«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Merkel y el destino de Europa

1 de junio de 2017

Puede que no lo veamos, pero el futuro de Europa se está decidiendo ahora. La visita del Presidente Trump a Europa ni ha pasado desapercibida, ni ha sido inconsecuente. Posiblemente se haya aireado en especial el rapapolvo que Donald Trump le echó a los aliados de la OTAN por no gastar lo necesario en su defensa, algo lógico y esperado, habida cuenta de que el 75% de la factura de la OTAN la paga los Estados Unidos. La prensa de izquierdas, además, ha subrayado la negativa de Trump a comprometerse con el acuerdo de París sobre cambio climático. Se ha presentado al inquilino de la Casa Blanca como un ser de otra galaxia.

Hasta cierto punto hay algo de razón en ello. Pero los extraterrestres somos nosotros, los europeos, no los americanos.¿Cómo si no explicar que justo tras un nuevo y terrible ataque islamista, esta vez en Manchester, lo líderes europeos prefirieran hablar del cambio climático y no de medidas antiterroristas? ¿Por qué los aliados europeos se encontraban más a gusto hablando del alza de la temperatura del globo supuestamente por causas humanas y no sobre cómo contribuir a acabar con el Estado Islámico y el terrorismo islamista? Haced unos años, Robert Kagan, dio con una explicación simplista aunque atractiva: los americanos son de Marte, los Europeos de Venus. Esto es, que nosotros vivíamos instalados en la fantasía de que el uso de la fuerza es siempre contraproducente y que con la diplomacia y el diálogo se resuelven todos los problemas. Y aunque ya sabemos que no es así -y ahí está la macabra cadena de atentados jihadistas en nuestro suelo-, sin embargo seguimos eligiendo la complacencia y el apaciguamiento.

Pero esta división entre uno y otro lado del Atlántico no es nueva y mucho menos exclusiva de Trump. En realidad la OTAN, bajo el liderazgo y el sustento norteamericano, sirvió para que los europeos pudiéramos desarrollar la Unión Europea y acrecentar hasta el absurdo el estado del bienestar. Campos de golf antes que carros de combate; lácteos antes que bombarderos.

Que Trump sea crítico con sus aliados no es, pues, de extrañar. Lo que sí es toda una novedad, al mismo tiempo que una irresponsabilidad estratégica, ha sido el comentario de la canciller alemana, Angela Merkel, tras despedir al presidente americano. Aprovechando su paso por una fiesta de la cerveza, ha dicho que Europa ya no puede confiar ni en América ni en el Reino Unido y que debe prepararse para hacer frente a sus problemas por si misma. Que eso es lo que ha visto y entendido tras la visita de Donald Trump. Viniendo del país posiblemente más pro-atlántico de toda Europa -o al menos el que más le debe al vínculo transatlántico- significa un antes y un después en toda regla.

Hace décadas que se viene hablando del Siglo del Pacífico. Lo que resulta ingenuo es que cuando parece que de verdad hemos llegado a ese punto donde América mira para su otra costa -algo que oficializó Obama, no Trump, con su famoso pivot sobre Asia- los europeos nos sintamos abandonados. Obama nos ignoró y ahora creemos que Trump nos desprecia. Pero la verdad es que la situación en la que nos encontramos es producto del propio éxito de Europa. al fin y al cabo, un continente, como se suele vender, que vive en paz y sin amenazas mayores, y que representa el área de prosperidad y bienestar más amplia de todo el planeta.

¿Por qué tendrían los americanos que seguir subvencionándonos? A mi sólo se me ocurre una única razón: porque hemos elegido durante décadas ignorar las amenazas reales que se ciernen sobre nosotros y hemos preferido desarmarnos física y moralmente para poder disfrutar con el aparente placer que da la inconsciencia. Pero viene Donald Trump y nos dice en ese gran patio de colegio que era el otro día el nuevo cuartel general de la Alianza Atlántica, que el chollo se nos ha acabado.

Muchos habrán pensado que Trump estará fuera de la Casa Blanca antes de que tengan que apoquinar para defensa ese famoso 2% que apenas nadie cumple. Estoy seguro que Mariano Rajoy está ya sentado esperando ver pasar el cadáver de su principal aliado. Pero Merkel ha reaccionado de distinta manera. Distinta y bastante más peligrosa.

Ella ha venido a decir que tenemos que hacernos mayores e independizarnos de nuestros socios y aliados anglosajones. Porque -nada más y nada menos- no se fía ya de ellos. Supongo que sus palabras habrán sido aplaudidas por las legiones de europeístas que sólo ven en este mundo un súper estado con capital en Bruselas. Pero las palabras de Merkel tienen que ser contestadas rotundamente.

Primero, porque su propuesta es irrealista. Los aliados se revuelven para aumentar el gasto militar a los niveles que demanda Washington (algunos, como España, debería doblarlo), si de verdad tuvieran que construir una defensa completamente europeizada, ese 2% del PIB resultaría del todo insuficiente. por lo tanto, el resultado sería una Fuerzas Armadas mal dotadas y peor preparadas para enfrentarse a sus enemigos.

Por otra parte, es una propuesta poco atractiva excepto para Alemania. Europa se ha construído sobre la base de un delicado equilibrio de poderes nacionales. Entre Francia y Alemania y el Reino Unido en la distancia. Institucionalmente, ese equilibrio se rompió con Maastricht y la constitución europea y estratégicamente se ha roto con la salida de Londres de la UE tras el referéndum a favor del Brexit. Además, la crisis económica y su gestión, ha colocado a Alemania como la potencia dominante en el seno de la UE. La regionalización y la europeización sólo le otorgaría más poder a Berlín. Dicho de una manera exagerada, acabaríamos viviendo bajo el IV Reich. Seguro que para muchos no sería tan malo siempre y cuando Alemania siguiera firmemente anclada en el campo democrático, pero si el destino que Alemania nos ofrece a España es ser su granero o su área de esparcimiento, una provincia de albañiles, sol y playas, a mi personalmente, no me gusta. No me gusta nada.

La segunda consecuencia negativa de seguir la senda de Merkel, sería la progresiva finlandización de Europa. Dependientes del gas ruso, divididos sobre la naturaleza y las ambiciones de Putin, impotentes para frenarle los pies, y alejados de los Estados Unidos, no nos quedaría más remedio que contemporizar y aceptar los fait acomplis logrados sobre el terreno por un Putin maestro de las ambigüedades y del uso híbrido de la fuerza. Cierto, habrá otros tantos que, fascinados por esa falsa imagen de salvador de la cristiandad y Occidente, no vean en Putin más que la mejor de las opciones. Pero mientras sus políticas no se diferencias de las actuaciones de un mafioso, mientras las instituciones rusas estén bajo su control, mientras la corrupción mueva los hilos del Kremlin, a mi tampoco me entusiasma.

En cualquier caso, ni la opción deseada por Merkel, a saber, hacernos mayores y responsables de la noche a la mañana, ni la más lógica, caer en manos de Putin, serían muy duraderas. Porque salvo que hagamos algo al respecto, la demografía de los europeos apuntan a una inexorable islamización del Viejo Continente. pero quienes piensen que los emigrantes van a salvar de la ruina a nuestro insostenible sistema de pensiones, que se vayan preparando para lo peor. La islamización no viene a sostenernos, sino a dominarnos. Y frau Merkel ha contribuído y mucho a darle alas en estos últimos años.

Efectivamente, mucho me temo que si el buenismo de Merkel -y de tantos otros dirigentes de la UE- no ha hecho sino empeorar la seguridad en el continente (desde ataques jihadistas a asaltos masivos a mujeres por emigrantes/refugiados musulmanes), su europeísmo desatado también nos traerá otros monstruos. Puede que sea más complicado y difícil que nunca intentar mantener el vínculo Atlántico, puede que sea más placentero mandar a freír espárragos al nuevo inquilino de la Casa Blanca, pero ni hoy hay una alternativa, ni las que son viables son deseables.

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