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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La Religión como hipótesis

4 de marzo de 2015

De “temario retrógrado”, en conflicto con la ciencia, y concebida como una “catequesis” con voluntad de proselitismo, en un alarde de abuso de los acuerdos firmados en 1979 entre el Vaticano y España. Así califica EL PAÍS, y reflejaba el pasado martes en su editorial, la situación de la enseñanza de la Religión católica en los centros escolares. Se lamenta el diario del grupo PRISA que la Conferencia Episcopal Española no sólo haya logrado que la materia sea evaluable, sino también que un Estado aconfesional incluya una materia de adoctrinamiento confesional y se confíe a la jerarquía sus contenidos. Los intelectuales orgánicos de EL PAÍS parecen cegados por la ideología en su cretino esfuerzo por expulsar la Religión al ámbito de lo privado, por la completa retirada de la fe cristiana del espacio público regido por la normatividad secular, por una conducta externa regulada por el derecho y la moral públicos.

Más taimado es, sin embargo, el neoclérigo del estado positivo José Antonio Marina, arropado de un nutrido coro de feligreses progresistas instalados en EL CONFIDENCIAL, ensimismados con su palabra providente. “¿Sabéis que os obligáis a educar en la fe a vuestros hijo”?, pregunta el sacerdote a los padres cuando presentan a su hijo al bautismo: “Sí, lo sabemos”, responden ellos. “¿Piensan ustedes que no se debe mencionar la religión en la escuela y que debería haber una asignatura aconfesional?”, pregunta el nuevo clérigo: “Sí, pensamos que no se debería mencionar y que debería ser aconfesional”, responden sus fervorosos feligreses. Una palabra, por lo demás, reiterativa, llena de vanidad, volviendo siempre sobre sus escritos, ofreciendo invariablemente “luminosos y fructíferos debates” a la búsqueda de más feligreses, y cargada de un notable anticlericalismo, con invectivas al Magisterio de la Iglesia y con muchas mentiras al afirmar que el currículo de Religión católica está impregnado de dogmatismo y de poquísima caridad. Todo el currículo es Caridad. Desde la eternidad, la Caridad de Dios se traduce en un mundo creado y en la participación de la criatura en ese amor. Todo el currículo manifiesta a Dios como Caridad, un don que se nos da en su Hijo y en su Espíritu, que permanece en la Iglesia con sus sacramentos, y donde suprimir el pecado es tanto como hacer incomprensible el rechazo de ese amor. Es en la religión secular, a diferencia de la fe cristiana, donde está ausente la caridad, donde se busca alterar la naturaleza humana erradicando todo aquello que constituye la gloriosa expansión de sentimientos y derechos individuales.

Pero Marina es astuto, como digo, y ha visto bien el hiato entre el Preámbulo del currículo (escrito por una mano) y el resto del currículo (escrito por otra distinta). El nuevo clérigo celebra el Preámbulo, colado clandestinamente, como una “propuesta humilde” negada después por el currículo, al ofrecer la enseñanza de la Religión católica como mera “hipótesis” de significado, con el sólo fin de justificar la Religión católica como la necesidad de respetar y tener en cuenta la tradición. Marina piensa que esto molestará a la jerarquía, que pretende consagrar a la Religión católica como verdad, atacando así, sin ambages, la doctrina, la comprensión del bien, del sentido y de la felicidad, y denunciando la presunta vuelta de las alianzas de la religión con el poder. Su verdad sólo es una verdad ideológica, un humanismo despojado de trascendencia, un cristianismo sin Cristo, incapaz de transformar la vida del hombre. En realidad, Marina hace gala de un evidente positivismo, de un nihilismo pasivo, sin capacidad alguna para reconocer la verdad, convirtiendo los derechos humanos en el único dogma ético y laico creíble.

El rechazo de los Acuerdos con el Vaticano es el postulado de fondo de la izquierda política en el debate actual. La propuesta de Marina es ya una vieja propuesta, que recusa ese marco de los Acuerdos para terminar así con el pulso jurídico entre la Iglesia católica, el gobierno de turno y el laicismo organizado. Se formula como algo imperante en un Estado aconfesional una asignatura no confesional de la religión para todos, obligatoria y evaluable, impartida por un profesorado opositor, y ajeno al control espurio de los obispos en la misma. El currículo debería ser elaborado por una comisión de expertos en Ciencias de la Religión, como se hizo en la época del ministro Suárez Pertierra.

Sin embargo, un análisis comparado de la situación de la enseñanza de la Religión nos lleva a constatar que, salvo en Francia, es una asignatura consolidada en el sistema escolar así como dominante la enseñanza confesional de la religión. La enseñanza de la religión es algo bueno, necesario para la formación cultural integral de niños y jóvenes, a lo que ningún hombre, como diría Ortega, puede renunciar sin dolor.

Todos los años se produce un conflicto normativo entre la enseñanza religiosa católica y el sistema de las leyes del Estado. Lo cual significa que el escenario de España no es un escenario de secularización, sino de evidente laicismo. Hay que cerrar de una vez por todas semejante debate (como lo han hecho ya los gobiernos de otros países), para que no se pretenda acabar desde posturas ideologizadas con la enseñanza confesional de Religión católica de oferta obligatoria para los centros y de libre elección para los alumnos.

En un tiempo, como el nuestro, de desfundamentación y politización (fenómeno aceptado, paradójicamente, cada día más por el mundo eclesiástico), John Rawls propone la construcción de la “razón pública”, pero sin atacar ninguna cosmovisión, como hacen los actuales intelectuales orgánicos de la prensa y de la cultura de la izquierda política con la Iglesia católica. La derecha política, por desgracia, hace mucho tiempo que está en otras cosas, más urgentes pero menos importantes.

El Estado debe proteger el derecho que tienen los padres de recibir sus hijos la enseñanza confesional de la Religión católica. Sin una concepción correcta del bien, de la verdad y de la justicia, se queda sin contenido la libertad. El Estado no puede crear un orden de convivencia sin un mínimo de verdad y de conocimiento del bien. Los males políticos de una sociedad se deben a una concepción de la libertad separada de la verdad. ¿O habrá que fundar una sociedad pluralista en una ética agnóstica, en una volonté générale donde sólo cabe aspirar a lo justo pero no a lo bueno, al consenso pero despojándolo de la necesidad de descubrir la verdad, a la religión como mera hipótesis y no, como sostiene René Girard, como origen y explicación de la misma civilización?

Roberto Esteban Duque es autor de La voz de la conciencia.

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