«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Pascua Florida

5 de abril de 2021

Ustedes me leen el Lunes de Pascua, que no es mal día, pero yo escribo el Domingo de Resurrección, que es el mejor. Naturalmente, La Gaceta no es una hoja parroquial, donde vayamos a seguir el calendario litúrgico al pie de la letra, pero es un periódico que se atreve a dar la cara. El profesor John Senior no confundía la cultura con el culto, pero advertía que la primera nace, en el fondo, del segundo. El semanario político The Spectator (desde 1828 dando la batalla cultural) ha publicado esta semana una maravillosa portada con el sepulcro vacío, porque ellos saben de qué va el lío. En español nos lo explicó ayer Alejo Vidal-Quadras: «Se ha repetido hasta la saciedad que nuestra cultura, nuestras leyes y nuestras instituciones, son el lento y gradual destilado del legado clásico greco-romano, de las creencias judeo-cristianas, de la Ilustración y del método científico. No cabe duda de que es así, pero si tuviéramos que identificar un núcleo realmente determinante para entender nuestro marco mental y moral, este es claramente el cristianismo».

Por tanto, es un momento ideal para reflexionar sobre la palpable decadencia de Occidente, tan relacionada con su abandono del cristianismo. Para muestra, un bordón. La Universidad de Oxford va a postergar los estudios de música clásica porque los consideran insultantemente centrados en los grandes maestros, con perdón, ellos dicen: en hombres blancos muertos. Y otra muestra. Un amigo me llamaba la atención sobre el hecho de que, con fundamento o sin él, la vacuna que presenta más dudas y más rechazo social en el mundo sea, precisamente, la de Oxford, ¡con lo que ha sido Oxford! Mientras tanto, la vacuna china es el oscuro objeto de deseo. Son dos signos de cómo están cambiando las cosas. 

Abundan los que no se extrañan en absoluto de nuestra galopante decadencia. Tirando de etimologías, afirman que es lo propio de la Civilización Occidental. «Occidente» viene de «occidens» que significa morir, que es lo que se pensaban los clásicos que hacía el sol en el horizonte. La Iberosfera tiene mucho que disentir aquí, porque demostró que —más allá de la raya del horizonte— hay mundo («y si más mundo hubiera, allá llegara», cinceló nuestro Luis de Camoens). El sol en realidad no se pone, ni en la astrofísica ni en la geopolítica.

Lo que nos acerca a la memoria a Filipinas, el mar español y la ruta del Galeón de Manila. En un mapa reciente, donde se dividía el mundo según qué se buscaba más en Google, si la Biblia o el Corán, las Islas Filipinas seguían buscando la Biblia, aunque sus vecinos más estrechos, no. Y ése es el otro y todavía más grande depósito de esperanza ante la decadencia lógica y etimológica de Occidente. Decía Vidal-Quadras en el mismo artículo que a la Iglesia le debemos una idea fundamental que ha cambiado la faz de la tierra: «la de que todo ser humano por el mero hecho de serlo es portador de una dignidad intrínseca que ha de ser respetada, junto a la reconfortante verdad de que hemos nacido dotados de libertad, que esta libertad es irrenunciable y que está asociada a nuestra responsabilidad» Es así; pero también hemos aprendido del fundador el arte de resucitar. Lo que no va a dejar de venirnos como anillo al dedo en estos momentos tan moribundos de Occidente. Por eso ya les advertía que mi recuerdo litúrgico en La Gaceta no era religioso, sino que se apuntaba a la batalla cultural y política. Para resurgir a estas alturas, no hay otra que coger fuerza de las raíces cristianas y de su lección originaria de pegarle un quiebro a la muerte. Quiebro que, dicho sea de paso, contribuye sin duda a que a algunos no nos importe nada que los hombres (o mujeres) blancos (o negros o amarillos o pardos) estén muertos (o no), si sus músicas (o poemas o cuadros) son inmortales, que es lo vital.

Asumir como irremediable la decadencia de Occidente implica dos cegueras previas y sobrepuestas. No ver que el sol no se pone y que, en vez de eso, el caminar del sol abre caminos, tierras, mundos y gentes luminosas sobre el azul del mar. No ver, en segundo lugar, que si nuestra civilización es cristiana, tiene en su constitución la sanísima costumbre de resucitar. La conmemoramos, recuerdo y esperanza al mismo tiempo, una vez al año. El Estado de Florida, en Estados Unidos, se llama así, precisamente, porque Ponce de León lo descubrió un Lunes de Pascua. Los descubridores sabían cómo bautizar. Ponce unió las dos promesas en una, que era una manera de descubrir, de paso, la fuente de la eterna juventud. Nosotros, cinco siglos después, nos apuntamos. Feliz Lunes de Pascua Florida.

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