«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Pija por fuera y progre por dentro

13 de noviembre de 2015

Llega un momento en la vida, una catarsis, en la que o lo dejas todo o todo te absorbe. Por eso yo, que soy de blancos o negros, de EscarlatasOHaras o MelaniasHamilton, de Magdalenas o Vírgenes, decidí un día dejarlo todo. 

Dejé de fumar, de comer, dejé el amor, y la ilusión, dejé el McDonalds y el rosario, las enseñanzas maternales y los dictados de Vogue, el sexo, el helado y los spaghetti, dejé el whatssap y el Instagram, el Espidifén, la conducción, las hamburguesas y la carne roja…. Y llegó un punto en el que mi desierto vital dio paso al Nirvana, llegó un punto en el que me planteé seriamente dejar de buscar y postularme como sustituta del futuro Dalai lama. Como credencial: la garantía de que no soy adicta al tecno o al house como el último español elegido y como punto débil que si echo de menos la Gozadera siempre podré tratar de atraer a la causa del budismo a Marc Anthony

Con voluntad férrea de palo santo me dispuse a vaciar mi armario para alejarlo de la vida escandalosa, elegante y promiscua de antaño para quedarme sólo con un “vestido bebe y reza”, lo suficientemente recatado y sofisticado como para ir tanto de cocktail como a un funeral. Quién sabe si en el Tibet se celebran fiestas neoyorkinas a lo Magnises club, y decido volver a todo con la misma rapidez con que se suben las burbujas de champagne a la cabeza de una madurita alocada. 

Pero mientras continúe como activo congelado con mi vida de ascetismo y mientras no se produzca un coup de foudre (no por ser budista hay que dejar de ser cosmopolita) me entregaré a los brazos de la oración. Y rezaré por los refugiados que llegan de Siria, en lugar de por mis vecinos de abajo que se alimentan gracias a Cáritas. Me preocuparé por la precariedad en los contratos, en vez de visitar a mi abuela en la residencia. Lucharé activamente por los derechos de las mujeres en Uzbekistán y por la protección de la hiena parda en el Kalahari en vez de evitar que se produzcan abortos de forma masiva y se trafique después con los órganos de los nonatos. Y respetaré a todas las religiones, menos a la católica, con la excepción de la rendida pleitesía que profesaré hacia el Papa Francisco. 

Me preocuparé por todas y cada una de las mujeres de mi alrededor a las que trataré de imponer que exijan la reducción de jornada y que amamanten a sus hijos hasta los 9 años de edad. Comeré tofu y quinoa y haré yoga y llevaré pijamas – no precisamente lenceros- y en mi yihad buenista arrastraré a todas mis conocidas a que se sumerjan en la vida de felicidad progresista en la que puedes preocuparte tranquilamente por causas ajenas y lejanas que realmente no te calen. 

Cuando me canse de las incomodidades derivadas del postureo perroflauta pediré el ingreso en el PP, donde como sus propias siglas indican, te dejan ser pija por fuera y progre por dentro. Rubia platino, motera y presidenta. Fiestera, bailonga y cultureta de Prisa. Madre soltera, inseminada, divorciada o imputada. Podré comer con detectives o con amantes de altos dirigentes, cambiarme de acera, celebrar una boda homosexual… y preocuparme por el desafío separatista como si lo que estuviera en juego no fuera la unidad de España sino una partida de bridge en el Upper East Side de Manhattan.   

 

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