Del pezón de Sabrina al vestido-pezonera de Cristina Pedroche han pasado cerca de cuarenta Nocheviejas. Lo de la contraparte de Dabiz Muñoz con su atuendo festivo ha sido un homenaje involuntario a la mejor época del «PSOE bueno», espejo en el que se mira el PP. El Régimen del 78, abrazo, pero de estanquera felliniana, es una consecución de pezones que nos hemos ido dando. Se empezó por los del destape, luego seguimos por el mítico pezongate de la Salerno, diosa neumática de nuestra infancia, y hemos llegado al vestido-complicación pedrochil con sus sofisticados mamelones cargados de leche materna. Esto debe reconfortar mucho a la derecha sensata: la «teta flan» transicional, libre y sin ira, ha dado paso a la protuberancia cilindrocónica de Swarovski. Todo un avance civilizador que demuestra la supremacía del pensamiento de orden expresado, en este caso, a través de la costura. Entre eso y los miles de cazadores que saben identificar el zorzal alirrojo y el estornino pinto, para los que se expide la correspondiente licencia, los hay que asumen la defunción de la ideología progresista.
Pero esta ensoñación, propia de la derecha fetén, ha durado poco. Llegó Lalachus, humorista sistémica de físico cuota, para despertarnos blandiendo la estampita blasfema que todos hemos visto a estas alturas. Monseñor Argüello señaló la inconsciencia —forma de ignorancia— de la cómica. Que eso la disculpe mucho o poco es algo en lo que no me corresponde entrar. De lo que estoy convencida es que la humorista no es más que la herramienta, fina como un martillo pilón, a través de la cual el poder asienta su desprecio por la religión mayoritaria en España. Lalachus es el huésped y el alien se llama PSOE. De la misma manera que Charlie Hebdo, mezcla de logia, lobby y humus sesentayochista, es una proyección de los valores republicanos después de De Gaulle, la bufona española representa al partido estrella del Régimen, marcador de tendencias importadas que luego seguirá el resto.
Ya sabemos en qué consiste el timo de la estampita: se sacraliza «lo público» metiendo el dedo en el ojo a los católicos cuya reacción, de haberla, es hábilmente aprovechada para condenarlos a las galeras de lo carca y lo ultra. Por ello, el recurso a la vía judicial en este caso se me antoja estratégicamente erróneo. No sólo por lo anterior sino porque, también, implica moverse en un terreno donde el adversario impone sus reglas.
Aquí el papel que han jugado los profesionales de la otra mejilla ha estado entre lo cómico y lo despreciable. Los católicos enrollados han ejercido de perfectos «colaboracionistas» del Régimen. Algunos de ellos han sido más duros con las asociaciones cristianas, quizá equivocadas en la forma de atajar el problema, pero no en su diagnóstico, que el propio Gobierno. El exceso de matiz en el coraje, en ocasiones, les lleva a cruzar los puentes que tienden para acabar abrazando causas contrarias a sus supuestas creencias.
El primer día de enero, el ministro de la Presidencia Félix Bolaños, en una improvisación de mentirijillas, relacionó las reacciones de protesta por la blasfemia con el anuncio de la supresión del Código Penal, para este 2025, del delito contra los sentimientos religiosos. El ámbito de lo sagrado solo queda ya circunscrito a los dogmas laicos: lo memorial, lo climático, lo público, lo «democrático», el género…
En lo que respecta a lo primero, la memoria, el año viene cargado de efemérides preparadas por la curia gubernamental y sus sacerdotes y diáconos de las comisiones y subsecretarías. Nos van a recordar los cincuenta años de libertad que venimos disfrutando, pero con Franco en el punto de mira. Prepárense que vienen curvas. El espectáculo debe continuar.