Diez años dan para arrojar mucha luz sobre lo ocurrido el 11 de marzo de 2004. Día oscuro, aciago; lo suficiente como para que quedaran aún algunas sombras. Pero esas sombras, en lugar de esconderse en los rincones, forman parte de todo relato posible sobre aquél atentado.
Conocemos cuáles fueron sus autores materiales. Eran islamistas con algunos lazos con el movimiento yihadista. Pero no formaban parte de Al Qaeda. No tienen una trayectoria terrorista previa. Y llevaron a cabo un colosal acto terrorista que consistió en accionar diez bombas en cuatro trenes que se encontraban en sendas estaciones, en un intervalo de sólo dos minutos. Lo hicieron sin levantar sospechas. Y eso pese a que el atentado tenía cierta complejidad técnica, aunque no fuese excesiva.
Lo que no sabemos, más allá de unas referencias a la victoria del Islam sobre Occidente, es cuáles fueron sus motivos. El juez del caso, Gómez Bermúdez, reconoce abiertamente que él no investigó quiénes fueron los autores intelectuales, y que no los conocemos. Quién tuvo la idea, el ímpetu, de llevar a cabo el atentado. Quién fijó sus objetivos, quién reunió a este grupo de malhechores.
Sí sabemos que eran marroquíes, en su mayoría. Pero no sabemos quién les contrató, ni por cuenta de quién. Siempre hubo sospechas de que sería Francia, en un acto de autoayuda a Marruecos. A Jaques Chirac no le sobran escrúpulos para ello, pero cuesta creer que nuestros queridos vecinos sean capaces de algo así.
También sabemos que quien planeó el atentado sabía que tres días después se celebraban elecciones generales en España. El resultado de esas elecciones, aunque sólo fuera el hecho de hacer saltar el resultado por los aires, no puede dejar de ser uno de sus objetivos. Quien lo pergeñó conocía bien al miserable pueblo español, que en lugar de arropar en masa al gobierno contra el que, políticamente, se dirigen los atentados, iba a darle la espalda. En Gran Bretaña, Francia, los Estados Unidos, Japón… en todos esos países esa reacción es impensable. No en nuestro país. Quien ideó los atentados nos conocía bien.
Sabemos, asimismo, que el PSOE no tenía ni idea de este asunto, por más que resultase beneficiado. Conozco el caso de algún ministrable, que daba por perdidas las elecciones. Y sé que José Luis Rodríguez Zapatero había solicitado para sus hijas el ingreso en un colegio, por el que siente un especial aprecio. Fueron aceptadas, pero su inesperada victoria le hizo cambiar de planes, pues un presidente tan progresista como él tenía que enviarlas a un colegio público.
Hay aún muchas tinieblas. Compárese con los atentados islamistas de Londres, en 2005. Se conocen perfectamente las principales circunstancias. Pero España es el Reino de Érebo, dios de la oscuridad, que en nuestro país llena todos los rincones del poder. Por eso el 11-M será siempre otro 23-F, una fecha para la sospecha, el oprobio, y la vergüenza.