Son tantas las renuncias de España en el último medio siglo que debemos buscar en éstas los orígenes de los problemas actuales. El energético, sustancial por lo que respecta a nuestra economía, hubiera sido de importancia menor si se hubiera aprobado el plan atómico elaborado a finales del franquismo y que los EEUU se encargaron de sabotear. Añadamos la claudicación ante políticas pseudo ecologistas que han condenado a nuestro país a la erradicación de las centrales nucleares, al revés que Francia o Reino Unido, la estigmatización del fraking o la creación de nuevos pantanos. Nos hemos limitado a ser espectadores pasivos, renunciando a nuestra independencia en materia de energía, convirtiéndonos solo en clientes de Francia, Argelia y otros países. Seguramente era el objetivo, que nuestra condición nacional en este terreno de importancia estratégica vital fuese el de invitado de piedra, aherrojándonos a los intereses de otros países que, forzoso es decirlo, no tienen por qué coincidir con los nuestros. Como así se ha demostrado.
Lo mismo podría decirse del sector industrial que, si bien es cierto que estaba empezando a quedarse obsoleto, podría haberse modernizado sin necesidad de suprimirlo de un plumazo. Sin siderurgia, ni grandes fábricas, ni industria de defensa potente y con los astilleros colgados de un hilo, también nos hemos quedado atrás ante países que sí fabrican y construyen lo que nosotros compramos. El tema de la adquisición de los AVE a la Siemens es uno entre miles de ejemplos, siendo como fuimos los creadores del puntero Talgo. Fíjese el lector que España ya no dispone de firmas como Barreiros, que llegó a competir con ventaja ante los camiones MAC norteamericanos, por señalar otro terreno.
Somos un país consumidor de los productos que nos venden, relegándonos a la triste condición de posaderos de turistas
En cuanto al agro, la pesca y la ganadería todos sabemos que pasamos de que nos quemasen camiones cargados de nuestros productos en cuanto pisábamos tierra francesa a que nuestros agricultores quemasen ellos mismos sus productos por no salirles a cuenta cultivarlos; hemos visto a nuestra flota pesquera quedar cada vez más reducida y encorsetada por las cuotas europeas o por el asedio bucanero de Marruecos; asimismo, nuestros ganaderos están prácticamente en bancarrota, y no es tampoco inusual verlos derramar la leche que Europa, esa Europa de las maravillas en las que nos las prometíamos tan felices, nos permite también en función de las malditas cuotas. Hablan del GATT y de la liberalización de aranceles, pero nosotros tenemos limitadas nuestras capacidades de negocio con lo poco que nos han dejado. Somos un país consumidor de los productos que nos venden, relegándonos a la triste condición de posaderos de turistas.
En cuanto a la política exterior, que pasaría por un estrechamiento con hispanoamérica y el norte de África para establecer relaciones bilaterales basadas en la cooperación económica, cultural, militar y de seguridad, ya conocen ustedes los resultados. Del iberismo, noción utilísima que beneficiaría a Portugal, con quien vivimos de espaldas, y nuestro país, hablaremos otro día.
Urge recuperar la soberanía de la nación, cosa que se consigue solo de una forma: ejerciéndola en tanto que estado independiente. Como Francia, verbigracia. Claro que esto quizás sea mucho pedir. Demasiado.
Miquel Giménez