«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

Poesía, realpolitik

22 de noviembre de 2021

El tópico del poeta en su torre de marfil me vale, si se admite que, en el mundo tan feo que nos está quedando, es una torre asediada en la frontera. Y desde la cual se pueden hacer razzias. Se me ocurren varias, empezando por la de pedirle a la intelijencia [sic] que nos dé, incluso en esta tiranía del eufemismo, el nombre exacto (y peligroso) de las cosas. También el don preclaro de redimir la realidad, como ha advertido José Luis Trullo: «El político, en su fuero interno, odia la poesía, porque ésta consigue mejorar el mundo sin transformarlo». O el milagro de conciliar ideologías imprescindibles a estas alturas, como propone el poeta Jesús Cotta: «La poesía ejerce un enorme atractivo para todos aquellos conservadores que tienen un revolucionario dentro con el que no saben qué hacer». O sirve, como nos recuerda el filósofo Higinio Marín en su reciente Humano, todavía humano, porque sólo el lirismo sostiene la épica. No se lucha (al menos, no bien) porque se odie al de enfrente, sino porque, como supo Chesterton, se tiene a la espalda algo que defender: «Para tener por qué luchar, hay que tener qué cantar», resume poéticamente Marín. San Juan Pablo II agradecía a los poetas polacos en su libro Memoria e identidad que habían mantenido ellos solos la llama de la nación en las horas oscuras. En 1929 Karl Vossler (1872-1949) encomendó a los poetas otra misión. Ésta, geopolítica.

Con Hispanoamérica estamos ante «uno de los más importantes imponderables de la política mundial futura»

En la importancia de la Iberosfera —como aquí sabemos bien— nos jugamos el futuro nuestros países como naciones libres y como comunidad católica en un mundo globalizado de grandes bloques. Vossler explicó: «El tipo de relaciones que existe entre España y sus antiguas colonias es algo a lo que se presta, de primer momento, poca atención, pero que constituye, en realidad, algo extraordinario y que puede servir de modelo a la futura vida internacional de los pueblos». 

Entusiasma que esta vez el defensor no sea un español de aquel hemisferio (Vasconcelos y su La raza cósmica) ni de éste (Maeztu y su Defensa de la Hispanidad) ni con un pie en ambos (como el gaditano José María Pemán y su El paraíso y la serpiente), sino un alemán de Hohenheim, en Stuttgart. Que explica muy bien la razón: «Debilitados los vínculos económicos […] se ha originado […] un sentimiento depurado de comunidad espiritual y moral, una conciencia cultural que se nos presenta como algo profundamente íntimo y sincero». Con Hispanoamérica estamos ante «uno de los más importantes imponderables de la política mundial futura», insta. Eso era en 1929 y es verdad que todavía lo sigue siendo, a la manera del chiste de Les Luthiers: «Brasil es el país del futuro y siempre lo será». 

Pero quizá (se ve ahora un interés renacido a ambos lados del Atlántico y en los dos hemisferios y la victoria de Kast en la primera vuelta de las presidenciales augura muchas más) ha llegado el momento. Para serlo, Vossler considera esencial no renunciar al alma hispánica: «¿Podrá este espíritu, salido de la Edad Media y de los tiempos heroicos de España, hacer frente al imperialismo arreligioso de los anglosajones de la época victoriana o conseguirá influir en él, completándolo?». Apunta, como si nada, también a la influencia en Estados Unidos.

«El sentido auténtico y supratemporal del heroísmo español es comprendido e interpretado en toda su pureza únicamente por los poetas»

Hay en este ideal un indudable contenido social. Gracias a la incultura de Íñigo Errejón que se creía que es de ayer, hace poco hemos recordado que fue Felipe II, nada menos, el pionero de la jornada laboral de ocho horas. Vossler habla de la «revolución conservadora» que ha de tener en cuenta lo que soñaron los reyes, los santos y los poetas españoles, esto es, una unión eterna entre todos los hombres, donde el señor y el pobre gozan de la misma dignidad sagrada, sin luchas de clases ni juegos de suma cero.

Tras destacar los empujes en esa dirección de Ganivet, de Unamuno y de Ortega y Gasset, Vossler reconoce que «el sentido auténtico y supratemporal del heroísmo español es comprendido e interpretado en toda su pureza únicamente por los poetas». Más tarea. Ea.

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