«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

Perdedores de la globalización

23 de septiembre de 2023

Entre los perdedores de la globalización y las ideologías posmodernas que de ella emanan —como el feminismo— aparece un segmento de la población del que hace décadas nadie en su sano juicio podría advertir de su vulnerabilidad: el hombre. Arrinconado por legislaciones que liquidan su presunción de inocencia y el principio de igualdad ante la ley, al varón contemporáneo sólo le queda asumir con resignación —algunos la camuflan de impostada algarabía— el papel de aliado feminista si no quiere sufrir el apartheid morado.

El hombre blanco heterosexual es culpable —a los hechos estivales nos remitimos— y por ello debe pedir perdón ante una sociedad que ha evolucionado. Estos días comprobamos las bondades de los nuevos tiempos escuchando a algunos de los locutores más destacados de la prensa deportiva —no faltan célebres asalta becarias— dar lecciones de empoderamiento e igualdad al resto de hombres aún por evolucionar. Así, los aliados emplean la primera persona del plural para referirse a la selección española de fútbol femenino. «Somos campeonas del mundo», dicen sin sonrojo los profetas del nuevo balompié, más preocupados por acabar en listas negras que en contar la verdad. ¿Machista yo? A mí que me registren.

Cuanto más importante es el micrófono o el medio en que escriben más asfixiante resulta la presión. Todos, de arriba abajo, asumen con naturalidad que el siglo XXI es el de la mujer y que a su fiesta el hombre sólo acude como atrezo, sin posibilidad de plantear problemas propios o ser víctima de alguna discriminación. Richard V. Reeves, autor de Hombres, califica de «empresa peligrosa» denunciar los problemas de los niños y los hombres en «el actual clima político». Reeves incluso ofrece el testimonio de un amigo suyo columnista que le confesó que no se atreve a tratar este tipo de problemas en sus artículos.

Él sí lo hace, por eso Hombres va camino de convertirse en el ensayo del momento al abordar el gran tabú de nuestra época: la discriminación del varón. El autor ofrece algunos datos concluyentes sobre Estados Unidos y Reino Unido: dos de cada tres muertos por suicidio o sobredosis son hombres, el 83% de los que duermen en la calle son varones y el 96% entre la población reclusa, uno de cada cinco padres no vive con sus hijos, la esperanza de vida es casi cuatro años menor para los hombres, hay 74 hombres licenciados por cada 100 mujeres, el 40% de las jóvenes van a la universidad a los 18 años y el 29% en el caso de ellos.

Por supuesto, muchos de los motivos que explican estas diferencias son biológicos -otro de los grandes tabúes-, como es el desarrollo físico y la madurez académica e intelectual que alcanzan las mujeres antes que los hombres o la mayor fuerza y destreza que tienen los varones para practicar deportes. Esta ventaja corporal es la que provoca que el fútbol masculino sea más atractivo, genere más interés y, en consecuencia, los futbolistas ganen más que ellas. El telediario de TVE, sin embargo, se escandalizaba la noche del lunes por la ‘brecha salarial’: ¿por qué no ganan lo mismo si practican el mismo deporte?

Quizá lo más relevante es que lejos de contribuir a una guerra de sexos, Richard V. Reeves expone algo que es de sentido común: padres y madres son igual de importantes para la vida y bienestar de los hijos aunque, eso sí, cada uno juega un rol diferente. La paternidad comprometida —asegura— repercute positivamente en aspectos como la salud mental, la graduación en la escuela secundaria, las habilidades sociales y la alfabetización, así como la reducción del riesgo de embarazo adolescente, la delincuencia y el consumo de drogas.

El andamiaje al que el autor —o cualquiera que rebata los dogmas oficiales— se enfrenta es demasiado grande como para dejarse tambalear por cuatro o cinco datos. Y menos aún si se atreve con la reina de la corona: la violencia masculina. Reeves, en un ejercicio de honestidad intelectual inhabitual, afirma que no se puede abordar la violencia masculina sin hablar de los problemas de los hombres. «Cuando los hombres tienen problemas económicos, con su educación, en la sociedad o con su salud mental son más propensos a ser agresivos. Y no se trata en absoluto de excusar la violencia machista, sino de intentar comprenderla y abordarla».

Ahora cabe preguntarnos cómo hemos llegado hasta aquí, cómo es posible que quienes han soltado a centenares de violadores y beneficiado a toda clase de criminales sexuales desarrollen con el mismo aplomo una aplicación (MeToca) para darnos lecciones de igualdad y meterse en nuestras casas a repartir las tareas domésticas. El hombre, cautivo y desarmado, es señalado y aparece como la víctima de una ideología —la feminista— que ha echado raíces en las democracias liberales para acabar con la familia. Tiene su gracia que fuera Lenin quien avisara: «Envilece a la mujer y desharás la familia; deshaz la familia y desharás la sociedad».

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