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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Renzi pone a Italia al borde del abismo europeo el día 4

30 de noviembre de 2016

 

Matteo Renzi lo tenía todo en sus manos, hace un par de años. El primer ministro italiano, el más joven de la historia nacional, tenía el apoyo del excomunista Partido Democrático, de gran parte del centro-derecha exdemocristiano o huérfano de Berlusconi, y el respaldo hasta 2015 del viejo comunista Giorgio Napolitano y desde entonces de SergioMattarella, presidentes de la República. En mayo de 2014, justo después de las elecciones europeas, su índice de aprobación fue del 74%. Y sobre todo, sabía venderse a sí mismo como “el hombre del cambio”. Todo parecía posible.

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Renzi ha jugado a parecer populista sin serlo, a colocarse por encima de un sistema y de unos partidos universalmente conocidos como corruptos. Ha jugado en los medios y en las redes a ser la oposición a sí mismo, la alternativa a un sistema del que es el hijo y el representante. Y esto con un objetivo: reformar la Constitución y el sistema electoral a su gusto, para crear una especie de dictadura plebiscitaria, con él al frente. Mucho poder para un hombre con ideas nada nuevas -aunque sí sus formas, hasta cierto punto, lo que no las convierte ni en atractivas ni en correctas, a un cierto nivel. Y como creía tener a todo el país detrás jugó al “todo o nada”. Está perdiendo.

Por qué puede perder Renzi

En un análisis técnico del profesor Marco Tarchi, la reforma que Matteo Renzi propone a los italianos es “demagógica, engañosa, chapucera y un obstáculo directo para futuras mejoras en la Constitución”, por muchas de sus características. Las reformas propuestas, y aún más su previsible consecuencia en caso de triunfar, explican por qué Renzi se lanzó a esto: siendo él mismo popular, con un partido no unido, con una oposición desarticulada, el presidente vio en un referéndum constitucional su una única alternativa para consagrarse establemente como líder nacional, y con unas instituciones que le diesen la estabilidad y la autoridad que nadie ha tenido en Italia desde 1945. Lo que no previó es que podía perder. Las encuestas dan ahora su popularidad a menos de la mitad de la que fue.

Renzi no es populista ni por su análisis ni por sus contenidos: es un hombre bastante vulgar, que juega con los medios y con su imagen, que se limita a superficialidades aprendidas de memoria, que busca y consigue espacio en las redes y en la televisión; y eso que el dominio de la izquierda y el Estado -directo o indirecto- son mucho menores en los medios de allí de lo que el PP ha hecho que fuesen en España. Él, que es un político profesional y de partido desde siempre, juega a ser -para la gente que sólo lo conoce en los medios- el hombre que viene a derrotar a los políticos, a los corruptos y los partidos. No parece que lo piense en serio; pero sí que no quiere ver sus apoyos seguirse yendo al Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo, a la rehecha Liga Norte o a la aún más extrema izquierda a la que el marxista Renzi tampoco gusta.

¿Una verdadera democracia?

La batalla se libra estos días en torno a la sinceridad democrática de Renzi y de su referéndum. Un Senado reducido y compuesto sólo por designados por el presidente de la República y los partidos se sumaría a una Cámara de Diputados con un premio de mayoría que da de hecho un poder legislativo al Gobierno -y un poder destinado a perpetuarse, puesto que el Gobierno dispone de la RAI y la usa a su gusto. No sólo no se trataría de un sistema institucional más eficaz, más democrático o más moderno, sino que además el número de profesionales de la política y su correspondiente tasa de corrupción (en parte legal, en parte ilegal) aumentaría. Entre otras cosas porque municipios y regiones no se modernizan y/o suprimen, como podrían necesitar. Y en lo que reforman las regiones es quitándoles poder para hacer lo único útil que pueden hacer, como es resistir al dominio absoluto de un solo hombre, un solo partido y una sola ideología en las instituciones.

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Con la reforma de Renzi se hace además casi imposible la participación popular en la legislación, con enormes dificultades puestas a esa opción que en España no existe pero en Italia sí. Todo eso es, en sí, una puerta abierto a un régimen autoritario, con formas populacheras. Es lo que Renzi esperaba y aún espera conseguir el día 4. ¿Pero qué significa esa situación italiana?

Desde el punto de vista de los que hoy tienen el poder -los hijos del sistema, sin distinguir su origen- es una deriva lógica y deseable: contentar las inquietudes de la gente haciéndoles ver que un “hombre fuerte” al frente del Estado (pero en realidad en sus manos) sería la solución a la situación de Italia y de los italianos, y una liberación de la desagradable casta política preexistente (quede claro: corrupta cuanto se quiera, pero toda ella más civilizada y educadita que la de esta otra Península, hasta ahora). Renzi quería eso, y lo quería bendecido con un referéndum popular, casi diciendo “o yo o el caos”.

Dudo mucho que sea el caos, pero Renzi cree -y lo dice Tarchi que además de ser investigador de estas cosas conoce al personaje- que le valía la pena el riesgo. Renzi ha jugado la carta del miedo –“o gana el SÍ o vienen los malos”, es decir Grillo y la Liga- y no ha servido más que para aumentar los apoyos de éstos, y para que la Liga, otra vez como en 1989, se presente a sí misma como el aglutinador de la resistencia identitaria anti-Renzi. Renzi ha jugado la carta de la estabilidad, identificando la concentración de poder en él y en su partido con la paz y la victoria del NO como el desorden ingobernable que empeorará la crisis. Y la crisis, por supuesto, siempre como amenaza: “si no gano yo Europa no nos consentirá nada”.

Renzi, otro rompedor, como Trump, o al revés…

¿A qué nos suena este argumentario, y todo el que sigue? A algo muy parecido a las presidenciales americanas: a intentar ganar diciendo al pueblo que cualquier otra opción es el caos y la ruina, el extremismo y el aislamiento. No parece que los mercados tengan miedo, y más tenían de Donald Trump sin que nada haya pasado; no parece que la UE y los medios de comunicación planetarios consigan convencer a más italianos, pese a la presión pro-Renzi. El domingo 4 puede ganar el NO o el SÍ en el referéndum de Matteo Renzi. El mayor afectado será él mismo, que en un caso se convertirá en un líder nacional con más amplios poderes y en el otro tendrá que dimitir y convocar elecciones, con el riesgo de perderlas.

Tampoco es tanto riesgo. Ante todo, recordemos que el PD es la suma del viejo PCI y de la vieja DC, con algunos recortes. Controlan por tanto la vida política italiana, no sólo en las Cámaras apoyando al Gobierno, sino incluso gestionando la oposición al mismo. ¿Democracia? Algo a lo que en España estamos más acostumbrados, los medios de comunicación hacen campaña por el Gobierno, no son imparciales; y hay malestar por esto. También por el acuerdo de hecho, tácito o ni siquiera eso, con los medios de comunicación de Berlusconi, aunque no con él a título personal, oh. Como en España, por cierto, y no a beneficio del PP. Con esa potencia, y con la inercia social, Renzi tiene muchas bazas para ganar en las elecciones si no gana en el referéndum, o después de hacerlo.

Oposición y alternativa al régimen autoritario de Renzi

¿Y dónde está la oposición “de derechas”? Ante todo, por variables razones, dividida y desesperanzada. Berlusconi juega exclusivamente su propia partida personal, aunque es naturalmente quien dispone de más medios. Los huérfanos de la DC votando al PD como les mandó su párroco, o algún pequeño grupo democristiano no amalgamado con los comunistas. Los huérfanos del MSI-AN, a su vez, traumatizados por las dos décadas de Berlusconi, divididos, unos mirando al pasado y otros sin saber dónde mirar; y esto valedesde Ignazio La Russa y Maurizio Gasparri a Gianni Alemanno y Giorgia Meloni, Algo harán, o intentan hacer, pero no hay un rumbo claro.

Sí tienen rumbo, aunque sea tan variado de sabores como antes, la Liga, que sintoniza con problemas reales populistas, de la inmigración a la libertad, y que es la única verdadera alternativa, a cortísimo plazo, a que el único partido de oposición al sistema-Renzi sea el deBeppe Grillo. Biológicamente, una gran parte de Italia es conformista y democristana, y puede votar a Renzi. Pero si éste no ganase el referéndum podría ganar las elecciones si las convoca pronto, y eso forzaría a su oposición a hacer de tripas corazón y coordinarse entre ellos para ofrecer una verdadera alternativa.

En todo caso, Renzi tiene capacidad de hacer milagros. Ha hecho uno, devolviendo a la vida a Gianfranco Fini, el dinamitador del área alternativa en los 90; dudo que vaya a tener ahora muchas simpatías, y conociendo al personal hará bien en llevar escolta. Y está a punto de hacer otro, mucho más optimista y vivificante: en medio de la campaña de referéndum, una encuesta entre los alumnos de Instituto da al PD la mitad de apoyos que entre los jubilados, y casi el 10% reconoce que si pudiese votaría por la iniciativa alternativa y rompedora de Casa Pound. Algo que debe hacer reflexionar no sólo a los analistas de Renzi sino a los de sus enemigos.

 

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