«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Nacido en Madrid, de madre inglesa, casado y padre de cuatro hijos, es un empresario, abogado y articulista que pasó más de una década inmerso en el mundo de la política madrileña. Sus pasiones son escribir, la empresa y la política.
Nacido en Madrid, de madre inglesa, casado y padre de cuatro hijos, es un empresario, abogado y articulista que pasó más de una década inmerso en el mundo de la política madrileña. Sus pasiones son escribir, la empresa y la política.

Patriotismo económico

23 de abril de 2022

La gran cuestión que se está debatiendo en las elecciones presidenciales francesas es la del patriotismo económico. También durante el debate del Brexit fue una de las cuestiones clave a la hora de votar en el referéndum que propició la salida del Reino Unido de la U.E.  

El “globalismo”, tal y como se entiende hoy en día, está siendo seriamente cuestionado. Aunque habría que matizar dicho adverbio, pues depende del país y de la calidad de los diferentes actores en el debate público. Por ejemplo en Francia era objeto de burla. Los que planteaban sus dudas al globalismo actual eran tildados de cafres, rústicos o paletos. Los seguidores de Marine Le Pen son ya casi la mitad del electorado francés y Macron ha tenido la inteligencia de, al menos, tomarlos en serio como se pudo ver en el debate de esta semana.  

Urge lograr una autonomía energética y relocalizar la industria en España. También es fundamental crear reservas importantes de suministros estratégicos

Algunos se limitan a agitar el fantasma del proteccionismo y la cuestión es mucho más compleja. Hay varios reproches al globalismo que impera hoy, un globalismo muy insensato como el que estamos sufriendo en estos tiempos. Un globalismo que genera una servidumbre suicida hacia un puñado de países que pueden dejarnos sin gas y petróleo o romper la cadena de suministro como estamos viendo en sectores como la construcción, la automoción y la tecnología. Incluso hay una amenaza muy seria de restricciones en el suministro del alimento para la ganadería, lo cual sería fatal para nuestra economía. Urge lograr una autonomía energética y relocalizar la industria en España. También es fundamental crear reservas importantes de suministros estratégicos.

La globalización ha destruido sectores enteros de nuestra economía (el agrícola es el ejemplo más extremo) mediante importaciones con precios por debajo de costes y sin ningún respeto a condiciones laborales o medioambientales. Resulta paradójico que tengamos tantos miramientos ecológicos cuando al mismo tiempo importamos bienes que -parafraseando al consenso “progre”- hacen mucho daño al Planeta.  

La emigración o la libre circulación de los trabajadores es una de las cuestiones clave.Ya es casi unánime la denuncia del fracaso del actual modelo de inmigración masiva de mano de obra de baja cualificación que conlleva legalizaciones sucesivas. Se pretenden -otra cosa es que haya voluntad real de llevarlas a cabo- políticas selectivas de personas de alta cualificación o que sean verdaderamente necesarias para la economía de un país. El gobierno tory de Boris Johnson parece que va a llevar a cabo políticas serias y contundentes al respecto. Una de ellas es el acuerdo al que ha llegado con el gobierno de Ruanda para enviar a dicho país a los inmigrantes ilegales que crucen las fronteras británicas.  

Esperemos que la eterna influencia francesa nos traiga un debate serio y construyamos una globalización mucho más sensata

Y finalmente nos queda la deuda. Los gobiernos y también el sector privado, empresas y familias, están endeudados de forma estratosférica. Urge saber quiénes son nuestros acreedores, porque puede ser otra fuente de problemas y amenazas.

Nadie duda de que la reciente globalización ha generado mucha riqueza e incluso eliminado bolsas de miseria en muchos países. También ha generado clases medias y libertad económica en regímenes totalitarios que pueden ser la semilla de una futura democratización y libertad política. Pero la percepción de los excesos de globalización va calando, pues afecta a nuestra calidad de vida y expectativas. Reconocer este problema, como ha hecho Macron, es un primer paso. Esperemos que la eterna influencia francesa -no siempre maldita, como la calificaba el gran Manuel Arroyo– nos traiga un debate serio y construyamos una globalización mucho más sensata y que beneficie a la gran mayoría de nuestros ciudadanos. Hoy sufrimos su peor cara con la inflación y las rupturas en los suministros y urge tomar medidas, pues pronto la situación puede agravarse considerablemente.

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