Bien sabido es por nuestros lares que ningún responsable político pide perdón por sus errores. Que yo recuerde sólo lo hizo una vez el rey Juan Carlos y, a pesar de eso, la izquierda republicana no le perdona. En realidad, no le puede perdonar porque son ellos los que quieren convertirse en reyes. El Palacio de La Moncloa se les queda pequeño y demasiado austero para su corte.
Si hay algo que este 2020, año chino de la rata y del coronavirus para todo los demás, nos ha enseñado es que los dirigentes españoles están hechos de una pasta especial, quizá una mezcla de mármol y amianto porque no han admitido ni una sola equivocación, todo lo contrario, y, en apariencia, salen todos reforzados en sus confortables puestos dirigentes. Si se han cometido equivocaciones, los culpables somos siempre nosotros los ciudadanos. Por no obedecerles.
La segunda lección de este 2020 fatídico es que la verdad ha muerto. Y del todo. Asesinada por unos responsables a los que la realidad les importa muy poco siempre que no choque con sus ambiciones y discursos.
Y, sin embargo, los auténticos irresponsables son ellos, los gobernantes. Dice Pedro Sánchez en sus homilías, donde no se sabe si quiere imitar a Churchill o al Papa Francisco, tan artificial y fuera de su tono habitual, que “debemos actuar como si todos estuviéramos contagiados”. Pero la realidad es que se acaba de anunciar que sólo un 10% de españoles han sufrido la Covid-19. ¿Es lógico y responsable mantener secuestrado al 90% de la población que está sana? Desde luego algún día habrá que aclarar el papel de los medios de comunicación, bien regados de millones por el gobierno, que continuamente nos machacan con cifras absolutamente descontextualizadas y carentes del más mínimo sentido salvo el de instigar el miedo. Pero cada día que pasa, cada nueva amenaza de confinamiento total, lo que se pone de relieve es que nuestros responsables no tienen ni idea de cómo afrontar la pandemia y que, un año después, siguen dando palos de ciego. Porque a ellos no les afectan las consecuencias. Su única estrategia era mantenernos callados y sumisos hasta que la vacuna llegara. La catástrofe de el medio, mientras no les despojara de sus privilegios, le da igual. Los políticos son poco compasivos y los de izquierda siempre eligen el sufrimiento siempre que sea el de los demás.
Las elites tienen miedo as la gente. Y el virus les sirve muy bien a sus ambiciones de poder
La segunda lección de este 2020 fatídico es que la verdad ha muerto. Y del todo. Asesinada por unos responsables a los que la realidad les importa muy poco siempre que no choque con sus ambiciones y discursos. Y si choca, se camufla. Nadie como el presidente de gobierno como mesías de la anti-verdad. Ayer mismo nos iluminaba afirmando que la Navidad se había pervertido por el espíritu consumista de la gente. Que es cierto. Pero que ese púlpito lo ocupe quien está tan enganchado al Falcon que lo hace tan suyo como para irse a escuchar un grupo de música le resta toda credibilidad. Pero eso, a la propaganda oficial de corte goebbeliana le da lo mismo. Enfrente no tiene réplica alguna.
Ya se está afirmando que los repuntes se deben al puente de la Constitución. Y que, en consecuencia, la movilidad tendrá que ser más restringida. Pero las cifras de enfermos empezaron a subir ya durante el mismo puente, días, por lo demás, donde no se podía ni salir ni entrar en las comunidades autónomas. Lo que nadie quiere reconocer es que, si nos hubiéramos podido mover, eso sí, con las precauciones de las mascarillas, distancia interpersonal e higiene común, los datos no serían muy distintos. Las elites tienen miedo a la gente. Y el virus les sirve muy bien a sus ambiciones de poder. Es una pena que nadie en la llamada oposición, institucional o nueva, le haya dedicado un minuto a pensar alternativas a la actuación del gobierno. Y cuando una nación tiene a la vez el peor gobierno y la peor oposición imaginable, nada bueno cabe esperar. Lo siento por el 2021.