«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.
Nació en diciembre del 75 a bajo cero en Granada y eso imprime carácter. Ha vivido entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo a un lado y al otro. Sureña en toda la extensión de la palabra y el territorio. Diplomada en Relaciones Laborales, desde pequeña se ha dedicado a escribir y a aprender de los que escriben. Liberal y contestataria, defiende sus causas y sus sueños desde el respeto. Tolerante, pero no moldeable. Normal, pero no vulgar."""
Nació en diciembre del 75 a bajo cero en Granada y eso imprime carácter. Ha vivido entre el océano Atlántico y el mar Mediterráneo a un lado y al otro. Sureña en toda la extensión de la palabra y el territorio. Diplomada en Relaciones Laborales, desde pequeña se ha dedicado a escribir y a aprender de los que escriben. Liberal y contestataria, defiende sus causas y sus sueños desde el respeto. Tolerante, pero no moldeable. Normal, pero no vulgar."""

Remington Steele

2 de marzo de 2014

Pesado, egocéntrico, insoportable, canalla e insultantemente guapo. Era tan perfecto que no había duda de que llegaría a más. A agente al servicio de Su Majestad, por ejemplo. Uno de esos que se presentan primero por su apellido y luego lo repite junto a su nombre, o de los que se identifica con números. Un hombre lleno de secretos y rodeado de mujeres despampanantes. De esmoquin impoluto, gemelos de ensueño y camisas perfectas planchadas con el almidón de unos predecibles abdominales marcados. Un agente con gustos y accesorios caros: coches de lujo, hoteles impresionantes y copas de Martini con vodka mezclado, no agitado. Se veía venir su éxito.

Esa mañana, la primera vez que lo vi, estaba desesperada y acorralada por una situación que había provocado yo sola. Cuando abrió la puerta y lo vi, supe que era mi salvación. Me enfadaba lo que estaba viviendo, yo era la única responsable, pero para seguir como hasta ahora, necesitaba tomar decisiones rápidas y efectivas, y me estaba quedando sin opciones y sin capacidad para imaginarlas.

El mundo no estaba preparado para que una detective privado fuera mujer, y mucho menos para que esa mujer fuera guapa. La señorita Holt pasaba hambre como dueña de la agencia y no pagaba las facturas, así que hice la locura de inventarme un jefe masculino -Remington Steele- para el que trabajaba. Así fue como mi negocio y mi cuenta corriente salieron a flote. Además tuve un éxito acorde con mi calidad, es decir, resolví todos los casos que me encargaban con rapidez y discreción. Pero siempre a la sombra de un inexistente hombre, un superior lleno de testosterona que a los clientes de mente estrecha, le satisficiera.

Entonces me vi con el problema de que ese hombre tenía que existir, ser físicamente real, necesitaba que acudiera a eventos, que hablara con los clientes, no podía esconderme más. Fue cuando decidí que ese hombre moreno con ademanes elegantes, de sonrientes ojos golfos y sonrisa encantadora fuera mi presunto jefe. Era mi mejor -y única- opción.

Lo más importante que iba a hacer en mi vida y sin embargo, la decisión más loca y arriesgada. No lo conocía de nada, y ahora que ha pasado el tiempo, tampoco. Puedo predecir sus reacciones, sé las mujeres que le gustan -todas- y adivino cuándo y dónde va a meter la pata, pero su pasado sigue siendo una incógnita hasta para mí, que me dedico a escarbar en historias ajenas. Además me resulta útil a la hora de resolver los casos, parece que acerté, de una forma algo extraña. Si mi mente pragmática pudiera, creería que fue cosa del destino.

 
Aunque me saca de mis casillas y nunca tengo claro si volverá a trabajar al día siguiente, pese a que entretiene a Mildred con sus envolventes artes de seducción y ella cae rendida a sus pies distrayéndose de su trabajo, tengo que reconocer que ahora ya no puedo estar sin él…quiero decir, sin que este hombre sea la imagen de mi agencia.
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