Así llamaba Homero a la guerra civil «Polemos epidemios», que es un nombre que tiene resonancias siniestras para un oído español actual, además de la etimología y la traducción. Si usted prefiere tranquilizarse, mejor no lea el libro del que he sacado la referencia. Es de Giorgio Agamben y se titulada ¿En qué punto estamos? La epidemia como política (Adriana Hidalgo Editora, 2020).
La democracia liberal, el Estado de Derecho, la división de poderes, la salvaguarda de los derechos fundamentales de los ciudadanos, todo ha ido cediendo por los imperativos de la salud pública
Aunque hace algunas inevitables incursiones en la política sanitaria con la que se ha gestionado esta pandemia, lo mollar del análisis se centra en sus consecuencias políticas, ya fuesen planeadas o sólo aprovechadas por las élites. El filósofo veneciano constata que estamos asistiendo a un asalto a toda regla a la organización política tal y como la conocíamos hasta ahora. La democracia liberal, el Estado de Derecho, la división de poderes, la salvaguarda de los derechos fundamentales de los ciudadanos, todo ha ido cediendo por los imperativos de la salud pública. Nombre que evoca casualmente al Terror revolucionario y sus comités. La cada vez más generalizada utilización del decreto-ley para puntear el control parlamentario del trámite legislativo, la nueva normalidad de los estados de excepción, los ataques a la independencia judicial, el asalto a la libertad de expresión, censuras corporativas y la limitación a la libertad de movimientos no pueden ponerse en duda. Son hechos objetivos.
De los que Agamben deduce que estamos ante un cambio de sistema. «El umbral que separa la humanidad de la barbarie ha sido traspasado» declara sin ambages al recordar que, desde Antígona, lo civilizado ha sido lo que nos han prohibido: enterrar dignamente a los muertos. Por lo que concluye: «Lo cierto es que harán falta nuevas formas de resistencia».
Pero luego se le va todo el libro en enumerar una y otra vez, realmente alarmado, los muchos motivos de preocupación. Da pocas claves defensivas, aunque sí una: «Es el propio lenguaje como lugar de manifestación de la verdad lo que se confisca a los seres humanos. […] para detener este movimiento es necesario que cada uno tenga el coraje de buscar sin hacer concesiones el bien más preciado: una palabra verdadera». Fue el único propósito de Solzhenitsyn cuando estaba solo y desvalido frente al Imperio Soviético. No mentir jamás. Y así se convirtió en una pieza clave para el desmoronamiento comunista. O sea, que no es una estrategia pobre.
Además de las palabras verdaderas por las que claman Solzhenitsyn y Agamben, yo me atrevería a proponer pequeñas rebeldías que reivindicasen a la vez el sentido común, la libertad personal y la responsabilidad intransferible
Que además se puede extender a otras virtudes. Lo propuso como un programa político completo el poeta Aquilino Duque, que acaba de cumplir en plena forma 90 años: «Luego he tratado de que lo que quería/ para todo el país, para toda la tierra/ fuese al menos posible en unos pocos/ metros a la redonda». Ahora que las redes sociales se estrechan hasta extremos inquietantes, quitándonos quizá la ilusión de una influencia exponencial, es el momento de valorar aún más esos pocos metros a la redonda que son el puesto de más riesgo y fatiga que nos toca defender, porque es el nuestro.
Además de las palabras verdaderas por las que claman Solzhenitsyn y Agamben, yo me atrevería a proponer pequeñas rebeldías que reivindicasen a la vez el sentido común, la libertad personal y la responsabilidad intransferible. No en vano lo que más preocupa del panorama que dibuja Agamben es el recorte sistemático e implacable, aprovechando el miedo de la epidemia, sobre la autonomía de las personas.
La alegría de las bolas de nieve ha estado muy bien. Sánchez Dragó propone, para atajar la pandemia, la recuperación de un bachillerato de excelencia con mucha formación clásica; y, aunque pueda parecer naif, está muy bien tirado.
Estemos ojo avizor para tomarnos cuantas libertades podamos en cualquier momento y con la máxima prudencia
Por mi parte, vi otro frente la otra noche en un funeral, precisamente. Siendo por una persona muy querida y, además, con una gran familia, los asistentes nos amontonamos algo a la salida, pero todos estaban dispuestos a desfilar disciplinadamente por la mitad del camino de la iglesia marcada por la cinta de balizamiento y donde las flechas y carteles indicaban: «Salida». Por la mitad del camino destinado a la «Entrada» no pasaba un alma. Di un grácil salto —en la medida de mis posibilidades— y salí por el espacio libre y el aire puro, contribuyendo a la seguridad de todos, a la sensatez y al ejercicio de una sana rebeldía. Aunque algunos amigos me chistaron, por si acaso yo había vuelto a despistarme, otros enseguida vieron la lógica del camino expedito, y la salida resultó más rápida y segura. Más libre.
Estemos ojo avizor para tomarnos cuantas libertades podamos en cualquier momento y con la máxima prudencia. Con eso y con lo ir con la verdad por delante, empezaremos a sumar metros a la redonda y, cuando nos demos cuenta, le habremos dado la vuelta a esto. Con o sin Twitter.