Corrupción sistémica, Casa Real enfangada, estancamiento para largo, terroristas en la calle, violadores acechando en las esquinas, parados a millones, separatistas rampantes, impuestos confiscatorios, policías colaboradores de delincuentes, jueces sumisos al Gobierno, Gobierno gestor del declive, decepción, final de época, desaliento. Configuramos un Estado constitucional y nos encontramos con un Estado de partidos, quisimos una democracia y sufrimos una oligarquía, fragmentamos el Estado para salvar la Nación y la Nación se nos cae a pedazos, entramos en Europa para prosperar y Europa nos descubre las vergüenzas. Ante panorama tan deprimente, se ha consolidado sin vuelta atrás la convicción de la mayoría de ciudadanos de que necesitamos una transformación del sistema, una reforma profunda, de raíz, de que las pastillas calmantes y los placebos deben ser reemplazados por la cirugía mayor. No sólo es el Monarca el que ha de pasar por el taller, es el país entero el que ha de tenderse en la camilla y ser operado sin anestesia.
La gran pregunta es quién será el cirujano, cuál la mano que tomará el bisturí y hará la primera incisión que precederá a las extirpaciones, las reconstrucciones y las suturas. No serán los dos grandes partidos, origen y causa de la enfermedad, tampoco las elites empresariales, dependientes del favor del poder político, ni los medios de comunicación, unos porque cuelgan de las ubres presupuestarias, otros porque sus valerosas denuncias se estrellan contra las murallas del sistema, ni siquiera el mundo intelectual porque salvando honrosas excepciones lame en el suelo las migas que la mano de las cúpulas partidarias sacude de la mesa en la que devoran el erario. Las numerosas iniciativas cívicas que claman por un cambio regenerador hacen un gran trabajo, sin duda necesario, pero carecen de las palancas que mueven de verdad el tinglado.
Sólo nuevas fuerzas parlamentarias, opciones electorales inéditas, sin lastres del pasado y equipadas con la suficiente ambición y la dosis de coraje requerida podrán intentar la decisiva reconversión que España necesita de manera urgente. Esos son los actores que el público espera que salgan al proscenio, anuncien la buena nueva y despierten la reserva de energía que todavía alberga la sociedad española en su conciencia ahora silenciosa. Siempre las grandes crisis traen recomposiciones del mapa político, tal como sucedió en el paso de la IV a la V República en Francia, en el salto de la I a la II en Italia o en las democracias surgidas tras la caída del Muro de Berlín. En nuestro país, el fenómeno ya ha empezado con vigor en el espacio de centro-izquierda. Y la perfección suele ir ligada a la simetría.