«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Pen-man

21 de junio de 2021

José María Pemán se habría sonreído mientras el alcalde podemita de Cádiz quitaba de la fachada de su casa natal la placa conmemorativa. Leo que Alfonso Ussía, capitel de nuestro patio de columnas en La Gaceta, también está seguro: «Don José María, allá donde se halle, habrá sonreído». Aunque se nos hiele ante tanta sinrazón, no perdamos nosotros la sonrisa pemaniana, porque hay que saber qué se pierde con la placa y qué se gana y, sobre todo, quién una cosa y quién la otra.

La retirada

Sobre todo, pierde Cádiz, ay, ciudad a la que, de un solo golpe de arbitrariedad política, quitan de sus calles dos monumentos, quizá tres. Primero, porque el bajorrelieve de Juan Luis Vassallo tenía un indiscutible valor artístico. Segundo monumento: era el recuerdo de la guasa con que Pemán y el pueblo de Cádiz asistieron a su inauguración. Representa el perfil del escritor junto a una estilizada musa clásica con su lira y su peplo. Contaba Pemán que alguien había observado entonces que el escultor había sacado muy bien el parecido al vate, pero que a doña Carmen, su señora, no: demasiado delgada y con un inapropiado camisón o salto de cama. Esa relación difícil con sus esculturas hizo que Pemán dejase de pasear por el Parque Genovés, donde le habían puesto un busto. El problema era irresoluble: si pasaba sin mirar, parecería soberbia; si se paraba a mirar, vanidad. El tercer monumento que quizá hemos perdido con la placa es la reacción del gran flamenco Pericón de Cádiz. La contemplaba con un amigo que le preguntó: «¿Y qué pondrán en tu casa, Pericón, cuando te mueras?» «Un cartel de “Se vende”». Todo esto recordábamos al pasar delante de la placa de la casa natal de Pemán, y ahora sólo veremos el torpe estropicio de Kichi.

De mí sé decir que cada feo que le hacen a Pemán lo releo y, además, me compro (todavía están a buen precio en Iberlibro) dos o tres primeras ediciones suyas

Pero hay algo muy emocionante en la trayectoria de José María Pemán que no debemos olvidar. Él, como dijo por activa y por pasiva, no quiso ser más que escritor. Renunció a varios ministerios y se pasó la vida zafándose de puestos de poder, para dedicarse a escribir y, sobre todo, a soñar con la poesía. Esta actitud es el hilo de sus escritos biográficos y la tensión subterránea que nos permite entender su ajetreada vida y su obra ingente. Aquilino Duque recordaba como Gertrud Richter, una amiga alemana, aventuraba una etimología sajona del apellido del escritor. ¿No vendría de «Pen Man», el hombre-estilográfica? A mí siempre me sonó a nombre de superhéroe, y, si vemos cuánto escribió, lo era. Y por eso (porque «un gran poder conlleva una gran responsabilidad») se comprometió profundamente con la historia y la política en todas las etapas de su vida. Sobre su vocación, puso su sentido del deber y su amor a Dios, a España y al Rey. 

El estropicio

Si no olvidamos esa pasión literaria, comprendemos que la sonrisa que decimos Ussía y yo de Pemán no tiene nada que ver con el desdén ni con el masoquismo ni con el desengaño amargo. Este escándalo sirve para que su obra se repase. De mí sé decir que cada feo que le hacen a Pemán (y van ya unos cuantos) lo releo y, además, me compro (todavía están a buen precio en Iberlibro) dos o tres primeras ediciones suyas. A quien por encima de casi todo quiso ser escritor, no le parecerá mal negocio. Y lo será espléndido para usted, si en vez de irritarse sordamente, como pide el cuerpo, se ríe de la ley de la memoria histórica, refrescando su recuerdo de Pemán. Él enseguida le devolverá la gracia y la inteligencia de su prosa. Ea.

Pemán es escritor de alcance universal, con especial arraigo en la Iberosfera. En cuanto lo nombraron Papa, Francisco lo citó entre sus escritores preferidos, ahí es nada

¿Y ya está? No, porque lo cortés no quita lo valiente. Tenemos que sacar también, qué remedio, consecuencias políticas. Tampoco Pemán dio un paso atrás ante las llamadas del deber cívico

Yo he esperado unos días a escribir este artículo, no sólo para darme tiempo de releer Siluetas literarias, la jugosa y enjundiosa antología de artículos sobre literatura que seleccionó Juan Lamillar, sino también para publicarlo precisamente aquí en La Gaceta. Tengo el honor de escribir muchos días a la semana en el Diario de Cádiz, pero he preferido que ni por casualidad parezca que este asunto nos afecta sólo a los gaditanos (aunque lo haga un poquito más cerca del corazón). Pemán es escritor de alcance universal, con especial arraigo en la Iberosfera. En cuanto lo nombraron Papa, Francisco lo citó entre sus escritores preferidos, ahí es nada. Y mi amigo el escritor Antonio Anasagasti, oficial de la Armada, se sorprendió cuando al recibir en Cádiz al buque uruguayo «Capitán Miranda», varios oficiales jóvenes le preguntaron enseguida por Pemán con devoción y conocimiento.

Hemos de reivindicar y homenajear sin vergüenzas ni complejos a los afines, en igualdad de condiciones, ni más ni menos

En La Gaceta, sin perder de vista el vuelo literario de Pemán, tenemos que atender especialmente su dimensión política de escritor hispánico. Porque los que quitan la placa sí lo tienen claro. A ver si nos pensamos que barbarizan a tontas y a locas. Necesitan demostrar que la calle es suya y la cultura más. Que las prebendas y los homenajes, las reediciones y la memoria los administrará la izquierda, de modo que los intelectuales y escritores de derecha pueden ir perdiendo toda esperanza. Su obsesión con las tumbas y ahora con las casas natales lanza un mensaje tétrico al subconsciente: van a por todo, de principio a fin. En el caso de Pemán, tan vinculado por lazos de lealtad de siempre con la Casa Real, la razón de esa obsesión tiene una sombra más inquietante, si cabe.

Conviene que el tiro les salga por la culata. Como lectores, revisitemos a Pemán. En política, urge reaccionar. La ley de la memoria histórica tiene como fin evidente adulterar el futuro. Habría que haberla anulado hace mucho. Sin caer en la barbarie de perseguir o ignorar o minusvalorar a los grandes escritores que pensaron distinto que nosotros, hemos de reivindicar y homenajear sin vergüenzas ni complejos a los afines, en igualdad de condiciones, ni más ni menos. El premio «Pemán» de columnismo se dejó perder, tristemente. La novela Señor de su ánimo pide una reedición a gritos. ¿Por qué la Junta de Andalucía no pone su nombre a un colegio o a un instituto? El bajorrelieve de su casa habrá que reponerlo a la primera oportunidad. Etc. La respuesta tiene que ser clara. Lloriquear y quejarse en un rincón sólo sirve para perder la sonrisa pemaniana. No era su estilo: luz e ímpetu, sí; alegría y manos a la obra, también.

.
Fondo newsletter