya razonablemente inmunizado, podré hacer de nuevo la mayor parte de las cosas que en los últimos trece meses he dejado de hacer. A condición, claro, de que me las consientan. Pero eso es otra historia. 

Quede, de momento, constancia escrita de que en cuanto sea factible sacar un pasaporte sanitario, júzguese éste moral o inmoral, igualitario o discriminatorio, legal o ilegal, yo seré el primero en ponerme a la cola en defensa de mi libertad, de mi dignidad y de la dignidad y la libertad del prójimo. Dicho queda.

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