A propósito de la aparente indolencia de Mariano Rajoy se han escrito más teorías que sobre la mano escondida de Napoléon. Al mismo tiempo se sostiene -y todo igual de documentado-, que el pequeño corso tenía alguna afección estomacal, una enfermedad de la piel, que guardaba un frasco con esencias bajo el chaleco, que sólo obedecía a una norma de urbanidad de la época o, incluso, que estaba explicitando su militancia masónica, porque la mano oculta es una de las advocaciones de los del mandil.
Pues sobre el presidente igual, también se rellenan folios y blogs para tratar de explicar lo suyo, que desde fuera se advierte como una mezcla de los carteles antiguos en las ventanillas burocráticas -me he ido a tomar otro café-, y una versión aguda del galleguismo, que le tiene encadenado al descansillo de las escaleras para que nadie le adivine la intención.
Parece lógico descartar la pereza como causa primera de la languidez presidencial, porque es el más raro entre todos los pecados inherentes a la política, y sólo es fácil encontrarlo entre quienes adquieren responsabilidades por vía hereditaria o conyugal. En los demás, la propia ambición de poder inyecta una diligencia vertiginosa. Ahí está, por ejemplo, la actividad febril de la vicepresidenta, que no para quieta un momento. Soraya Sáez de Santamaría estira las horas como si tuviera una pócima del colegio Hogwarts, quizá un elixir para la bilocación. Incluso le sobra tiempo para organizarle el partido a Cospedal, que desde lo de Bárcenas es cada vez más sombra de sí misma, y probablemente ya envidia los sms que recibía el Tesorero, porque no es probable que a ella le lleguen muchos mensajes de ánimo. Ese soterrado duelo de damas en realidad es un abuso que alcanza lo antideportivo, acosada Cospedal por los jóvenes gudaris del sorayismo, los que van copando todos los puestos de responsabilidad, mientras los lectores de El País llevan dos años esperando a que su periódico publique una crítica a la labor de la vicepresidenta. Porque la mano -también algo oculta- de Santamaría alcanza para hacer y deshacer en las grandes empresas de comunicación, uniendo el cuarto poder al magma monolítico donde ya descansan los otros tres, junto al Rip de Montesquieu.
Puede, en fin, que la aparente indolencia de Rajoy tenga algo que ver con la acción frenética de su mano derecha. Hay que añadir a las otras teorías el de una probable parálisis efecto de observar el estajanovismo de doña Soraya, que trabaja incluso lo que no le corresponde, y que trata a su jefe como si ya fuese el jarrón chino.