Escribí anteayer un artículo muy obvio explicando que el PP, si no quiere que Sánchez vuelva a pasarle por encima, tiene que exigir responsabilidades al PSOE por la tragedia de Valencia con la misma fuerza —como mínimo— con que los socialistas se la exigen a Mazón. Hacer lo contrario es políticamente suicida, además de muy injusto con las víctimas, que merecen una reparación completa y no tienen culpa de los complejos y/o componendas del centro derecha. Peor aún: sin impugnar al PSOE, no se pone el foco crítico en las políticas medioambientales y de infraestructuras que nos han traído aquí. Por responsabilidad directa en el desastre y porque va a ser votada en Europa por el PP y sus socios continentales, Teresa Ribera debe ser cuestionada. Es elemental.
Sin embargo, algunos lectores europeístas me han reñido acerbamente por cuestionar que una española tenga un puesto de peso en la Unión Europea. He tenido que frotarme los ojos. Yo no pensaba que la Unión Europea fuese concebida como la Champions League, que se juega por allí, pero donde uno quiere que metan goles sólo los suyos. Si uno es europeísta, lo lógico es que le dé igual la nacionalidad del que ocupe cada puesto, con tal de que sea el mejor elegido democráticamente. Un europeísta mirando la nacionalidad de los cargos tiene mucho de contradicción interna. ¿Piensa que los comisarios de otros países no mirarán por nuestros intereses como lo haría uno nacido en Torrejón de Ardoz? Si lo piensa, vamos listos, porque la mayoría de los cargos europeos, por pura estadística, son de otras nacionalidades.
Podrán replicarme los extraños europeístas que no menos extraño soy yo, un nacionalista español que prefiere que no alcance el grado de vicepresidente una española. Yo precisaría que no soy nacionalista ni de broma, sino patriota, que son cosas distintas, si no contradictorias, pero ya sé que esos matices les dan igual. La cosa es que, en efecto, como patriota, me encantaría que Teresa Ribera no alcanzase el puesto. Razones sobran.
Pienso en las víctimas españolas que su gestión y la de los organismos que de ella dependían no ha evitado. Tiene una denuncia por denegación de socorro. Por otra parte, esa incapacidad que ha demostrado no quiero ni que me gobierne en Europa, con independencia de la nacionalidad del titular, ni, mucho menos, que represente a España. Mejor no mandar a nadie a hacer, más pronto que tarde, el ridículo. Como nos ha contado Cristian Campos, el año que Teresa Ribera paralizó las obras del barranco del Poyo porque salía muy caro, el Ministerio de Transición Ecológica dejó sin ejecutar 1.660 millones. Las obras habrían costado 200 millones.
Como español me interesan los intereses españoles y no el DNI de nadie. Menos si ese nadie ha estado en un Gobierno de España que ha ido subastando intereses nacionales para mantenerse en el poder, ya pactando con Bildu, ya con ERC. Teresa Ribera, además, ha hecho todo lo que ha podido para expulsar de España la energía nuclear, pero, de repente, en Europa, se ha convertido en una defensora de la energía nuclear. La española —que dicen los europeístas— nos empobrece energéticamente a nosotros, y favorece a Francia. En realidad, ella no tiene más patria que el Partido Socialista, como se le escapó una vez a Amparo Rubiales, y Pedro Sánchez su profeta.
Si el PP vota a Teresa Ribera en Europa está votando todo esto: validando su gestión valenciana, dando por buena la lapidación del PP, reconociendo la superioridad moral del PSOE y dejando a las víctimas sin la justicia debida. Tampoco quedarán bien los populares si son incapaces de convencer a sus socios europeos de que no estamos ante el mejor perfil político ni técnico para hacerse cargo de ninguna responsabilidad. Sería otro bochorno.
Mi patriotismo quiere que haya políticos europeos de la nacionalidad que sean que respeten a las víctimas, que permitan la soberanía energética, que no entorpezcan la riqueza de las naciones y que se dejen de adoctrinamientos globalistas. Una italiana o un húngaro me vendrían de maravilla, por ejemplo. A ver si voy a ser yo ahora más europeísta que tantos.