«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Podemos, ser pijas

7 de junio de 2014

A través de una neblina más propia del smog londinense que de la calle Claudio Coello me pareció reconocer a la nieta de una conocida marquesa sepultada bajo lo que habría jurado se trataba de un pañuelo palestino; uno de esos con los que tan aficionado era Zapatero a fotografiarse a las primeras de cambio. Salía de su portal acompañada por su inseparable yorkshire, Nugget. Lo que habría confirmado su identidad hasta para un despistado Sherlock Holmes que no hubiese contado con la ayuda del Dr. Watson.

La pieza del puzle que no alcanzaba a encajar era qué hacía la elegante y sofisticada veinteañera entregada al estilismo del «no a la guerra».

La explicación no tardó en llegar. Recibí justo entonces la llamada de un amigo y primo de la susodicha contándome que el novamás entre las universitarias pijas es votar a Podemos. Es a las veinteañeras del 2014 lo que supusieron los Beatles a las madres de los 60, las comunas hippies a las de los 70 o Kurt Kobain a las de los 90. Un descubrimiento místico como el de Elena Valenciano con Jesucristo o con el Che.

El último placer culpable que las sitúa en el epicentro de la desesperación paterna. Si vives en el cuadrilátero comprendido entre Velázquez y Almagro, Juan Bravo y Jorge Juan, eres menor de 25 y no votas a Pablo Iglesias, no molas.

¿Quién puede ser cool abrigada por un Barbour frente a la sede de Génova? Es lo que trata de explicarme la nietísima cuando decido hacerme la encontradiza.

Pablo Iglesias es el último accesorio de su look. Atrás quedaron las fotos de pies al borde de la piscina, lo que se lleva ahora son selfies con filtro sepia besando a un Ekaitz cualquiera, simpatizante de Podemos. Lo que en las redes sociales ya se conoce como Pablemos y que en realidad debería llamarse «Olemos». Las rastas no son imprescindibles, pero sí recomendables si se quiere llamar la atención de estas exquisitas transgresoras.

Con todo, mientras esperamos la llegada de su cita trata de conquistarme para la causa, y usa argumentos irrefutables:

-¿Sabías que en las últimas elecciones ha habido más de un 50% de «abstinencia»?, -me dice absolutamente consternada por el estupor-.

-Querrás decir abstención, -le corrijo-.

-Bueno, ¡lo que sea! Tú me has entendido. ¡No hay derecho! La casta y el capitalismo nos están dejando sin nada.

Y no me queda claro si por casta se refiere al director del club Puerta de Hierro, al que tan aficionada es a ir en los veranos, o si dentro del capitalismo incluye los viajes a Porto Cervo, Cortina d’Ampezzo y Biarritz pagados por papá con los frutos de la explotación obrera.

Nuestra fascinante conversación es interrumpida por el politono de su móvil:

-¡Mami, no sabessss!!! esto de hacer la revolución es cansadísimos, ahora me voy a una asambleas a Sol pero creo que sobre las sietes podré estar en Embassysss!! Ciaooo…

Y con esa entonación siseante tan propia de las niñas del Mater Salvatoris que la dejan a una con la duda de cuántas eses lleva la palabra estupefacción o si tu interlocutora tiene frenillo, me despedí de ella desolada. Más preocupada por la deriva de nuestros jóvenes que por el advenimiento de una tercera república. Aunque para preocupación, la de Nugget.

No se puede poner en duda la lealtad del que hasta hace bien poco habría dado la vida por su ama, pero hay que reconocer que pasar de los jerséis de Shetland a la kufiya no está siendo un trago fácil de digerir para el aristocrático can. Desde la esquina de Juan Bravo podía adivinarse el malestar del perrito. Es enfilar Cibeles y el cuadrúpedo, que no es tonto, empezar a temerse lo peor.

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