De la monotonĂa casi siempre nos rescata una desgracia, asĂ que no es prudente desdeñar los placeres que puede proporcionarnos el tedio, y es mejor saber disfrutar del no hacer nada, que si hay santificaciĂłn en el trabajo tambiĂ©n debe haber virtud en el solaz, porque no puede darse el uno sin el otro. Ya nos prevenĂa Felipe -el amigo perezoso de Mafalda- que al observar la estatua de un prĂłcer leyĂł la leyenda tonta que lucĂa su pedestal: âtrabajador incansableâ. Y se quejaba Felipe de que la humanidad rindiese homenaje a ese hombre, porque lo verdaderamente meritorio es estar cansado y seguir trabajando.Â
Dios, que creĂł el domingo y el verano, sabe que en algĂșn momento hay que parar, tomar un respiro, convalecer en un jardĂn, apagar el mĂłvil, darle importancia a la tarea callada del sol, que no hace mĂĄs que regalarnos dĂas y no se lo agradecemos nunca. Pasamos el resto del año persiguiendo rayos de luna y no estĂĄ mal tumbarse un rato, regocijarse en las sonrisas de los niños al ver el mar -que parecen todos NĂșñez de Balboa al descubrir el PacĂfico- y entender que necesitamos muy poco para ser razonablemente felices. Al regresar lo primero que decimos es que ya se nos ha olvidado.
Para asegurar el descanso y la paz uno no debe prestar atenciĂłn a las provocaciones del mundo, que tratarĂĄ de colarse por los periĂłdicos y los telediarios, encarnĂĄndose en noticias de Artur Mas o del coletas, y en la mala educaciĂłn del vecino ineludible, ese que siempre nos hace preguntarnos por quĂ© en España se sigue negando el derecho natural a portar armas. QuizĂĄ por Artur Mas y por le coletas. No hagamos caso, el espĂritu vacacional exige juramentarse para que nada de esto nos amargue. Porque  sĂ, tambiĂ©n existe el espĂritu de las vacaciones, al igual que el navideño. Y por supuesto tambiĂ©n su Scrooge, que en estos meses se encarna en la gente que se queja de que la playa no estĂ© asfaltada, o en los estajanovistas, lamentĂĄndose de todos los dĂas festivos en los que no nos hemos inmolado en el Moloch de los mercados, contabilizando las horas de trabajo que se pierden como si fueran tĂogilitos buscando cĂ©ntimos escondidos. Que no nos amarguen el verano con sus paparruchas.
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