De pronto, te despiertas un día y tu mundo se desmorona a pedazos. Las intuiciones y verdades talladas en mármol que te han acompañado durante décadas no ayudan —todo lo contrario— a entender los grandes cambios que acontecen ante nuestros ojos. Décadas de ensayos de Fukuyama, citas de Reagan y Thatcher, bustos de Churchill adornando despachos y cine bélico made in Hollywood por doquier para que las masas no sean ajenas a la propaganda del mundo libre, todo eso, quién lo diría, parece desfasado sin apenas tiempo de asimilarlo.
Conviene echar la vista atrás. Algo mucho más serio que una crisis financiera comenzó a resquebrajar occidente tras el crac de 2008 en Wall Street. En España los síntomas del resfriado gringo se llamaron 15M y los analistas más embrutecidos de la derechona sentenciaron que aquello no era más que una revuelta de perroflautas. Otros disintieron. Recuerdo bien la división, porque los más finos detectaron muy pronto que el seísmo de la Puerta del Sol era algo distinto y novedoso, por eso años después tuvieron la audacia de cambiar el rumbo de un partido recién fundado que ahora pone de los nervios a quienes entonces no entendieron lo que sucedía y hoy menos aún, que ya hay que ser bumerazo.
El mundo tiene la manía de no ajustarse a nuestras premisas y desde aquí debería partir cualquier análisis serio. Hoy leemos cosas terribles en los medios de la pinza bipartidista. Ya les molesta el antiwokismo al mismo nivel que la ideología woke. Y uno sospecha que la razón de tal enfado no obedece a que sea Trump quien la haya derrotado. Nada de eso. Saben que quien profundice en el wokismo acabará topándose con la raíz individualista que sustenta el anhelo de toda emancipación personal, pues desde la autodeterminación de género al mayo del 68 todas las revoluciones occidentales son del yo contra el nosotros.
La prueba es que esa revolución, el mayo francés, jamás tuvo su réplica en el bloque comunista, algo que explica el éxito de AfD y BSW (la izquierda no progre) en la Alemania del Este. Quién lo diría, pero la Europa del otro lado del telón de acero ha legado poblaciones con mayor sensibilidad cristiana y patriotismo, que los porcentajes de quienes estarían dispuestos a ir a la guerra por su país es mucho más alto en Hungría, Polonia o la misma Rusia que en la materialista Europa occidental. No debe extrañarnos, por tanto, que ideologías disolventes como la de género sean la mercancía averiada que exportan los campus de tantas universidades occidentales a ambos lados del charco. La autodeterminación, le pese a quien le pese, no es un principio comunista y el capitalismo es una trituradora de almas.
Las noticias, rasgo de cualquier tiempo en guerra, rebosan de propaganda. Putin bate el récord —y mira qué era difícil— de las reductio ad Hitlerum y lo más parecido a Trump que hay en Europa, dice Losantos, es Sánchez. Al tiempo que todo es comunismo y el Ejército Rojo amenaza con llegar a Bruselas, Putin es Hitler, Trump es Putin y Abascal la trinidad ibérica. En España habla de libertad e independencia un maoísta pasado por Hayek que impuso el terror covidiano-estalinista en una empresa agraciada por la USAID. Ríete de la prensa de Putin.
Todo el mainstream mira a Rusia mientras los atentados yihadistas diarios en suelo europeo no merecen el reproche de unas élites de las que nada cabe esperar. Algún día habremos de contarle a nuestros hijos y nietos que después de cada asesinato las únicas condenas de nuestros gobernantes son contra la islamofobia. Es la misma psicosis que defiende que la paz en Ucrania es más peligrosa que prolongar la guerra, como dice la presidenta danesa. O que los reyes de Inglaterra (jefes de la Iglesia Anglicana) empaqueten dátiles y cedan el Castillo de Windsor para la celebración del ramadán. La UEFA, siempre inclusiva, detuvo ayer el partido Real Sociedad-Mánchester para que los futbolistas musulmanes pudieran comer al caer la noche tras todo el día sin probar bocado.
Europa ha perdido porque hace tiempo que se rindió, entre otras cosas, por miedo a decir la verdad. He aquí una: los ucranianos no se quieren llamar rusos y, sin embargo, son los más rusos de todos los rusos, pues Rusia era Kiev antes que Moscú. Esto no lo dice ningún comisario político en radio Moscú, sino el mismísimo Chaves Nogales en Lo que ha quedado del imperio de los zares. Pero no lo digamos muy alto, no vayan a condenarlo a la lista de putinejos.