«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El relativismo totalitario colonizando el PP

26 de septiembre de 2014

Los que ayer eran versos sueltos del Partido Popular, minoría revoltosa y progre, ya no vacilan hoy al exhibir el mucho poder que han acumulado. Se felicitan en público por haber conseguido -con una torpe declaración presidencial- la bendición de Rajoy y la metamorfosis del partido, que en una mañana pasó de defender el derecho a la vida a imponer el derecho al aborto.

Ebrios de triunfo -y antes de contabilizar el coste que ha causado- arriolas y sorayos muestran ya su prepotencia, tantas veces contenida en otras ocasiones, cuando su única válvula de escape eran los berridos de doña Celia -lo que grita-.Hasta el relamido Oyarzábal se permite sacar la pata anticlerical, mimetizado con el socialismo más rancio, tildando de inaceptables las declaraciones de los obispos, y ciscándose un poco en la libertar religiosa y un mucho en la libertad de expresión. Todo un modelo de tolerante demócrata. En fin, que si quieres saber como es juanillo, dale una carguillo.

Estos nuevos caciques han conducido al Partido Popular a las mismas premisas que informan al PSOE, confirmando una opinión creciente: que no es que sean iguales, es que son lo mismo.

En lo concreto, sus posiciones han obligado a que el partido dejara de defender el matrimonio, la vida del no nacido, el apoyo a las víctimas y a los débiles. En lo abstracto, y de hecho, han suprimido la filiación del PP al humanismo cristiano, como ya intentaron en el último congreso del partido, donde promovieron la sustitución del término por “humanismo europeo”. En aquel momento su enmienda fue abrumadoramente rechazada, y hoy la imponen desde sus cargos, como si así se distanciaran más del nacional catolicismo que vistieron sus padres mientras les pagaban la carrera.

Lo cierto es que eso del humanismo cristiano es algo más que un hueco olvidado en los libros de historia. Que se adorna con los nombres de Tomás Moro y Erasmo, y Luis Vives, con el autorretrato de Durero, y el David de Miguel Ángel. Que el humanismo nace en -y de- la civilización cristiana, como evolución del teocentrismo medieval, como reforma y como contrarreforma, nunca como ruptura. Asumir el humanismo cristiano no es compartir un sentido religioso, sino una empresa civilizadora, que dota de valor intrínseco a la persona, a cada persona. De este humanismo cristiano participaron los padres de la Unión Europea: Schuman, De Gasperi, Adenauer.

Y claro que también hubo un humanismo no cristiano, del que participaban Ceaucescu, Voltaire o Robespierre. Ni siquiera se puede atribuir al término un carácter puramente conservador, ni mucho menos reaccionario. De hecho una gran parte del liberalismo -la mejor, la que huye de la utopía jacobina que también acabó en tragedia- se suma sin complejos a los logros de la civilización cristiana. Esa es la línea que esboza Von Mises y desarrolla Hayek, así que es difícil encontrar otro tálamo mejor que el de humanismo cristiano para ese extraño matrimonio liberal-conservador. Y donde por supuesto también cabe el centro, un espacio político fundamentalmente reivindicado por la casi siempre nefasta democracia cristiana.

Ni marxismo, ni nazismo, ni socialismo se identifican con lo cristiano, ni religiosa ni culturalmente. De hecho todas las tiranías del pasado siglo y de los anteriores han coincidido, precisamente, en rechazar la dimensión cristiana de occidente, anteponiendo al Dios que se había hecho Hombre, el Hombre que se había hecho Dios y que organiza de nuevo la creación utilizando miopes perspectivas ideológicas, suprimiendo a la persona para sustituirla por el ciudadano o el camarada, utopías todas que han terminado

de forma sobradamente conocida, en la guillotina, el gulag o Auschwitz. Todo aderezado con aromas opresivos de burdel, el final ineludible de cualquier camino europeo que renuncia a la dimensión cristiana de nuestra civilización.

¿Acaso no fue Marx, un humanista europeo? ¿Alguien más humanista y más europeo que Nietzsche o Sartre?

Europa -aunque esto suena clandestino- sólo existe a partir de la fecundación cristiana. Europa -y España- viene definida por el empapar cristiano del Derecho romano y la Filosofía griega, engendrando así progresos como el método científico, las universidades, la primera democracia directa, la sanidad gratuita, la humanización de la guerra, la dignidad de la mujer y todo ese progreso real de nuestra civilización. Porque, por supuesto, no todas las civilizaciones son iguales.

Los que pretenden liquidar los restos del humanismo cristiano – desaparecido ya en escuelas, parlamentos, periódicos y universidades- están dando el paso decisivo para introducir un relativismo cultural, suicida, que cuestiona nuestra propia supervivencia y la licitud de nuestro modo de vivir y de comprender el mundo. Esa pulsión autodestructiva es hoy la expresión más viva del complejo de niño mimado, que trata de renunciar a sus raíces para hacerse simpático a sus adversarios, porque es incapaz -por blando, por cobarde, por decadente- de defender el legado de sus mayores, una herencia que precisamente es la que le ha permitido vivir tan rodeado de comodidades, gracias a las cuales ha tenido tiempo de refocilarse en cualquier necedad o sordidez bien publicitada. Es, en definitiva, el primer paso hacia el nuevo totalitarismo que nos amenaza, el relativista, al que se adscribían con entusiasmo los ideólogos del gobierno anterior. Un totalitarismo relativista que, de nuevo, será occidental, humanista, europeo y, por supuesto, ferozmente anticristiano.

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