«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Biografía

La proclamación del Rey: ¿aires de cambio?

19 de junio de 2014

La proclamación de SM El Rey Felipe VI que tuvo lugar esta mañana en el madrileño Palacio del Congreso de los Diputados ha constituido una suerte de visualización de las posibles sinergias representacionales de nuestra Monarquía en el nuevo reinado. Mucho se lleva debatiendo desde el anuncio de la abdicación sobre cuál debe ser el papel del nuevo Rey en este supuesto proceso de regeneración democrática que es crecientemente demandado por amplios sectores sociales y políticos. El Rey sin duda deberá y podrá aconsejar, animar, estimular y hablar, pero no cabe engañarse ante los potenciales del nuevo Soberano en este campo. Por decisión de los constituyentes, en un marco ideológico que una eventual reforma constitucional no alteraría, el Rey no dispone ni el más mínimo margen de prerrogativa soberana, lo que en consecuencia limita a niveles asfixiantes los simbólicos preceptos constitucionales del arbitraje y la moderación. En la larga observación de los comentarios y expectativas sobre el nuevo reinado cabe intuir una delicada combinación de desconocimiento, utopía, o simplemente de mala voluntad con objetivos intuibles. Sin un mínimo de prerrogativa soberana de excepción es poco lo que nuestro nuevo Soberano puede hacer a la hora de impulsar ese proceso de regeneración, que no vaya más allá de un comportamiento personal que hasta ahora se ha mostrado como irreprochable, y de la transparencia en las finanzas de la Real Casa y Familia.

Como he escrito con Óscar Hernández Guadalupe en Juan Carlos Rex. La monarquía prosaica, el mayor potencial moderador de la Corona es el representacional, y esto no opera a niveles discursivos, sino simbólico-materiales. Todas las sinergias del pasado reinado desafiaron y negaron este principio tan lógico como evidente, y ello conllevó la proyección de una imagen tan prosaica y pedestre, que cuando el idilio pasó y llegaron los “anni horrribili”, la monarquía sufrió con mucha mayor intensidad, una creciente y extendida falta de respeto.

Esas políticas de ocultamiento, modestia, complejo por ser lo que se es, renuncia a las manifestaciones de su identidad, se han amparado a veces en la relativamente cierta pero también algo oportunista excusa de la austeridad económica. Sin embargo, esta también ha de ser mensurada, y conviene contrastar el impacto de un acontecimiento de este alcance con la gestión de esa austeridad en todos los otros escenarios sociopolíticos.

Muestra de esta algo equívoca o miope ponderación del difícil equilibrio entre austeridad y ocasión, ha sido la populista renuncia a invitar a dignatarios extranjeros. Después de que el nuevo Rey o el Rey Juan Carlos y la Reina Sofía hayan asistido a decenas de tomas de posesión de Presidentes sudamericanos, investiduras pontificias o la entronización del Emperador de Japón, una propuesta cicatera y cosmética rebaja el realce diplomático institucional del acto, y por tanto, también, la proyección mediática del Reino de España a nivel internacional, en un evento histórico, cuando el país proyecta una imagen socio-económica deteriorada. La no declaración de una fiesta nacional ha restado también seguimiento a un acto que por añadidura se decidió celebrar por la mañana. Acorde con ello la opción por una extraña semietiqueta de mañana, determinó el traje corto de la Reina, la Reina Sofía y las Infantas de España, rebajando en mucho el nivel representacional del acto, que resultó digno y cálido, pero aséptico, pobre y algo pedestre.

Menos polémica, cuanto igualmente dudosa, podría ser la renuncia a un Te Deum o una Misa del Espíritu Santo, como colofón no institucional de las celebraciones. Ha sido aplaudida por ateos, agnósticos y laicistas, entre quienes se encuentran paradójicamente un cierto número de católico-romanos. Pero España no es un estado laico, sino uno, en que como dice la Constitución, “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Frente a las bodas reales, e incluso los Funerales de Estado, preconizados por Zapatero y celebrados hasta el pasado próximo en la liturgia católica romana, un Te Deum en la misma confesión no tiene que ser interpretado como discriminación, sino como un reconocimiento pragmático, realista, y en modo alguno inconstitucional, a la confesión de la Familia Reinante y de un aproximado setenta por ciento de la población española, sean o no comunicantes habituales.

Todas estas decisiones nos acercan a un relevante sujeto de reflexión sociológica y politológica. De la Monarquía del Rey Don Felipe VI se espera un impulso de regeneración democrática para la que no dispone de recursos constitucionales, y que depende en primera y última instancia de la precaria conciencia y responsabilidad estatal de los actores políticos. Pero la Monarquía del nuevo Rey parece volver a surcar el imposible camino previo paterno: forzar una influencia de precario sustento constitucional a través  un débil utillaje discursivo, mientras se desdeña como arcaico o inútil el potente bagaje del aparato representacional. Como hemos dicho en repetidas ocasiones puede ser cada vez más letal la resistencia al cambio, el viraje de ruta, la ciega certeza heredada en un modelo fundacional que a todas luces hace aguas, la confianza irreflexiva en los ignotos asesores de desconocida cualificación curricular y aún más ignota adscripción ideológica.

Desde los inicios del reinado anterior la Monarquía Española ha tratado de hacerse invisible y borrar sus signos en la imposible e ingenua esperanza de reducir, neutralizar o seducir a esa gran minoría republicana.

El diseño ceremonial de la abdicación y proclamación muestra y demuestra que es ese el imposible objetivo primordial: neutralizar a quienes, despiertos tras un cierto letargo, siempre mostrarán una ciega oposición radical a una Institución hija de la Historia y el consenso constitucional. Intentando desde el reinado de Juan Carlos I contentar a quienes nunca se contentará, la Corona de España ha perseverado en su imposible empeño de despojarse de su esencia para hacerse admisible a quienes nunca la admitirán. Lo más grave, lo que nunca han considerado, o han dado por ganado, es la pequeña mayoría monárquica, nutrida del centro, la derecha y la socialdemocracia moderada. Grave error táctico: por intenta ganar nichos irreductibles a la lealtad monárquica, la Corona con sus indescriptibles y desconocidos asesores, pueden haber estado perdiendo apoyos entre aquellos que desde la izquierda moderada ala derecha no sólo piden una Monarquía democrática, sino una que lo sea.

A nuestro nuevo Rey, que Dios guarde, se le solicita la difícil labor de una actividad política para la que no tiene sobrados recursos constitucionales. Nadie le recuerda que un dimensionado respeto a lo que uno, a lo que Institución es, no es sólo una hábil estrategia, sino también, una muy honesta, realista y honorable toma de conciencia.

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