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Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios
Enrique García-Máiquez (Murcia, pero Puerto de Santa María, 1969). Poeta, columnista y ensayista. Sus últimos libros son 'Verbigracia', (2022) poesía completa hasta la fecha; y 'Gracia de Cristo' (2023), un ensayo sobre el sentido del humor de Jesús en los Evangelios

¿Qué es la verdad?

19 de octubre de 2022

Hay una enemistad eterna entre la estirpe del poder y la de la verdad, porque ésta, tan débil y tan pequeñita, es más poderosa, además. «La verdad de una palabra —como dijo y demostró Solzhenitsyn— pesa más que el mundo entero». Podíamos citar también a Huxley y a Orwell, que novelaron proféticamente el odio a la verdad como primera característica de los totalitarismos. Y citaremos a Albert Camus por el puro placer de recordárnoslo: «La verdadera aristocracia no consiste sobre todo en batirse en duelo. Consiste sobre todo en no mentir. […] La libertad consiste, sobre todo en no mentir».

Ni Felipe González se cree lo que ha dicho, como demuestra su rocambolesco fraseo, que empieza por afirmar una verdad (la suya) para negar la verdad (de todos)

Otro francés, Fabriçe Hadjadj detectó el momento crucial de esta rivalidad: el poderoso Pilato desdeña al desvalido Jesucristo con una pregunta retórica que no espera respuesta: «¿Qué es la verdad?». Pero a pesar del silencio de Jesús, la tuvo. Exactamente la que describió nuestro Camón Aznar: «A la pregunta «¿Qué es la verdad?» debe tardarse a contestar sólo el tiempo suficiente para morir por ella».

Es imposible que González se crea lo que dice o que ni siquiera lo haya pensado

Repaso todo esto porque nada me gusta más que hablar de la verdad. Y Felipe González, con sus declaraciones en un acto de apoyo a ese Pedro Sánchez al que no ha podido liquidar por la espalda, me lo ha puesto fácil. González ha dicho: «Hay una verdad que he aprendido: en democracia la verdad es lo que los ciudadanos creen que es verdad». Por supuesto, ni él se cree lo que ha dicho, como demuestra su rocambolesco fraseo, que empieza por afirmar una verdad (la suya) para negar la verdad (de todos). Ésa que él presume que ha aprendido, ¿la han votado los ciudadanos?

Es imposible que González se crea lo que dice o que ni siquiera lo haya pensado. No imagino a Felipe pensando que las leyes raciales del nazismo eran verdad porque la mayoría del cuerpo electoral alemán estuvo absolutamente conforme. Contra otros disparates seguro que no tiene tantos reparos (véase el aborto), pero basta éste para refutar su silogismo. Que es muy peligroso porque convierte a las democracias en un totalitarismo por sufragio, en la dictadura implacable de la mayoría ocasional. La búsqueda de la verdad se traslada de la investigación y la razón a la demagogia y la publicidad. Pero entonces, para no citar sólo a los filósofos, recordemos el impagable aviso de Robbie Williams: «When the truth dies, very bad things happen», que la historia ha tatareado —«cuando la verdad muere, ocurren cosas muy malas»— como si fuese un siniestro estribillo.

Que uno de los valores esenciales de nuestro sistema político sea una chorrada como ésta no resiste el mínimo análisis filosófico, histórico o biográfico

La frase de González no se sostiene, pero es bueno dedicarle el artículo por dos cosas. Una de fondo y otra circunstancial. La de fondo es que, aunque nadie se cree en serio esa idea de la verdad por sufragio y mayoría simple, se ha convertido en una idea de curso común en nuestra sociedad. Es un fundamento (con ningún fundamento) de la democracia postmodernamente entendida. Que uno de los valores esenciales de nuestro sistema político sea una chorrada como ésta no resiste el mínimo análisis filosófico, histórico o biográfico. Que lo repitan del expresidente González abajo casi todos, nos da una muestra muy inquietante de las arenas movedizas que pisamos. Ése es el fondo o el trasfondo de nuestra vida política.

Nadie puede creer lo que nos digan unos responsables públicos que reconocen continuamente en la teoría y en la práctica que la verdad no existe

Terminará salpicándolo todo. Sin verdad, los casos de corrupción proliferan. La gestión del post-coronavirus y los efectos nocivos o no de las vacunas se va a complicar tremendamente por esta razón: nadie puede creer lo que nos digan unos responsables públicos que reconocen continuamente en la teoría y en la práctica que la verdad no existe. Con esos postulados, es imposible a medio plazo gobernar una sociedad libre. La credibilidad política y la confianza mutua saltan por los aires.

El vanidoso González necesita que la verdad no exista, aunque sólo sea para no despreciarse a sí mismo

Lo circunstancial es que esa frase se le escapa a González por algo. Freud lo hubiese visto claro. González es un hombre que ha hecho todo lo posible para apartar de la política a Sánchez, que ha hablado contra él a sus espaldas todo lo que ha podido, que le achuchó a Susana Díaz y que se las tuvo tiesas —fuera de la ley y hasta la sangre— con los socios de ahora del PSOE. Pero ahí está el tío en el atril y va ir a un mitin para arañarle votos, para bailarle el agua, para reírle a Sánchez las gracias, para poner los restos de su prestigio a los pies del nuevo y detestado líder de su PSOE. El vanidoso González necesita que la verdad no exista, aunque sólo sea para no despreciarse a sí mismo.

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