«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

Pesquisas de los 90

4 de diciembre de 2024

No es lo principal, pero de 900 días sin Anabel, el documental de Netflix dedicado al asesinato y falso secuestro de Anabel Segura, llama la atención la actuación policial. La profunda torpeza y el garbo narrativo con el que, años después, los policías cuentan su trabajo.

Los hechos se produjeron en 1993, y a pesar de la insuficiencia técnica, de la ausencia de móviles, la sensación que se apodera del espectador es que cualquier aficionado a las series policiales podría hacerlo, si no mejor, sí parecidamente mal.

Los asesinos de Anabel entran en La Moraleja con una furgoneta blanca. Uno de los policías explica que en esa época había muchos miles de vehículos así, España iba en alba flagoneta, pero ¿cuántos eran trabajadores o proveedores de esa zona residencial?

Los audios daban para tesis doctorales. No hacía falta el departamento de lingüística forense que atrapó a Unabomber para saber distinguir que la voz al teléfono era de la provincia de Toledo…

Proveedores o trabajadores varones, de una edad determinada, toledanos… y uno de ellos con antecedentes y en busca y captura. ¿Eran necesarios 900 días?

Es de agradecer que Alberto Olmos haya hecho notar esta escandalosa torpeza en un artículo reciente en el que, sin embargo, olvida el hecho más llamativamente absurdo de la gestión policial.

En uno de los encuentros concertados para hacer entrega del maletín con el dinero (150 millones), en plena noche, en un punto de una carretera perdida, en inhóspito campo castellano, los secuestradores no aparecen finalmente. Se hace todo con la discreción que ellos piden, con el máximo sigilo, todo según sus instrucciones, ¿qué falla entonces? Se apunta a posteriori un pequeño detalle: la policía traslada al lugar (un lugar donde un grillo se haría notar) un discretísimo helicóptero.

Se critica mucho a la televisión de los 90, pero al final recurren todos a ella porque quizás era lo menos malo. Hasta la policía, impotente, echa mano de Lobatón para que emita los audios, cosa que no dejó de repetirse en esos años.

Sucede en el caso Alcasser, caso entre los casos, cuando uno de los padres de las niñas, frustrado y con la sensación de haber sido burlado, acaba haciendo una investigación paralela que explica diariamente a Pepe Navarro.

También con el asesino de la baraja, una década después, la policía recurre a los medios para distribuir el retrato robot del sospechoso. Netflix tiene otro documental: Baraja: la firma del asesino y los policías bordean también la castiza maravilla. El método deductivo español no atravesaba su mejor momento.

El asesino, Alfredo Galán, se entrega. La policía no puede resolver el caso y cuando el periodista se lo recuerda a uno de los agentes, responde muy tranquilo que sí lo hubieran resuelto porque el sospechoso había sido militar en Bosnia y tenía diagnosticados problemas de salud mental, de modo que tarde o temprano habría aparecido en los listados cruzados de militares diagnosticados (numeroso, tres mil en total). Pero la realidad fue otra, y se la explican: Galán no constaba en ellos. Sorpresa en el agente. Otro error.

Por fortuna, Galán se entregó, movida su conciencia por el alcohol y también harto, según propia confesión, de la «ineficacia policial». Normalmente, los asesinos en serie encuentran estimulante el diálogo con la policía, el toma y daca, el desafío. Matan y dejan señales, juegan al ratón y al gato con los investigadores, pero en España el asesino serial se acaba entregando desesperado de puro aburrimiento. Matar también es hablar solo.

El arma de los crímenes, sin embargo, se encontró tras mucha búsqueda en un vertedero al que uno de los policías, sin duda creyente en métodos alternativos, llegó a llevar a un amigo suyo zahorí, a ver si se le movía el palito en alguna dirección.

Siempre se nos dijo que tenemos «la mejor policía del mundo». A lo mejor era la tercera o cuarta. Esos agentes que nos responderían «afirmativo» vuelven del pasado en estos documentales. La víctima, por razones obvias, no puede hacerlo, y pocos familiares están o quieren hablar. Así que escuchamos a los periodistas, con su soniquete actualizado, y a los policías, ufanos, con distintos grados de oficiosidad (unos dicen «inspección ocular», otros simplemente «mirar») pero como eximidos, como si no hubiera por allí un bochorno gravitando. Así fue en los 90 y, como mínimo, entrado el año 2009 con Marta del Castillo. Tampoco le vamos a pedir a la policía que además de todo lo que tiene que hacer encuentre al asesino. ¡Ni que fuera esto una serie americana!

Otro día entramos en el sistema judicial y las penas cumplidas, que sale más a cuenta meterse a serial killer que hacer judicaturas.

Del misterio criminal, en definitiva, como de casi todo lo demás, descontemos también la chapuza. La metódica incapacidad, el inerte expediente.

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