Vivimos la época dorada de los libros de autoayuda y si algo está claro es que nadie debe quedarse sin que sus sueños se hagan realidad. Usted puede conseguir lo que se proponga. ¿Por qué? Porque sí. Está escrito en la propia naturaleza o en el horóscopo o en los sentimientos. No se sabe exactamente dónde, pero es una verdad irrefutable. Si el cuerpo le pide una cátedra, el nimio detalle de que no sea graduado ni licenciado y su relación con el mundo académico sea inexistente no debe ser obstáculo alguno para que no la obtenga. Ya saben, la vida se lo debe. Esto rige también para los negocios. Y si no, pues haberse casado con Sánchez.
Es muy probable que Begoña Gómez sea víctima de esta pseudopsicología. Se ha comido los folletines de tres en tres y le ha producido una subida de autoestima no muy ajustada a la realidad. Gómez no sabe hablar en público, pero habla. Gómez no ha pisado la universidad hasta ahora, pero es codirectora de una cátedra en la UCM. Querer es poder.
Pero a la mujer del presidente —presidenta del gobierno para La Sexta— no sólo le atrae el negocio, que le atrae. Cuando has llevado el sambenito de contable de las saunas de tu padre toda la vida, por muy forrada que estés, necesitas que el mundo te reconozca como algo más. Y está claro que el mejor ambiente para resolver esta especie de complejo arrastrado desde la juventud fuera su entrada en el mundo académico. Aunque fuera con calzador. Y un rector. Recuerda un poco al síndrome que padeció Elena Ceaușescu cuyos títulos y logros académicos reales estuvieron siempre en entredicho. Dicen que la rumana antes de ser asesinada dijo: «Estáis matando a una intelectual». De Gómez espero como mínimo un «estáis empapelando a una cuasicatedrática«.
Llama la atención el descaro con el que se ha movido la mujer de la que está profundamente enamorado Sánchez. Es cierto que se han creído —ambos— impunes, ¡pero es que lo han sido! Si tu marido plagia una tesis, lo sabe todo el mundo y no pasa nada, quizá ves posible hacer de tu curso de márquetin algo más apañado y darle un poco más de prestancia. Algo que haga que la gente se olvide de las dichosas saunas.
Si tu esposo carga a sus espaldas el bochornoso episodio de las urnas detrás de la cortina de Ferraz y ha llegado a ser presidente del Gobierno del Reino de España, no es descabellado que empieces a pensar, si no lo habías hecho antes que es lo más probable, que el respeto a las normas, a la ética y a la estética es algo discutido y discutible, como la nación de Zapatero.
Pero la pirueta con doble salto mortal de la impunidad que quizá fortaleció y disparó las aspiraciones de los Sánchez-Gómez a hacer lo que les diera la gana en la vida fue que el TC declarase inconstitucionales los estados de alarma y no pasara nada de nada en España. ¡Nada! Es como para decir: «churri, ¿qué quieres ser, Miss España o catedrática?»
Para los Sánchez no existe ningún valor o principio absoluto, exceptuando el poder para detentarlo y disfrutar de las inmensas prebendas que proporciona si careces de escrúpulos. Y vaya si lo disfrutan. Estos años lo han pasado en grande. Se han comportado como los nuevos ricos paletos ante los líderes internacionales, pero que les quiten lo bailao. Me vienen a la cabeza las imágenes de Begoña en la cumbre de la OTAN tocando a Biden —y viceversa— como si estuvieran en una taberna de La Latina. También es cierto que el panorama político internacional no está para presumir de clase. Qué buenos tiempos, pensará ahora. Qué ha podido suceder para que yo tenga que entrar de extranjis por el garaje en los juzgados. Con lo que yo he sido, se pregunta Begoña.
Así las cosas y ante el trance del día 30, el presidente, si está bien asesorado cosa que dudo porque no creo que nadie se atreva a decirle que está en pelota picada, cometería un error si se acogiera a la dispensa de no declarar sobre la causa en la que su mujer está en calidad de investigada. Si lo hace, todos pensaremos que la verdad perjudica seriamente a su mujer. Por otro lado, que un presidente ni siquiera disimule que colabora con la justicia quedaría muy mal. Incluso en Sánchez.
En cualquier caso, sacarán el término fetiche lawfare con el cual nos machacarán de ahora en adelante para defender lo indefendible. Lo más preocupante de todo es que este asunto acelera de forma irremediable la guerra total contra el poder judicial, y ya sabemos que el PSOE no hace prisioneros.