Pesado, egocéntrico, insoportable, canalla e insultantemente guapo. Era tan perfecto que no había duda de que llegaría a más. A agente al servicio de Su Majestad, por ejemplo. Uno de esos que se presentan primero por su apellido y luego lo repite junto a su nombre, o de los que se identifica con números. Un hombre lleno de secretos y rodeado de mujeres despampanantes. De esmoquin impoluto, gemelos de ensueño y camisas perfectas planchadas con el almidón de unos predecibles abdominales marcados. Un agente con gustos y accesorios caros: coches de lujo, hoteles impresionantes y copas de Martini con vodka mezclado, no agitado. Se veía venir su éxito.
Esa mañana, la primera vez que lo vi, estaba desesperada y acorralada por una situación que había provocado yo sola. Cuando abrió la puerta y lo vi, supe que era mi salvación. Me enfadaba lo que estaba viviendo, yo era la única responsable, pero para seguir como hasta ahora, necesitaba tomar decisiones rápidas y efectivas, y me estaba quedando sin opciones y sin capacidad para imaginarlas.
El mundo no estaba preparado para que una detective privado fuera mujer, y mucho menos para que esa mujer fuera guapa. La señorita Holt pasaba hambre como dueña de la agencia y no pagaba las facturas, así que hice la locura de inventarme un jefe masculino -Remington Steele- para el que trabajaba. Así fue como mi negocio y mi cuenta corriente salieron a flote. Además tuve un éxito acorde con mi calidad, es decir, resolví todos los casos que me encargaban con rapidez y discreción. Pero siempre a la sombra de un inexistente hombre, un superior lleno de testosterona que a los clientes de mente estrecha, le satisficiera.
Entonces me vi con el problema de que ese hombre tenía que existir, ser físicamente real, necesitaba que acudiera a eventos, que hablara con los clientes, no podía esconderme más. Fue cuando decidí que ese hombre moreno con ademanes elegantes, de sonrientes ojos golfos y sonrisa encantadora fuera mi presunto jefe. Era mi mejor -y única- opción.
Lo más importante que iba a hacer en mi vida y sin embargo, la decisión más loca y arriesgada. No lo conocía de nada, y ahora que ha pasado el tiempo, tampoco. Puedo predecir sus reacciones, sé las mujeres que le gustan -todas- y adivino cuándo y dónde va a meter la pata, pero su pasado sigue siendo una incógnita hasta para mí, que me dedico a escarbar en historias ajenas. Además me resulta útil a la hora de resolver los casos, parece que acerté, de una forma algo extraña. Si mi mente pragmática pudiera, creería que fue cosa del destino.