«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Una persistente demolición de guante blanco

11 de octubre de 2016

La frustrada tentativa de alcanzar una paz a cualquier precio en Colombia, una nación  importante, un estado estructurado, jurídica y socialmente, con historia,  que ha participado durante siglos en el seno del equilibrio internacional, rebajado a negociar con una banda de narcotraficantes disfrazados de guerrilleros proletarios, para llegar a una rendición y dar cabida en una sociedad civilizada a una cuadrilla de delincuentes, cuya única legitimidad viene dada por la ingente cantidad de dinero que apalean y la fuerza de la violencia de las armas, de haber llegado a término para satisfacción de los señores de la guerra, hubiera sido un fracaso de dimensiones mayúsculas, desde un punto de vista político con repercusiones internacionales.     

Al legitimar el uso de la fuerza como medio de alcanzar el poder, una vieja estrategia  que se suponía superada como forma de acceder legítimamente al poder, volvería a instalarse en el seno de naciones civilizadas. ¿O es que vamos a legitimar de nuevo tales métodos…? Eso sería abrir la caja de pandora.  

Este hecho es grave en sí, pero milagrosamente ha fracasado, a pesar de haber tenido, y esto es lo asombroso, el apoyo de todo un corifeo nacional e internacional pasmados ante la palabra “paz”, como si esta sin más condiciones, fuera un valor aceptable sin condiciones. Me recuerda otro  discurso muy cercano, como para que no me sorprendan las loas y alabanzas a semejante rendición. Con esa misma lógica, hoy por ejemplo, les recordaría a los entusiastas de tales comportamientos que de haberse aceptado ese criterio hoy estarían todos marcando el paso de la oca…los más afortunados.

Para colmo de conspiraciones retorcidas,  porque estas decisiones no merecen otro calificativo, el comité del Nobel noruego va y le da ¡el premio nobel de la paz!  Cuando ese engendro de rendición por parte de un estado serio, ni es paz ni es nada; quizá hubiera convenido, para que tales próceres calentitos en su nirvana nórdico, gracias a su petróleo regalado y la protección militar de Occidente, en caso de algún percance con sus vecinos del norte o del sur, hubieran aprendido una lección difícil de olvidar: haberles dejado solos para quitarse a los alemanes de encima…

Pero tras esas decisiones,  igual que la de dar el mismo galardón en su día al Presidente  Obama, cuando ni siquiera había comenzado su mandato, al igual que otras muchas, en todos los órdenes de nuestra sociedad actual, no son casualidades, se entroncan en un movimiento generalizado en la misma dirección y cada vez menos disimulado.

Estamos asistiendo al intento sistemático de erosionar aquellos valores que constituyen la base del pensamiento filosófico, político y económico de la cultura occidental. Estamos ensalzando principios y criterios que hubieran sido rechazados por inaceptables tan solo hace una generación, pues entrañan la rendición y la decadencia más descarada del cuadro de principios y del orden de prioridades  de cualquier sociedad.

Lo más llamativo es que quien ha emprendido semejante camino son instituciones y personas destacadas, representativas, núcleos de poder que pertenecen incuestionablemente a esta misma sociedad, organismos, organizaciones, que nos aseguran que son los legítimos representantes de una “voluntad popular” y que detentan el poder tanto a nivel estatal como corporativo. Fuerzas que pretenden alterar el curso de la historia en un sentido determinado y redefinir las relaciones de los hombres entre sí y con el mundo, sin consideración a las condiciones efectivas y a la naturaleza del hombre real.

Se predica acabar con aquellos valores que son los que precisamente han elevado a los ciudadanos de Occidente en general a disfrutar del más alto nivel de vida y altura intelectual de todos los tiempos y lugares que en la historia han sido, defectos incluidos.

La pregunta calve sería: ¿por qué surge este movimiento? ¿Por qué se pretende destruir lo que tantos esfuerzos, sacrificios y fatigas ha costado alcanzar? y la segunda pregunta crucial: ¿para qué? ¿Sustituirlo todo por una nueva utopía,  o simplemente es el suicido cultural de una colectividad decrépita y decadente?  

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