«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

Rabo de paja

8 de mayo de 2023

Probablemente, a muchos de quienes lean estas líneas les habrá llegado a su teléfono el vídeo en el que Fernando Barbosa, Fiscal General de la Nación, acusa a Gustavo Petro Urrego, Presidente de la República de Colombia, de intentar convertirle en una marioneta que, con vestiduras talares, sirva a sus propósitos añadiendo una pátina leguleya a sus decisiones. En el vídeo, Barbosa advierte públicamente al presidente, asumiendo las posibles represalias que para él y para su familia, presta a abandonar el país, puedan derivarse, de que no se someterá a sus dictados. Ante estas palabras, es inevitable acordarse de aquellas del doctor Sánchez en las que se preguntaba, dando por supuesta la respuesta, de quién dependía la fiscalía. «Pues ya está», sentenció.

Las declaraciones de Barbosa han venido a cerrar unos días en los que la visita oficial del presidente colombiano ha servido para retratarle a él, pero también a muchos de sus anfitriones. Todo comenzó en Colombia. Allí, durante el discurso del 1 de mayo, pronunciado desde el balcón del Palacio de Nariño, el presidente colombiano tuvo uno de los habituales brotes de hispanofobia tan comunes entre ciertos mandatarios hispanos, consistente en cargar contra el pasado imperial, el pasado en el que se cimentan sus propias repúblicas, para buscar en él el origen de males que son incapaces de resolver. En estas lides Petro no es más que un aprendiz de AMLO, empeñado en exigir perdones a sus ancestros. Petro manejó la habitual e idealizada imagen de unos próceres aferrados a una idea de libertad que, en realidad, conllevó la subordinación, además del expolio de divisas, de las naciones hispanas al yugo anglosajón en cuya órbita se fraguó un racialismo que condujo a políticas de blanqueamiento, es decir, de aniquilación de gentes no asimilables al canon elaborado en lejanos gabinetes.

Después de lanzar todo tipo de improperios contra nuestra nación, don Gustavo pisó la tierra de la, en palabras de Bolívar, madrastra España, para recibir todos los honores oficiales de manos de Felipe VI, de Pedro Sánchez y del principal partido de la oposición que, transido de  esperanzaaguirrismo, no ha quitado ojo estos días a la entronización de Carlos III, cabeza de la iglesia anglicana, llegando al punto de colorear el Palacio de Cibeles con los tonos de la bandera de los okupas del Peñón de Gibraltar. 

En este contexto, esa contradicción andante que responde por Gustavo Petro, tomó la palabra en el Congreso de unos diputados que, a excepción de los de VOX, que abandonaron el hemiciclo, aplaudieron complacientes al presidente colombiano. Allí, tras las obligadas rogativas cambioclimáticas, en un nuevo desahogo, Petro se comparó nada menos que con don Quijote, cuyo autor intentó sin éxito pasar a esas mismas Indias que el de Ciénaga de oro pinta con los más negros colores.

La visita de Petro, cuyo alcance político se abisma en los arcani imperii, dejó un rastro de gestos de auténtica comicidad. Entre ellos destaca su negativa a vestir frac en la cena con los reyes de la nación históricamente opresora, al tiempo que su esposa lucía carísimos complementos que paseó por Madrid en un modesto utilitario: un Rolls Royce. El mismo que les llevó al Palacio de El Pardo, donde el presidente colombiano, temeroso de que se le apareciera el espectro de Franco, se pasó la noche comiendo techo.

Tan esperpénticas situaciones palidecen, sin embargo, ante realidades mucho menos jocosas. Hay que recordar que Petro llamó en su día Gobierno fascista a esos mismos populares que se partieron las manos aplaudiéndole en el Congreso. Petro actuó también «observador internacional» del referéndum ilegal del 1-O, antes de convertirse en el único mandatario hispanoamericano que recibió al golpista Oriol Junqueras, con cuyo hispanófobo partido mantiene estrechos vínculos. Pese a todo, Gustavo Petro regresa a Colombia con el Collar de Isabel la Católica en su maleta, pues en España, por emplear las palabras de Fernando Barbosa, hay demasiados individuos caracterizados por tener «rabo de paja».

.
Fondo newsletter