No soy el primero en vislumbrar una reedición del funesto Rodríguez Zapatero en el flamante secretario general del PSOE Pedro Sánchez: sonrisa automática, vacuidad argumental, importantes agujeros negros en cultura general de nivel medio, servidumbre acrítica a las exigencias incluso terminológicas de los dogmas de la corrección política; y, debajo de esta nada, la permanente amenaza implícita de comportamientos totalitarios en cuanto se dispone de algún poder. La fórmula funcionó con el vallisoletano mientras la pavorosa crisis económica no hizo venirse abajo ese castillo de naipes propio de un vendedor de peines, porque al noble pueblo español le gusta que lo engañen con el timo de la educación y la sanidad gratuitas, el salario del Estado por el solo hecho de existir o la explotación de la envidia como motor de la historia.
Como Zapatero, Sánchez no es que oculte una política económica concreta o un programa bien trabado en bases reales, sino que lo más probable es que se vaya bandeando con los eslóganes y los dogmas totalitarios que componen la ideología que ha venido a continuar, con otra apariencia, el materialismo totalitario cuya expresión política se desplomó a finales de los 80 en Occidente. Ahora la superchería terminológica, sin la cual parece que la llamada izquierda no sabe sobrevivir, ha cambiado de aspecto; y así como Zapatero a la expulsión de nuestro ordenamiento del instituto jurídico del matrimonio civil la llamó «ampliación de derechos» por el procedimiento de llamar matrimonio a cualquier clase de coyunda, ahora Sánchez acaba de manifestar que la ruptura de los acuerdos de España con la Santa Sede es una forma de «garantizar la libertad religiosa». Y es seguro que una parte significativa de los españoles se creerá esta impostura, como si los católicos españoles tuvieran que alegrarse y dar un gran suspiro de alivio porque, al fin, se eliminaría la coacción intolerable de unos acuerdos que permitían saber a qué atenerse.
Hay que agradecer a Sánchez que al menos haya empezado a mostrar sus propósitos con este caso de fraude intelectual tan burdo y patente. Pero a la buena noticia de que ya vemos lo que da de sí el nuevo secretario general del PSOE corresponde la mala de que corremos el riesgo de tener un día en La Moncloa a un tal Pedro Zapasánchez.