Las cifras de audiencia me conquistaron. No se puede negar un éxito abrumador. A una serie no la hace buena -en términos relativos-, ni la publicidad ni la exquisitez de presuntos entendidos. Si tantas personas se ponen de acuerdo a la vez, lo normal es darle una oportunidad. Antes de ponerme al día sólo sabía dos cosas: que era una serie española y que sólo había emitido dos capítulos. Me dispuse a ver «El Príncipe».
Reconozco que me emocioné al empezar a verla. El escenario fue mi hogar. Pude reconocer el momento en el que se disipa la niebla en el Estrecho y se va enfilando tierra firme. Instante en el que ya queda atrás la colonia inglesa frente al punto y final de la Península Ibérica. Casi pude percibir el bamboleo que avisa, que el abrazo del mar con el océano vuelve a deshacerse, si es que alguna vez lo hace del todo. Me pareció escuchar esa frase tan de la zona: «Ya estamos en Ceuta», que se dice cuando se ve la primera montaña a la derecha: «La mujer muerta», colina que recuerda a una mujer desfallecida. Y tras ella, el pequeño y sinuoso perfil de la costa ceutí.
La serie, en cierta manera creíble, habla de un barrio conflictivo y peligroso, el Príncipe, tan extremo como otros de grandes ciudades, quizás con la particularidad añadida de un conflicto de culturas. Es cierto que la cercanía con la frontera y lo que puede llegar a implicar en lo que a conductas delictivas se refiere, lo hace algo más especial. Pero con las vistas aéreas que regalan en algunos planos, parecen preciosas casitas de colores como de cuento.
No puedo comprender cómo la familia protagonista de la trama, de origen marroquí que vive en Ceuta, y que tienen negocios, -unos más limpios que otros-, pero todos locales, tiene acento de Valladolid. Es como el famoso reloj de aquella película de romanos. Además, en algunos momentos sí hay musulmanes, españoles o no, que tienen el acento y la dicción propia de los que viven en la ciudad, que es una mezcla entre el acento andaluz y la dariya. Algo parecido al spanglish.
La protagonista, mujer bellísima, a la que han decido otorgar un nombre poco original, Fatima, lleva un hiyab que no se ve en la ciudad. Hay muchas mujeres musulmanas vestidas como occidentales, y otras que, como ella, visten como occidental y cubriéndose tal y como es su tradición, pero el cabello no se les sale nunca del velo. Por otro lado, cuando hablan de ella o con ella, incluso su familia, acentúan la primera vocal como si se debiera su nombre a la Virgen y no a la hija del Profeta. Es imposible que eso suceda.
También los policías parecen todos nacidos en Burgos, incluso algunos que son ceutíes, y contrasta con otros personajes que hablan en andaluz, además con giros muy cerrados. Pero no todos, lo que resulta aún más paradójico.
Mención especial al militar que sale en la serie y al que se le tacha de «Facha» porque no quiere que su hermana sea novia de un musulmán. Me surge la duda, quizás algo malvada, de qué ocurriría si el personaje no fuera militar. Igual hubiera sido tildado de xenófobo o de intolerante, pero no de facha. Flaco favor hacen a nuestro Ejército con etiquetas como esas.
Por lo demás no le niego el derecho del éxito arrollador, es una buena mezcla de actores muy guapos y profesionales, algo de acción policial y la coqueta «ciudad de las cuatro culturas» presumiendo ante el público.