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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Prelados indignos

18 de febrero de 2016

Dicen que Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, no ha querido emitir ningún comentario ante la agresión ideológica sobre el Padre Nuestro blasfemo, porque “no quiere alimentar más la controversia política”, según señalan fuentes del arzobispado, obstinado cerrilmente en que él acudía a Barcelona como un pastor y no como un político, como si la cuestión social o política fuese ajena a la pastoral de la Iglesia, como si la religión estuviese separada de la sociedad o como si la pastoral y la vida social y política fuesen cosas yuxtapuestas.

Ciertos prelados se mueven en un peligroso “averroísmo latino”, separando lo cultural de lo religioso, el orden de lo temporal de lo espiritual, la naturaleza de la gracia, o la política de la pastoral. ¿De quién eres pastor, bobo prelado, incapacitado para contrarrestar la provocación y la injusticia contra la persona y la comunidad católica? ¿No comprendes que hacerse aceptar por Babilonia adoptando un silencio cómplice ante cualquier ofensiva cristiana, y por tanto humana, significa contribuir con esa misma actitud sumisa a la implantación del secularismo, a la radical secularización de la cultura fundada en un evidente ateísmo? ¿A qué obedece la falta de resistencia, la obscena y reprobable indiferencia de un pastor que deja el campo libre a los enemigos de la Iglesia, que no respetan siquiera las relaciones constitutivas de la persona con los demás?

No se puede utilizar el tema de la “autonomía de las realidades terrestres” para legitimar la secularización, la separación radical de lo pastoral y lo político. No somos una sociedad invisible los creyentes, ciudadanos que hacen abstracción de sus relaciones con los demás, blanco fácil y gratuito de cualquier hostilidad. La Iglesia no puede quedarse muda cuando ciertos dirigentes políticos, lejos de participar en la preocupación por el bien común, contribuyen a la injusticia desde el mismo cuerpo político, aprovechando el poder de las instituciones para desmantelar y destruir cuanto odian. La Iglesia tiene como misión “informar” desde dentro todo el orden de lo creado, porque es inadecuado imaginar un orden temporal o político desgajado del orden espiritual sin caer al mismo tiempo en una profunda contrariedad.

La Iglesia no se sale de su papel cuando interviene en el ámbito de la actividad humana: todo lo humano nos pertenece. Hay que aprobar o condenar, hic et nunc, ciertas actuaciones inadmisibles. Corresponde a la Iglesia anunciar los principios de la moral, incluso en lo que se refiere al orden social, así como hacer un juicio sobre toda realidad humana en la medida en que lo exijan los derechos fundamentales de la persona humana. La Iglesia no puede aceptar que se tolere todo, como si las acciones individuales no fuesen más allá de los propios individuos, afectando incluso al bien de los pueblos. Ante esta realidad enferma de la sociedad, por el contenido moral que conllevan las cuestiones integradas en la cuestión social, la Iglesia no puede permanecer indiferente.

La cuestión social es un deber del ministerio pastoral de la Iglesia. La Iglesia vive su ministerio pastoral como un derecho y un deber, a lo que no se puede renunciar. Permaneciendo en silencio falta a un deber y deja de ser la Iglesia. Por tanto, la misión de la Iglesia es la santificación del hombre, se ocupa también de las necesidades que la vida diaria plantea a los hombres. Esta fidelidad pastoral se convierte en una cooperación al progreso de la sociedad y del hombre. La Iglesia expresa un juicio moral insoslayable cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación del alma. Y si no lo hace, se muestra indigna de Su Señor, como algunos prelados irresponsables y complacientes al halago del mundo,  incapaces de comprender la inmensa abyección de consentir en categorías liberales desgajadas del bien común, de la dignidad de la persona humana y de la verdad.

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