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Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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Recordando a Gareth Jones

8 de enero de 2022

En 2019, la directora polaca Agnieszka Holland estrenó “Mr. Jones”, un largometraje sobre el periodista galés Gareth Jones (1905-1935), que descubrió al mundo el Holodomor, la hambruna que las autoridades soviéticas infligieron a Ucrania como forma de quebrantar la resistencia campesina a las políticas de colectivización, imposición de cuotas de producción y, en general, sovietización del país. Él vio cómo el grano que se confiscaba a los campesinos ucranianos se enviaba a Moscú. Mientras en el granero de la URSS se mataba a la gente de hambre, la exportación de trigo contribuía a financiar el desarrollo industrial soviético. En 2022 se cumplen 90 años del punto álgido de esa hambruna artificialmente infligida y que, especialmente entre 1932 y 1933, asoló Ucrania. 

En la película hay un aspecto especialmente llamativo: la complicidad de los corresponsales de los grandes medios en la censura y la propaganda soviética. El Holodomor se desconocía, en general, en Occidente porque quienes estaban destinados en la URSS como corresponsales guardaban silencio. En un momento determinado, uno de esos grandes periodistas, ganador de un premio Pulitzer, se defiende advirtiendo de lo difícil que es informar desde Moscú. No le falta razón al personaje. El periodismo independiente era un oficio peligrosísimo en el paraíso de los soviets y, a la altura de los años 30, no quedaba ni rastro de independencia en los medios de comunicación soviéticos. Un periodista extranjero estaba en una situación algo mejor: al menos, disponía de la tribuna, pero era necesario ser valiente. 

En Europa Occidental, novelistas y poetas exaltaban a la URSS a pesar de lo que, ya entonces, se conocí

No sucedía lo mismo con los propagandistas. Los corresponsales que lavaban la cara del régimen soviético recibían numerosos beneficios dentro y fuera del país. Esto no los liberaba de la permanente vigilancia de los servicios de inteligencia y la policía política, pero sí les aseguraba un nivel de vida y una influencia que ningún ciudadano soviético ordinario podía siquiera soñar. Sus noticias y reportajes servían para atraer inversiones en un momento en que la URSS las necesitaba desesperadamente.

No se habla mucho del importantísimo papel que los “intelectuales” -por ejemplo, periodistas, profesores, artistas- desempeñaron en la ocultación de los crímenes cometidos en los regímenes comunistas. En algunos casos, no sólo los silenciaron, sino que también los promovieron. Durante las purgas, entre 1936 y 1938, bastaba un editorial o una columna en Pravda para señalar a alguien y desencadenar el terrible mecanismo de la detención, la tortura, el juicio y la condena que, directa o indirectamente, solía ser a muerte. En Europa Occidental, novelistas y poetas exaltaban a la URSS a pesar de lo que, ya entonces, se conocía. Este punto es interesante porque no se trata de lo que se reveló después de la muerte de Stalin -por ejemplo, en el famoso Informe Secreto al XX Congreso del PCUS de 25 de febrero de 1956- sino de lo que Gareth Jones y algún otro (Malcolm Muggeridge ya había insinuado algo en alguna pieza para el Manchester Guardian) desvelaron al mundo ya en la década de 1930.

Hoy, los apologetas del régimen castrista siguen gozando de credibilidad y prestigio a ambos lados del Atlántico

Algunos de ellos, Orwell es tal vez el caso más claro, comprendieron el horror que el comunismo representaba. Otros persistieron hasta el final negando o justificando los juicios farsa, las detenciones, los encarcelamientos, las torturas, los campos, las ejecuciones administrativas y los demás dispositivos, en fin, que el comunismo necesita para imponerse. Es difícil no recordar a algunos de los referentes de la intelectualidad progresista tanto en España como en América. Los apologetas del régimen castrista o los defensores del Chavismo y el madurismo siguen gozando de credibilidad y prestigio a ambos lados del Atlántico.

Cuando se cumplen 100 años del nacimiento de la URSS, es justo recordar a aquellos periodistas e intelectuales que, como Gareth Jones, se atrevieron a contar lo que el público debía saber en lugar de publicar lo que las autoridades querían oír. 

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