«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

No recuerdo lo que hice el último verano

3 de julio de 2014

De la monotonía casi siempre nos rescata una desgracia, así que no es prudente desdeñar los placeres que puede proporcionarnos el tedio, y es mejor saber disfrutar del no hacer nada, que si hay santificación en el trabajo también debe haber virtud en el solaz, porque no puede darse el uno sin el otro. Ya nos prevenía Felipe -el amigo perezoso de Mafalda- que al observar la estatua de un prócer leyó la leyenda tonta que lucía su pedestal: “trabajador incansable”. Y se quejaba Felipe de que la humanidad rindiese homenaje a ese hombre, porque lo verdaderamente meritorio es estar cansado y seguir trabajando. 

Dios, que creó el domingo y el verano, sabe que en algún momento hay que parar, tomar un respiro, convalecer en un jardín, apagar el móvil, darle importancia a la tarea callada del sol, que no hace más que regalarnos días y no se lo agradecemos nunca. Pasamos el resto del año persiguiendo rayos de luna y no está mal tumbarse un rato, regocijarse en las sonrisas de los niños al ver el mar -que parecen todos Núñez de Balboa al descubrir el Pacífico- y entender que necesitamos muy poco para ser razonablemente felices. Al regresar lo primero que decimos es que ya se nos ha olvidado.

Para asegurar el descanso y la paz uno no debe prestar atención a las provocaciones del mundo, que tratará de colarse por los periódicos y los telediarios, encarnándose en noticias de Artur Mas o del coletas, y en la mala educación del vecino ineludible, ese que siempre nos hace preguntarnos por qué en España se sigue negando el derecho natural a portar armas. Quizá por Artur Mas y por le coletas. No hagamos caso, el espíritu vacacional exige juramentarse para que nada de esto nos amargue. Porque  sí, también existe el espíritu de las vacaciones, al igual que el navideño. Y por supuesto también su Scrooge, que en estos meses se encarna en la gente que se queja de que la playa no esté asfaltada, o en los estajanovistas, lamentándose de todos los días festivos en los que no nos hemos inmolado en el Moloch de los mercados, contabilizando las horas de trabajo que se pierden como si fueran tíogilitos buscando céntimos escondidos. Que no nos amarguen el verano con sus paparruchas.

 

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